[Festival D’A] ‘Seize printemps’, o una adolescencia chic en tiempo real

Suzanne Lindon escribió su primera película cuando no tenía más de 15 primaveras (una menos que la protagonista, encarnada por ella misma), y estaba en el instituto.
Seize printemps
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Cinemanía
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La mayoría de películas sobre la adolescencia, que no son pocas (un tema muy afín al Festival D’A, casi podríamos hablar de D’adolescencia), suelen estar escritas y dirigidas por hombres y mujeres que ya son eso, hombres y mujeres, hechos y derechas, que evocan recuerdos lejanos. Suzanne Lindon (París, 2000), en cambio, ha ficcionalizado su propio paso a la edad adulta prácticamente en directo, cuando estaba en ello, o incluso a puntito, puesto que aquel primer guion, escrito en el instituto, nació de la fantasía de un primer amor que todavía no había experimentado. Se trata pues de una fantasía construida exactamente al revés de lo habitual, primer punto a favor.

Todo el mundo coincide en que Seize printemps es una película pequeña, ya sea por su corta duración –se queda en 73 minutos– o por su elegante discreción, pero de ninguna manera lo veríamos como un defecto. Al contrario, el debut de la hija del también actor Vincent Lindon (al que recordamos especialmente por sus colaboraciones con Claire Denis), que el D’A ha llevado también a Filmin, es tan honesto, tan delicadamente pudoroso y despojado de inútiles ornamentos, que se ha ganado con creces su huequecito. Mucho mejor eso que fracasar a lo grande. Siempre a favor de los metrajes no desmedidos.

El amor de un hombre mayor

Y sí, el primer amor de la protagonista de Seize printemps, es decir la propia Suzanne Lindon, es un hombre mayor. Al menos para ella, no un anciano. Se trata del ni siquiera cuarentón, y apuesto de manual, Arnaud Valois, al que recordamos muy jovencito en 120 pulsaciones por minuto. Pero, como decíamos, ese primer amor surge de la fantasía de una quinceañera, y en la película, puntuada por minimalistas números de baile, tiene mucho de irreal.

Contrariamente de lo que cabría esperar de la relación entre una adolescente y un hombre 20 años mayor, el acercamiento entre ambos se desarrolla en términos de máxima cortesía, como una coreografía llena de gracia, pautada por el respeto y la atención, acaso inspirada en las obras galantes que él, también actor en la ficción, le gustaría representar sobre las tablas del teatro donde mientras tanto asume papeles un poco menos estimulantes, como hacer de árbol, o el pino, que diríamos aquí.

Seize printemps
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Si la realidad es Harvey Weinstein, Seize printemps es justamente lo contrario, el antiLolita. No hay rastro de pollaviejismo en esta historia cuya sinopsis podría poner en pie de guerra a los tuiteros de la moral. Y eso, naturalmente, se debe a que el punto de vista es el femenino, una mirada virgen, podríamos decir, que evita los brillos lascivos y las escenas de cama. 

En todo momento es ella la que lleva la iniciativa, la que se obsesiona con él, y todo se juega en esa complicidad al borde de lo que ambos, desde un principio, consideran como un amor imposible. Pero, no por inocente y menos húmeda que lo corriente, esa obsesión de la mujer incipiente deja de ser hermosa y dolorosa, como cualquier enamoramiento adolescente. Y en todo ello reside su particular encanto.

Al salir de clase

Digamos también que Lindon escribió el breve guion, con escasos diálogos, cuando iba al instituto, un instituto que aparece sólo fugazmente en la película, ya que ella, aburrida de sus compañeros de clase, prefiere centrarse en lo que ocurre en el camino de vuelta a casa, cuando pasa por delante del teatro donde ensaya Arnaud (le Théâtre de l’Atelier, a los pies de Montmartre). El instituto al que fue, y que se adivina en la película, no es un instituto cualquiera, sino el muy exclusivo Lyçée Henri IV, donde se educa la élite parisina a la que la joven realizadora pertenece sin poder hacer nada para evitarlo.

Suzanne Lindon no sólo es hija del muy viril Vincent Lindon y de la también actriz Sandrine Kiberlain, que estuvieron juntos durante una década (antes Vincent salió con Carolina de Mónaco y luego con Chiara Mastroianni y Rachida Dati), sino que pertenece a una extirpe de joyeros judíos de Cracovia que llegaron a París con el nombre de Lindenbaum, afrancesado en Lindon. El primer Lindon parisino, joyero y coleccionista de arte, estuvo casado con la hermana de André Citroën, fundador del imperio automovilístico. Altos vuelos.

Pero si los Lindon son una de las grandes familias parisinas, lo son tanto en lo industrial como en lo intelectual. Si el padre de Vincent era también un alto directivo, su tío no fue otro que el exquisito Jérôme Lindon, el editor que, al mando de la no menos exquisita Éditions de Minuit (puede que la más exquisita de las exquisitas editoriales francesas), descubrió, ya con Molloy, a Samuel Beckett. La mujer del escritor, que le empujó a enviar su manuscrito a esta editorial surgida durante la Resistencia, se llamaba Suzanne (detalle irrelevante, que sin embargo no podía evitar mencionar).

La tontería de tener 15, 16, 17 años

El emblemático Lycée Henri IV aparece en numerosas películas. En alguna escena de La belle personne, que primordialmente se rodó, es verdad, en el Lycée Molière, y sobre todo en Joven y bonita (François Ozon, 2013), donde la demasiado bella y estatuaria Marine Vacth recita aquel poema de Rimbaud que dice “on n’est pas sérieux quand on a 17 ans” (no se es serio a los 17). Ni a los 15 o a los 16, aunque a diferencia de la gélida modelo, a la pizpireta Suzanne Lindon no se le ocurrió marcarse un Belle de jour. Todo lo contrario.

Tampoco hemos detectado una palpable influencia de Minuit en su texto, sino es por ese minimalismo chic, seña de identidad de la mayoría de escritores que siguen escribiendo para la hija del fallecido Jérôme Lindon (Echenoz, Toussaint, Viel, Ravey, Oster, todos grandes en lo más pequeño ...). Minimalismo, sí. Pero defendido por una Suzanne Lindon, que no sólo ha escrito, dirigido y protagonizado su primera película, sino que también la ha bailado con esos números de danza no menos elementales, y hasta ha puesto voz a la última canción, compuesta por Vincent Delerm. Una pequeña mujer orquesta.

También suenan algunas baladas populares y añejas de Christophe, aunque preferimos fijarnos en el piano de Delerm, porque quizás no hubo nunca un compositor tan cinéfilo: Se graduó en Letras Modernas, como un servidor, con una tesina sobre el talante literario de Truffaut, para luego, ya famoso, cantar a duo con actores como Jean Rochefort o Irène Jacob, o invitar a Mathieu Amalric a leer los créditos de su disco Kensington, en una suerte de homenaje a El desprecio. Una elección nada inocente por parte de esta It Girl, con 24,1 k seguidores en Instagram (e imagen de la marca Celine), que escribió y dirigió su película sin dejar que sus padres metieran las narices.

Artista a cuenta propia

Lindon dice que ha dirigido su primera película para darse la oportunidad de actuar a su aire, ya que sus padres siempre la mantuvieron sanamente alejada de los platós, aunque el apellido, está claro, le habrá dado facilidades. Producida por Caroline Bonmarchand (La última lección, Énorme), con exiguo presupuesto y sin recibir ayudas, Seize printemps es una película, en efecto, pequeña, pero que se agradece como un soplo de aire fresco en esa, es verdad, abultadísima crónica de los afectos y desafectos de la burguesía parisina, la más chic e intelectual, esa misma que lleva siempre camisa blanca, a lo Bernard Henry-Levy. En breve, la clase alta de la rîve gauche.

Aunque uno no pueda dejar de ver en Suzanne a su padre, y explicar en ese parecido que la película se haya visto en todos los festivales del mundo, Seize printemps (Spring Blossom en su título internacional) es una obra a la que difícilmente se le pueden restar méritos si no es desde el prejuicio más obtuso. Ni que sea pequeña, ni que sea burguesa, ni que sea hija de (y goce de privilegios), son motivos válidos para desconsiderar esta pequeña joya, que no brilla por pudorosa, sino porque muestra lo que su directora ha querido mostrar, una adolescencia sin mayor problema que la fantasía. Una adolescencia chic, prácticamente vivida en directo.

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