"Gente forzada del rey, que va a las galeras", explica Sancho. "¿Cómo gente forzada?", pregunta don Quijote. "¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?". El hidalgo, como castigador del orden vigente, quiere liberar a unos presos que conducen a galeras. En Castilla ya había eventuales solicitantes de asilo.
Cuando se topa con una cadena humana de condenados a gurapas (galeras), es decir, a una muerte más que probable empujando de sol a sol la palamenta de las embarcaciones, don Quijote expone su ideario judicial: "Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres".
Cuando pregunta a los galeotes por los delitos, asistimos a un debate procesal: a uno le han impuesto tres años en galeras por robar una cesta de ropa; a otro, cuatro por alcahuete; a un tercero, dos por no tener suficientes ducados para untar al procurador...
Tras negociar en vano con los guardias de la custodia, don Quijote libera a las bravas a los galeotes y les encomienda presentarse ante Dulcinea para que relaten la hazaña. Y el más avezado, el bandolero Ginés de Pasamonte, le dice: "Es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos".
El hidalgo entiende que la negativa implica un desprecio a su dama y, cambiando de humor, ataca a los presos. Estos se revuelven y caballero y escudero acaban molidos a palos, apedreados y robados. Los galeotes, como todos los condenados, no quieren paternalismo, sino libertad.
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