Persiles, un tedioso narrador

Persiles.
Persiles.
RIKI RUBIO
Persiles.

Los trabajos de Persiles y Sigismunda fue concluida por Cervantes tres días antes de morir. Es un «mar de historias», contadas por el aburridísimo Persiles, que entrecortan la peregrinación a Roma de dos príncipes nórdicos. De fondo, la rebelión y feroz represión del califato de los moriscos andaluces alzados contra España.

«Con las ansias de la muerte [...], puesto ya el pie en el estribo», Cervantes siente que se acerca el final –«el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan», escribe en el estremecedor prólogo– y culmina la obra de su vida, una parodia de las novelas de peripecias que se llamaron bizantinas.

Los protagonistas, que viajan bajo las falsas identidades de Periandro (Persiles) –un presumido enamorado de sí mismo que divaga con el único fin de «mostrar la grandeza de su ingenio y la elegancia de sus palabras»– y Auristela (Sigismunda), son meros transmisores de dilatadas historietas que van de lo estrafalario –una mujer que se arroja de una torre y se salva porque sus vestidos actuaron «de campanas y de alas», un jinete y un caballo voladores que saltan de una peña y aterrizan en el mar del Norte...– a la denuncia de la guerra de religiones que sembró Andalucía de sangre y barbaridad cuando los moriscos andaluces –«gente bautizada»– se levantan en armas contra el recorte de libertades culturales y económicas por los poderes político y religioso de España.

La «epopeya cristiana» es una crítica a la represión sin piedad de la «morisca ralea» que durante el levantamiento había degollado a curas, derribado iglesias y vendido a cristianos como esclavos. La venganza es aún más atroz. Tan presente que intimida.

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