Los primeros niños en llegar a Hogwarts: ellos hicieron posible 'Harry Potter y la piedra filosofal'

Recordamos a los niños que, como los jóvenes Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson, abrieron las puertas del mundo mágico de Harry Potter.
Harry Potter y la piedra filosofal
Harry Potter y la piedra filosofal
Cinemanía
Harry Potter y la piedra filosofal

El cambio del milenio había traído doble ración de descreimiento y la práctica desaparición de los adolescentes del cine juvenil. Los años dorados de Amblin, de la tropa de Los Goonies, de Elliott, ET y sus bicis voladoras se habían volatilizado de las pantallas. El cine nos decía que los estudiantes eran como los de Crueles intenciones (1999), con tableta de chocolate y pechos despampanantes, pero los alumnos sabían que no era así. Y querían verse en pantalla.

Jessica y Alice

A veces, solo te queda eso, la magia. Era lo que le pasaba a la madre de Jessica. Con una vida personal sentimental hecha añicos, una depresión de caballo, en paro y tras coquetear con el suicidio, se dedicaba a escribir en bares de Edimburgo mientras Jessica dormía. El resultado fueron las aventuras de un niño mago llamado Harry Potter. Entre 1995 y 1997, las cartas de rechazo se acumularon en el apartamento de J. K. Rowling como las invitaciones de Hogwarts en casa de los Dudley. Hasta que la modesta editorial Bloomsbury decidió arriesgarse a publicarlo. Todo porque Alice, la hija de ocho años de su director, Nigel Newton, se había quedado enganchada con la historia.

Dahlia y Daniel

El manuscrito de Harry Potter y la piedra filosofal empezó a correr por las productoras. También en Heyday, propiedad de David Heyman, un británico retornado de intentar el sueño de Hollywood. Aburrido del cine indie, buscaba historias que pudieran gustar a sus hermanos, Dahlia (14) y Daniel (10). Cada fin de semana el equipo leía una novela. Las galeradas de Harry descansaron en su mesa durante semanas.

“Cada viernes decidíamos lo que leeríamos durante el fin de semana”, recuerda Heyman. Su ayudante Nisha Parti volvió un lunes entusiasmada. Harry Potter se iba a convertir en una película y, puestos a soñar, en una franquicia capaz de hechizar a todo el planeta. Eso fue en 1997. En los cuatro años que pasaron entre el debut en las librerías y la salida de la película, el señorito Potter se convirtió en el icono de un país, en un James Bond para las nuevas generaciones. Aquel libro por el que Bloomsbury había pagado 4.000 dólares recibió un adelanto de 100.000 por su edición estadounidense. Heyman tendría que convertir el éxito literario en una auténtica piedra filosofal cinematográfica.

Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal'
Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal'
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Eleanor

Cuando el proyecto se puso en marcha, ya había tres potters en las estanterías. Jóvenes y mayores devoraban las aventuras del mago gafotas. Había lista de espera para encabezar el proyecto. Eleanor apremió a su padre para que se apuntara. Su progenitor se llamaba Chris Columbus y tenía experiencia en aventuras protagonizadas por niños desamparados en internados. 

Había dirigido Solo en casa y guionizado Los Goonies y, sobre todo, El secreto de la pirámide, sobre los inicios detectivescos de Sherlock Holmes. Así que, aunque era estadounidense, sabía lo que de él esperaban los british. Se presentó ante Heyman con varios fotogramas e ideas extraídas de dos adaptaciones dickensianas de David Lean, Grandes esperanzas y Oliver Twist. Pero el propio Columbus admite que un productor le dijo: “Olvídate de las presentaciones. La verdadera razón por la que te contratamos es porque se te dan bien los niños. Nos vas a conseguir un buen elenco”.

Emma, Rupert y Daniel

Y a ello que se puso, a buscar a los tres de Gryffindor. Los dos primeros fueron sencillos. Rupert los encandiló con una prueba en la que hasta se marcó un rap para convertirse en Ron Weasley; la marisabidilla Hermione sería interpretada por Emma Watson, cuyo único defecto –según los productores– era ser demasiado guapa, por lo que le cardaron el cabello. El problema era elegir a Harry, al “chico que sobrevivió”. 

Fotograma de la película Harry Potter y la piedra filosofal.
Fotograma de la película Harry Potter y la piedra filosofal.
20 MINUTOS

Columbus tenía claro que quería a Daniel Radcliffe, el único con experiencia profesional, pero había un problema: papá y mamá Radcliffe, ambos trabajadores de la industria, eran unos muggles de lo más cabezotas. No querían que su hijo quedara hechizado por la magia del cine bajo ningún concepto. Y eso era fundamental, porque Columbus, tras su experiencia en Solo en casa con los Culkin, tenía claro que para una franquicia: “Debíamos elegir tanto a los chicos como a sus padres. Debíamos asegurarnos de que esos muchachos tuvieran apoyo familiar, y de que la fama que les iba a sobrevenir no les afectara”. Saltándose el protocolo, Heyman abordó a papá Radcliffe, en una obra de teatro en el Soho. Columbus tenía a su Potter.

Ella

Al trío le daría lecciones el claustro de Hogwarts. Al frente de todos ellos, el abuelo de Ella. Antiguo representado del papá del productor, Richard Harris había sido un benemérito dipsómano, que se bebía las pociones etílicas a calderos. Tenía fama de salvaje y no estaba interesado en el papel… pero hasta la bestia más feroz tiene su corazoncito. En el enciclopédico Harry Potter: From Page to Screen, da las razones de su cambio de opinión: “Mi nieta Ella me telefoneó y me dijo: ‘Abu, si no interpretas a Dumbledore, ¡no te volveré a dirigir la palabra!’ Así que no tuve mucha elección”. 

Junto a Harris figuraban lo mejor de las tablas inglesas, una constelación más resplandeciente que cuarenta snitchs juntas: Maggie Smith, John Hurt, Robbie Coltrane, Alan Rickman o John Cleese. Todos más británicos que la moqueta en el baño. La nacionalidad era el Expecto Patronum capaz de alejar a dementores estadounidenses como Robin Williams, que hicieron lo posible por colarse en el claustro de Hogwarts. La única salvedad fue Eleanor, la apremiante hija de Columbus, que interpretó a Susan Bones, eso sí, sin línea de texto, castigada por guiri.

Fotograma de 'Harry Potter y la piedra filosofal'
Fotograma de 'Harry Potter y la piedra filosofal'
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Stuart III

Había que construir el mundo imaginado por la antigua desempleada, sobre todo para que los debutantes tuvieran algo a lo que aferrarse. Triplemente oscarizado (Ghandi, Las amistades peligrosas y El paciente inglés), Stuart Craig era uno de los directores de producción más reputados del mundo. Semejante currículum no se hace en un día. Como Harris, Craig no tenía edad para ser papá, pero sí abuelo. “Estaba decorando el dormitorio de mi futuro nieto cuando recibí una llamada para encontrarme con David y Chris. Leí la novela en el avión. Mi primera reacción fue de pánico: ¿cómo demonios íbamos a hacer aquello?”, confesó a The Guardian. 

Construyeron el Gran Comedor, a imagen y semejanza de Oxford, en el destartalado estudio de Leavesden, en Londres, y levantaron el milenario colegio de Magia y Hechicería en el valle de Glencoe, en las Highlands escocesas. Un sitio tan bonito como húmedo, donde llovía a mares, destrozando una y otra vez la cabaña de Hagrid y la paciencia de Columbus. 

Al ser menores, Radcliffe y los demás solo podían trabajar un determinado número de horas. Hubo que rehacer los contratos para alargarlos otro cuatrimestre. Por otra parte, solo Rowling sabía cómo acababa la historia. Si acaso, Alan Rickman, a la que la autora confesó confidencialmente el destino de su personaje, Severus Snape, podía intuir el final. Radcliffe, por si acaso, ya estaría llorado: como Harry debía tener los ojos verdes y no querían defraudar a los fans, le enchufaron unas lentes de contacto de ese color, y el pobre estaba todo el día con los ojos irritados.

Fotograma de 'Harry Potter y la piedra filosofal'
Fotograma de 'Harry Potter y la piedra filosofal'
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La recepción estuvo a la altura de lo esperado. Lo imposible parecía factible. Los protagonistas, los hijos y los nietos que habían empujado a los adultos a realizar esa adaptación quedaron subyugados por un auténtico Expelliarmus fílmico, un hechizo de encantamiento que recaudó 974 millones de dólares, siendo la segunda película más taquillera de la historia en su momento

Han pasado más de 20 años. Todos hemos cambiado. Radcliffe ya no es el niño que sobrevivió, es un hombre velludo que ha superado su adicción al alcohol. Peor ha envejecido el centauro Firenze, el más chirriante de los seres creados por ordenador. Por el camino se han quedado muchos de sus legendarios profesores y consejeros, como el primer Dumbledore (Richard Harris), Snape (Alan Rickman), o el señor Ollivander (John Hurt), pero su gran enseñanza permanece: la vida, sin la magia de un libro o de una pantalla, no merece la pena vivirla.

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