'Free Solo': la última frontera audiovisual de la escalada antes de los Juegos Olímpicos

Aprovechando la definitiva deportivización de la escalada en estos Juegos Olímpicos de Tokio 2020/21, volvemos la vista a su gran hito cinematográfico.
Free Solo
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Cinemanía
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La escalada (y aquí la estoy entendiendo como una subcategoría del montañismo) ha mantenido con el séptimo arte una relación muy distinta de los otros deportes que este año adquieren categoría olímpica. Desde un principio estuvo vinculada estrechamente al cine.

Tras registrar lo que tenían a su alrededor (su fábrica, una estación de tren...) los Lumière vieron rápidamente algunas de las posibilidades de su invento y mandaron corresponsales a sitios remotos, iniciando una tendencia que llega hasta nuestro días. Grabaron y enlataron parajes exóticos para proyectarlos luego frente a las audiencias de los grandes centros urbanos del mundo, a modo de postales en movimiento. Como resumió Bertrand Tavernier, los inventores del cinematógrafo quisieron descubrir el mundo al mundo.

Asomarse al cine de altura

Cine y montañismo son producto de la cultura del siglo XIX. El primero surgió, como último estadio de la revolución fotográfica, en un momento en el que el segundo se afianzaba como tendencia y se expandía más allá de los Alpes para descubrir picos en otros continentes. Si la escalada formaba parte del montañismo, el montañismo era parte de la cultura de la exploración que, a su vez, se englobaba en la nueva mentalidad científica y descubridora que había conferido nuevas consistencias e inercias al mundo.

En aquel contexto la cámara cinematográfica supuso una valiosa herramienta de conocimiento que sació e incrementó las ansias de deslumbramientos geográficos y antropológicos. La fascinación del cine por las montañas estuvo presente casi desde el primer día. Entre las primeras bobinas de los Lumière hay alpinismo. Concretamente tenemos una de 1900 con cuatro señores trajeados amarrados los unos a los otros, cimbreándose a duras penas sobre los picos de Mer de Glace, cerca de Chamonix. Casi al mismo tiempo surgía el primer camarógrafo especializado, con las primeras películas con secuencias montadas y amplia distribución en salas: Frank Ormiston-Smith y sus filmaciones de ascensos del Mont Blanc (1902) y el Cervino (1903).

Al cabo de dos décadas el cine era ya un medio en pleno control de sus posibilidades expresivas. Había entregado sólidos largometrajes «descubridores», como Nanuk, el esquimal (Robert J. Flaherty, 1922) o El gran silencio blanco (Herbert Ponting, 1924), y había establecido las líneas generales del género escalador, siguiendo la tradición literaria. Tanto es así que si uno compara La épica del Everest (J.B.L. Noel, 1924) con el segmento del Himalaya de Reel Rock 13 (2018) no verá mucha diferencia en los arcos narrativos, que se irán repitiendo invariablemente a lo largo de las décadas. Fuera del ámbito documental, los alemanes Arnold Fanck y Leni Riefenstahl apuntalaron el género de ficciones alpinas, de gran tirón popular, con trabajos como La montaña sagrada (Arnold Fanck, 1926) y Prisioneros de la montaña (Georg Wilhelm Pabst y Arnold Fanck, 1929). Sobre esos pilares se levantó el cine de montañismo que vino después y se levantará el que vendrá en un futuro.

En 2021 tanto el montañismo (hinchado por la industria turística) como la escalada (convertida en disciplina olímpica) participan de la proliferación audiovisual en la que vivimos inmersos. Basta con mirar a cualquier lado. Miremos, por ejemplo y porque esto es CINEMANÍA, al cine español: en nuestro país tenemos ejemplos de largometrajes recientes como Kilian Jornet, Path to Everest (Jaume Martí y Josep Serra i Massana, 2018) o la coproducción Cholitas (Pablo Iraburu y Jaime Murciego, 2020). Incluso hay una película sobre el solo integral, más discreta que esta que nos ocupa: Solo. Escalada a la vida (Jordi Varela, 2014), con Jordi Salas (Pelón) como nuestro Alex Honnold.

Y, por supuesto, más allá del cine cualquier aficionado puede encontrar todo tipo de tutoriales y reportajes en la ensaladera audiovisual que es YouTube, en canales como EpicTV Climbing Daily, Reel Rock, rockentry o Beta Climbers; en vlogs de figuras destacadas como Magnus Midtbø o el mismísimo Adam Ondra; o en canales promocionales de marcas de equipamiento deportivo.

Incluso se puede afinar hasta el punto de dar con canales de escaladores de la región en la que uno vive. Yo de vez en cuando me asomo a Vduro, vlog en el que se escala en una zona por la que a veces paseo. A todo lo cual hay que añadir, en un lugar prominente, la web mntnfilm, un recurso que permite acceder a una gran cantidad de material bien archivado (y en parte gratuito).

Este corpus audiovisual crece en paralelo al interés en el deporte. 2018, por mencionar el año de Free Solo, fue descrito por la Asociación de Escalada de Estados Unidos como el mejor año de la industria de la escalada, con cincuenta instalaciones comerciales abiertas en dicho país. Se inauguran cada vez más rocódromos en todos los países y si la tendencia ha disminuido ha sido solo por el coronavirus.

Free Solo
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La nueva cima de plástico

A pesar de esta cantidad de material no hay casi proyectos cinematográficos ambiciosos en torno a la escalada en superficies artificiales preparadas y, cuando hay tentativas, buscan la fotogenia mediante algún emplazamiento pintoresco, como en el publirreportaje 360 Ascent (con Janja Garnbret y Domen Škofic).

En rocódromo se pierden los factores que han hecho esta actividad tan atractiva a cineastas de todas las generaciones. Desaparece el arrebatador elemento romántico-paisajístico fácil de alinear en la historia del arte (el cine y la fotografía de escalada han aportado vistas de la naturaleza inauditas en las tradicionales perspectivas pictóricas). Se pierde la tensión entre el ser humano y la naturaleza. Lo subyugante de unos paisajes que transmiten una sensación de inmensidad que, a un tiempo, engrandece y empequeñece el ego de quien los transita. Y desaparece además la impredecibilidad del entorno, el factor riesgo, el sentido de la aventura. Porque las historias de montañismo (lo tenemos claro desde el confort de nuestras butacas) son historias de huesos rotos, falta de oxígeno, infartos, muertes por congelación, caídas al abismo, rocas salpicadas de rojo, cicatrices y compañerismo en situaciones límite.

Estos días, decía, la escalada se está coronando con los laureles del deporte institucional. Es uno de los deportes anteriormente encasillados como X-Games que ahora se acogen como reclamo juvenil. No esperen ver montaña alguna. Nunca antes tantos ojos han estado puestos en un rocódromo. Los Juegos Olímpicos son el mayor dispositivo audiovisual puesto al servicio de la escalada en entorno artificial y sin duda nos sobrecogerán los logros de la primera generación de escaladores olímpicos (mañana será la final masculina y pasado la femenina) pero, a excepción de la superación personal y algunas cuestiones técnicas, ninguno de los factores plástico-narrativos mencionados arriba van a congregarse en Tokio.

Por el momento así lo tengo compartimentado en mi cabeza: rocódromo en TV, montaña en cine.

Un paseo vertical por el amor y la muerte

En la cima de toda esta montaña de visibilidad que vengo describiendo está Free Solo (Elizabeth Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin, 2018).

Puede ser la primera y única película de escalada que la gente vea. Es obvia, es un lugar común, pero no puedo dejar de elegirla como introducción y punto álgido del género.

Fee Solo
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Alex Honnold representa una de las versiones más radicales de este deporte. Su nombre se asocia por lo general al solo integral, un estilo de escalada mediante el que asume muros de alta dificultad sin cuerdas ni otros elementos de seguridad (más allá del ligero incremento en el agarre que proporcionan el magnesio y los pies de gato). Es la escalada más limpia y peligrosa que existe. Con apenas 22 años ya había logrado emular la principal gesta de su ídolo en esa disciplina, Peter Croft, al escalar en un mismo día, en modo libre desatado, los picos Astroman y Rostrum del valle de Yosemite. Después de lo cual quedó en sus manos establecer el límite de esta categoría.

Este trabajo captura a la perfección dicho límite. En él escala en solo integral El Capitán (montaña-icono de la escalada estadounidense) mediante Freerider, vía abierta en 1995 por Alex Huber que llega a tener elementos de dificultad de hasta 7c+ en sus 914 intimidantes metros verticales. Para la mayoría de los aficionados El Capitán supone cuatro o cinco días de escalada. Para los escaladores de elite, uno o dos. Él —sin compañero, víveres ni cuerdas—lo completó en 3 pletóricas horas y 56 pletóricos minutos.

Del estilo de Honnold se deduce el gran potencial de la película. Solo hace falta ver fotogramas sueltos de los momentos de escalada para saberlos inapelables y universales. Algo que ratifican las reacciones físicas de espectadores sobre las que estos días he estado leyendo por la red: retorcimientos sobre la butaca, rechinar de dientes, sistemas digestivos plegándose sobre sí mismos y sudor en las palmas de las manos.

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No es casualidad que Mountain (Jennifer Peedom, 2017), un documental que pretende cifrar todo el imaginario del montañismo en una hora y media épica de collage audiovisual musicalizado por la Australian Chamber Orchestra y narrado por la hipnótica voz de Willem Dafoe, abra con un solo integral de Honnold (el que hizo el 14 de enero de 2014 en Sendero Luminoso, México). Es una imagen depurada en extremo que muestra al ser humano, minúsculo y despojado, contra la inmensidad de la naturaleza. Una premisa que solo podría llevarse un poco más allá si desnudáramos, literalmente, al escalador. Aunque entonces ya estaríamos en el terreno grimosón y un tanto afectado de las fotografías de desnudos de Dean Fidelman.

En estos últimos años hay figuras haciendo gestas igual de superlativas. Adam Ondra flashea (es decir, resuelve a la primera) niveles casi imposibles. Jesse Dufton escala ciego el Old Man of Hoy. Pero las imágenes aquí son de una sencillez aterradora, que Honnold encara con serenidad. Ilustran algo tan simple de entender como difícil y hermoso de ejecutar. Por eso en términos cinematográficos prima lo expositivo sobre lo explicativo: el cine acaba por imponerse incluso aunque los dos primeros tercios del metraje no sean otra cosa que anticipación y prolegómenos a la proeza.

Esto no puede decirse de otros documentales de escalada. En Meru (2015), la película anterior de Vasarhelyi y Chin, en la que registraron la primera ascensión del pico del Himalaya que sirve de título, había repetitivas descripciones de avalanchas, accidentes aparatosos y traumas de cada uno de los escaladores implicados. La necesidad de pormenorizar las dificultades del proyecto acometido para ponerlo en perspectiva frente al público acaba resultando un lastre. La reiteración en el escollo físico que se pretende superar acaba por ser muchas veces, a falta de otros alicientes, un escollo narrativo en el cine de escalada.

En ese sentido quizás merezca una mención Dirtbag: The Legend of Fred Beckey (Dave O’Leske, 2017). El adjetivo dirtbag suele aludir a gente desaliñada, turbia, pero en este contexto hace referencia (según The Urban Dictionary) a alguien entregado a un estilo de vida, habitualmente extremo, hasta el punto de abandonar empleo y otras normas sociales. Es un término de uso común entre escaladores que alude al saco de dormir sucio de un vagabundo, a la cultura nómada de quien vive de montaña en montaña. La furgoneta de Honnold en Free Solo puede dar una idea (si tienes curiosidad por saber cómo era la anterior aquí puedes verla). Pues así, durmiendo en su coche, en cunetas, comiendo cualquier cosa y escalando durante décadas y décadas con una constancia monomaníaca, el pionero Fred Beckey se labró un currículum impresionante que incluye más cimas vírgenes que las culminadas por cualquier otro escalador estadounidense. En él se podría resumir la quintaesencia de la cultura escaladora predeportiva.

Dirtbag: The Legend of Fred Beckey es un correcto trabajo divulgativo. Cumple el objetivo de dar a conocer al hombre pero su potencial poético como personaje solo se roza. En esa película «hay» otra, no realizada, más bella que la que existe y comento. La de un hombre que ha vivido por y para la escalada y que sigue pensando en rutas de alta exigencia aún cuando no puede asumirlas por los achaques de la edad. En la parte final vemos al veterano alpinista con el cuerpo menguado y las articulaciones retorcidas por la vejez, aferrándose a la piedra y dedicándole a ella algunos de sus últimos alientos.

No puedo dejar de imaginar la figura de Beckey abordada con el tono de algunas de mis películas favoritas de la década pasada, como Man with No Name (Wang Bing, 2010) o Honeyland (Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska, 2019). También con algo del de Some Kind of Heaven (Lance Oppenheim, 2020). Supongo que eso no estaba ni en las intenciones de los responsables de Dirtbag ni, supongo todavía más, al alcance de sus capacidades creativas, pero me entretengo en especular porque ese es el largo que me ha parecido que más podría haberse alejado del lugar común de la autosuperación «redbullera» para abrir la paleta tonal de los documentales de escaladores. No lo hace pero no pasa nada. Otros títulos como Sherpa (Jennifer Peedom, 2015) o, incluso dentro de la serie Rock Reel, segmentos como United States of Joe (Peter Mortimer y Nick Rosen, 2019) ya demuestran que otro cine de escalada y alpinismo es posible.

Free Solo
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La manera más segura de hacer algo extremadamente peligroso

Al acometer Freerider Honnold no se acerca a su límite físico o técnico, pero si hubiese grados para medir el nivel de dificultad psicológica este sin duda sería el más alto. De hecho, podría ser el más alto grado de exigencia psicológica no solo en escalada sino en cualquier deporte. Una cuestión, la de la faceta mental de la competición atlética, muy comentada estos días al hilo de la retirada (y regreso) de Simone Biles, y que en esta película ocupa un lugar central. El desafío es conocer la montaña y el cuerpo tanto como la mente y confiar en que ninguno de los tres falle.

Por el componente del riesgo mortal inmediato Free Solo está más cerca de Man on Wire (James Marsh, 2008), casualmente también ganadora de la estatuilla al mejor documental una década antes, o de vídeos de parkour como Roof Culture Asia (2017) de Storror, que de la mayoría de documentales deportivos.

La propia película nos señala que dos de los principales especialistas en solo integral de generaciones anteriores, John Bachar y Dean Potter, están muertos (como resultado de practicar solo integral y salto BASE, respectivamente). Pero no solo eso. En la segunda de sus conversaciones con Honnold (episodio 1189), Joe Rogan preguntó al escalador que cuántas personas hacían en el mundo lo que él hace. Honnold, con la humildad y ausencia de ironía que le caracteriza, decía que una. Él, se entendía. Añadió, no obstante, que el joven Brad Gobright, con quien había entablado una vertiginosa competición por el récord de velocidad en The Nose (la ruta más clásica de El Capitán) de la que pudimos disfrutar en Reel Rock 14 (2019), apuntaba maneras haciendo free solos. Nada al nivel de lo que él hacía pero tenía potencial.

Hoy Brad Gobright está muerto, por un descuido en la preparación de una cuerda. Con esto quiero aclarar que casi no hay escena de la que hablar en esta categoría deportiva. De hecho, uno de los elementos distorsionadores de Free Solo es que, por su considerable exposición y a pesar de las explicaciones en ella misma contenidas, mucha gente piensa que escalar sin cuerdas a este nivel es algo más habitual de lo que es. No es para nada habitual. Incluso para Honnold no lo es.

Esto no quita que Jim Reynolds, compañero del fallecido Gobright, hiciera hace dos años por primera vez el ascenso y descenso en solo integral del Fitz Roy (3.359 patagónicos metros a los que dedicó 16 horas). Ni que el propio Honnold haya materializado, sin que demasiada gente se haya enterado, una escalada de once horas sin cuerdas por tres paredes clásicas de Red Rocks (Colorado), según él mucho más duras que la de Free Solo. A miércoles 4 de agosto de 2021 ambos están vivos y ven la escalada olímpica.

Entre tanto augurio mortuorio no hay que olvidar que Free Solo atesora una historia de amor. Una que, por fortuna, no está metida con calzador. La relación que en 2017 se estaba afianzando entre Alex y Sanni McCandless es un elemento dramático clave del drama. El conflicto entre alguien aferrado a un estilo de vida extremo y alguien que no, y cómo una relación sentimental puede interferir en este atlético camino del samurái, añaden una dimensión psicológica al retrato del deportista y elementos de incertidumbre al proyecto al que se enfrenta.

Sanni McCandless en 'Free Solo'
Sanni McCandless en 'Free Solo'
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Si por la parte afectiva podían producirse algunas grietas, por la parte de las técnicas deportiva y cinematográfica el riesgo se redujo al máximo. Jimmy Chin (el codirector) es un escalador que ha sido portada de revista por méritos propios. Compañero del veterano Conrad Anker, junto al que protagonizó la mencionada Meru, lleva dos décadas fotografiando y filmando a algunos de los mejores escaladores del mundo para National Geographic. Honnold y él se conocieron como miembros del equipo atlético de North Face y han trabajado juntos a lo largo de los años. Este, por descontado, no fue el primer free solo de Alex que documentó.

Es importante subrayar el inhabitual perfil de camarógrafo-montañista profesional de Chin porque es lo que le ha permitido liderar un pequeño equipo cuyos miembros manejan cámaras y cuerdas con la misma naturalidad y conocen bien las rutinas de la escalada, sabiéndo adaptarse a ellas al filmarlas. Juntos llevaron a cabo un pequeño de tour de force cinemartográfico con planos rotundos que nos recuerdan que el buen cine de montañas es esa bonita anomalía de producciones de bajo y medio presupuesto que cualquiera querrá ver en pantalla grande. Si no lo has hecho aún y algún día tienes la oportunidad de ver Free Solo en pantalla gigante, por favor, no la dejes escapar.

En resumen: increíble (y enervante) hazaña deportiva, sólido logro cinematográfico y curioso romance triangulados en un producto que apela al gran público. Hace unos años no habría apostado un duro a que algo tan de nicho como una película de escalada pudiera llevarse el premio gordo de Hollywood. Pero el Oscar al mejor documental fue el otro logro desbloqueado de esta película. Su otra montaña culminada.

Free Solo
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Cima extra

Sin moverse de valle de Yosemite, donde se haya El Capitán y transcurre Free Solo, quienes quieran pueden seguir profundizando en la historia de la escalada. Basta con ver Valley Uprising (2014), que glosa las personalidades que forjaron el imaginario de esas montañas, y funciona, por extensión, como resumen de las tendencias del montañismo estadounidense hasta la llegada de Honnold. Para quienes solo hayan visto Free Solo puede ser la mejor manera de añadir perspectiva histórica. 

Por supuesto, en ese caso una mirada a la escena europea sería mandatoria y mi recomendación inicial pasaría por el espejo que, en forma de mediometraje para televisión, puso Werner Herzog frente a Reinhold Messner en 1985. En ese encuentro el mejor alpinista de todos los tiempos aborda cuestiones idénticas a las de Honnold sobre la gloria y los riesgos inútiles.

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