En 1979, el escritor alemán Michael Ende regaló al mundo una obra destinada a pasar a la historia de la literatura, la novela de fantasía La historia interminable. Construida en torno a un sorprendente recurso metanarrativo (La historia interminable es el título del libro que lee el niño protagonista de La historia interminable) y repleta de giros inesperados, la aventura no tardó en convertirse en un éxito de ventas en todo el mundo.
Avalada por crítica y público, sólo cinco años después fue llevada a la gran pantalla. Michael Ende no quedó satisfecho con la película —que tan sólo contaba la primera mitad de su novela— y pidió que se retirara su nombre de los créditos iniciales, pero a la gente le encantó.
La cinta se convirtió en un referente del cine familiar de los años 80 y sus personajes, en iconos populares, desde el joven Bastian hasta el heroico Atreyu y, sobre todo, las fascinantes criaturas del reino de Fantasía, monstruos creados completamente a mano como el Comepiedras o el dragón Fujur, que nacieron en una época anterior a los efectos digitales. De hecho, a día de hoy, La historia interminable sigue siendo considerada uno de los mejores ejemplos en la realización de efectos especiales artesanos.
El padre de estos enormes e impresionantes muñecos es Colin Arthur, un artista británico que comenzó su trabajo en el cine con la creación de las caras de los simios de 2001: Una odisea en el espacio. En su reciente visita a España para conmemorar el 30 aniversario del filme, Arthur contó algunos detalles de su trabajo en La historia interminable.
"El primer personaje que creamos fue el Caracol Veloz. Salió de mi imaginación. Una vez que se acepta ese diseño, los demás tienen que adaptarse y seguir esa línea", explicó Arthur, que a sus 80 años permanece en activo y aplicando técnicas artesanales casi extinguidas por la avalancha digital. Después del Caracol llegó el dragón Fújur, una aparatosa estructura de 14 metros de largo, fabricado con látex, escamas, plumas y lana de angora, y relleno de un montón de cables con tensores que movían 20 marionetistas coordinados por un director de orquesta.
A pesar de su pasión por lo manual, Colin Arthur no reniega de las técnicas modernas de CGI (imágenes generadas por ordenador). "Pintar cosas en una pantalla no es mi forma de creatividad, mi estilo es usar una herramienta sobre un material hasta que consigo dar con la forma que estoy buscando, pero sí creo que los efectos digitales tienen su papel", cuenta el artista a 20minutos. "El agua hecha con CGI es perfecta —la apariencia, el movimiento, la física—, pero los efectos de fuego y explosiones todavía no se han resuelto, no son comparables a lo que se consigue con recursos físicos", añade.
"Respeto mucho a los creadores de efectos digitales. En muchos puntos es un trabajo muy parecido al mío. Por ejemplo, en Terminator 2, la memoria de los ordenadores era mucho más reducida que ahora y los creativos decidieron que el T-1000 fuera plateado para evitarse el problema del color. Estaban forzando las posibilidades de sus herramientas al límite, moldeando el resultado que querían conseguir con unos recursos limitados", realta Arthur.
Para el creativo, los efectos hechos por ordenador son un complemento perfecto para las técnicas artesanas. "Igual que el cine no acabó con el teatro, los efectos digitales no reemplazarán al trabajo manual", asegura, y pone como ejempo la próxima película de Star Wars, un filme del director J.J. Abrams que mostrará mucho CGI pero mezclado con técnicas tradicionales (muñecos, disfraces, escenarios reales...).
"Hace unos años se produjo una locura en el cine con los efectos hechos por ordenador, ahora la cosa se está calmando y se evalúa qué medios son los mejores para lograr lo que se busca. En mi opinión, jamás será comparable la reacción de un actor —sobre todo un niño— frente a un buen animatronic que actuando delante de una pantalla verde", comenta.
El problema de la sangre
Arthur sigue trabajando hoy día con la misma pasión que le llevó a convertirse en una referencia dentro de la industria cinematográfica. Sus dos últimos trabajos han sido en el largometraje Vampyres y en el cortometraje La cañada de los ingleses, candidato a los premios Goya 2015, ambos dirigidos por Víctor Matellano.
El cineasta también rompe una lanza a favor de las técnicas físicas y explica que, a pesar del boom del CGI, nunca se han dejado de usar del todo. "Nunca se han abandonado las técnicas digamos más manuales. Inclusive cuando se trabaja con un personaje no humano tipo Gollum o Yoda, hay que tener una base para trabajar, inicialmente un actor al que se le registren los movimientos", explica.
"Y se siguen utilizando modelos para pequeñas partes e insertos. Para trabajar con imágenes generadas por CGI es más útil que haya una base inicial, por ejemplo para un explosión o un efecto atmosférico... tener algo físico. Lo mismo ocurre con la multiplicación de masas humanas, por ejemplo", añade el director.
Matellano considera que "se está demostrando que lo más interesante es la combinación de varias técnicas, físicas y digitales". "Personalmente creo que el ordenador no ha superado al cien por cien las manos del artista. Yoda puede resultar muy convincente generado por ordenador, pero resulta frío, pierde ese toque de humanidad y ternura que mostraba en El imperio contraataca", asegura.
Uno de los géneros en los que mejor se aprecia la ineficacia de usar sólo ordenador es el terror. "Está quedando patente que la sangre generada por ordenador no siempre resulta convincente. Lo hecho físicamente que logra engañar a tu ojo en el estudio engañará también al ojo de la cámara. Por ejemplo las dos películas que ha hecho Colin conmigo, Wax y Vampyres, están hechas con efectos físicos, modelos de látex, sangre artificial, animatronics, y no hemos precisado apenas de retoque digital. Pero cuando se ha necesitado, ha sido una herramienta perfecta, combinando ambos siempre a partir de una imagen real", comenta el cineasta.
Víctor Matellano es autor del libro Colin Arthur. Criaturas, maquillajes y efectos especiales (Pigmalión), donde se hace un exhaustivo recorrido por la vida del artista británico, desde sus inicios como escultor en en el londinense Museo de Cera de Madame Tussauds hasta su colaboración con el mago de los efectos especiales Ray Harryhausen en películas tan memorables como El viaje fantástico de Simbad o Furia de titanes.
Dos disciplinas hermanas
El español Reyes Abades, maestro en efectos especiales, comparte el punto de vista de Colin Arthur. El creador de los efectos de películas como El día de la bestia, El laberinto del fauno o Balada triste de trompeta cree que no hay nada mejor que beneficiarse de lo que aportan tanto las técnicas clásicas como las modernas.
"Cuando surge una nueva tecnología se utiliza muchísimo, en todo momento, pero no todo pueden ser efectos digitales. Si quieres enriquecer un efecto especial, tienes que unir los dos campos, efectos digitales y tradicionales", asegura. "Un efecto tradicional hace que el actor tenga las sensaciones que queremos crear (que sienta el viento, la nieve, las explosiones), y un efecto digital hace que este efecto pueda ser agrandado o adornado, lo enriquece", añade el especialista.
Además, no cree que ni unas ni otras técnicas tengan contras si se utilizan como deben. Para crear buenos efectos manuales "hay que tener mucha imaginación, mucha habilidad y, sobre todo, estar abierto a las cosas nuevas que van surgiendo". Los efectos digitales sirven para potenciar eso. "Han mejorado mucho nuestro trabajo. Existe una nueva relación, se complementan perfectamente, haciendo más sencilla nuestra labor y dándole mucha más credibilidad y espectacularidad. Nos permite hacer efectos especiales que antes no podíamos hacer", concluye Abades.
Criaturas de cable y yeso
Hubo un tiempo en el que los ordenadores no ocupaban el trono de la elaboración de efectos especiales, un tiempo en el que hacer una película de aventuras, terror o ciencia ficción suponía todo un reto a la creatividad y la habilidad manual. Fue en esa época, que alcanzó su máximo esplendor en las décadas de los 70 y los 80, cuando nacieron algunas de las criaturas más emblemáticas de la historia del cine, seres construidos a base de escultura, maquillaje, sastrería y robótica. Los disfraces, las marionetas y los animatronics eran los reyes del asombro. Alien, Terminator, E.T. o las criaturas de Dentro del laberinto son sólo algunos de los muchos ejemplos de la época.
Costó 1,7 millones de dólares pero, por desgracia, sufrió muchos fallos técnicos y se acabó limitando su uso a un único brazo. Durante la mayor parte de las secuencias, King Kong era un maquillador con un disfraz creado por él mismo.
George Lucas llegó incluso a modificar el citado Episodio I para sustituir la marioneta por el Yoda de CGI.
Los fallos técnicos fueron incontables y el mantenimiento tenía que ser constante: los tiburones se hundían, su piel se corroía, la estructura se rompía debido a la presión del agua... Aunque Spielberg quería una mayor presencia visual del amenazador escualo, los problemas obligaron a prescindir de los animatronics en muchas escenas. Fueron sustituidos por una perspectiva subjetiva del animal, la cámara representaba los ojos del tiburón, un recurso que acabó contribuyendo muy positivamente a la tensión de la película.
No todo eran robots, también se usaron multitud de marionetas. El propio Gizmo (el gremlin bueno) contaba con varias de sí mismo.
El aterrador Tyrannosaurus rex era un animatronic de 6 metros de altura construido a base de fibra de vidrio y arcilla y recubierto con látex que después se pintaba. Funcionaba mediante un sistema hidráulico controlado por ordenador heredero de la tecnología militar estadounidense utilizada en los simuladores de vuelo. Además, se creó otro modelo a escala. También fabricaron versiones robóticas del Velocirraptor, el Dilophosaurus, el Brachiosaurus y el famoso Triceratops enfermo.
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