Zen, sionista, arruinado y pop

  • *Artículo publicado en 2009
  • El veterano trovador canadiense (74 años) está de gira.
  • En verano vuelve a España para siete actuaciones.
  • Las entradas, ya a la venta.
Leonard Cohen, durante una actuación en directo.
Leonard Cohen, durante una actuación en directo.
20MINUTOS.ES
Leonard Cohen, durante una actuación en directo.

El oficiante tiene 74 años y enuncia su letanía ante unos 50.000 casi niños que le idolatran: Dame crack y sexo anal / Tala el único árbol / Y plántalo en el agujero de tu cultura / Reconstruye el Muro de Berlín / Dame a Stalin y San Pablo / Dame a Cristo o Hiroshima / Destruye otro feto / Porque no nos gustan los niños / He visto el futuro / Se llama asesinato.

No se trata de una utopía perversa. Ocurrió en julio del año pasado en Benicàssim, en la última noche del festival que patrocina una transnacional cervecera. El broche de oro del certamen fue Leonard Cohen, al que diez de cada diez asistentes deberían ceder uno de los asientos para abuelos del autobús.

Al público no pareció importarle la brecha generacional. Tampoco que el cantante sea un oráculo del apocalipsis moral, que se proclame antiabortista o defienda las tesis genocidas del sionismo.

Contradicción con traje

Cohen es una contradicción con sombrero. Fue libertino y disoluto en el Nueva York de finales de los sesenta. Acabó con el vodka de todas las fiestas, proclamó el advenimiento de un tiempo de expiación mientras se metía entre las sábanas de azúcar de Nico y Janis Joplin en el Chelsea Hotel, antro y sagrario de los artistas de la canción y la jeringa.

Al mismo tiempo, era tan integrista como para practicar el sabbath durante las giras y, en 1973, cantó para el Ejército de Israel durante la Guerra de Yom Kipur contra Egipto.

Siguió sembrando el mundo de profecías vestido de partisano. Todos le admiraban ("si no fuese yo, quisiera ser Leonard Cohen", dijo Dios Dylan). Sus canciones eran elementales pero fluyentes de semen y flujo vaginal. Los tres primeros discos (Songs of Leonard Cohen, Songs from a Room y Songs of Love and Hate), pueden llevarte a la muerte, aconsejarte cómo ser un buen padre, convencerte de que todo hijo es un traidor...

Candidato al Nobel

Tiene una obra literaria tan importante como la musical. Desde su Canadá natal (Montreal, 1934) le han propuesto varias veces para el Nobel. No exageran. Solamente las novelas El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966) y los poemarios Parásitos del paraíso (1964) y La energía de los esclavos (1972) valen más que todo lo que han dado o darán a las imprentas Le Clézio y Coetzee juntos.

Uno de esos libros contiene un verso que acaso explique el dilema de Cohen: Jamás dije la misma mentira dos veces.

Mintió, empujado por su carácter osado, cuando intentó salir de un bloqueo creativo grabando Death of a Ladie's Man (1977) con el productor del muro de sonido y hoy asesino convicto Phil Spector. Es un disco estropeado por la fanfarria y el exceso.

A finales de los noventa descubrió el zen y creyó encontrar un remedio contra la depresión congénita. Se convirtió en ayudante del monje Sasaki Roshi, uno de esos gurús de la introspección oriental establecidos en las colinas que circundan Los Ángeles.

Cohen pasó cinco años en el monasterio. Cuando bajó de la montaña, en 1999, empezó a grabar discos aún más desastrosos y desganados.

Hace cuatro años acusó a su agente de toda la vida de un desfalco de cinco millones de dólares y de dejarle al borde de la ruina, con un saldo de 150.000 en el banco.

Embarcado en un guirigay legal del que con toda probabilidad no sacará un céntimo, se vio obligado a hacer lo que menos le gusta: cantar en público.

El hombre cansado y viejo que recorre los festivales teen en los últimos años está pidiendo limosna. Quizá la merezca por sus imperecederas canciones (Joan of Arc, Famous Blue Raincoat...) y por la influencia de su elegante timbre en algunos trovadores que le imitan, pero sus shows rozan lo tétrico: perfectos (pero gélidos) músicos mercenarios, coro de vocalistas para envolver el susurro del maestro, cortinajes de terciopelo azul, un aire de ceremonial yiddish, todos con pret-a-porter a la Cohen (sombrero, traje a rayas)...

Espectáculo de Las Vegas

En suma, un aroma fermentado de espectáculo geriátrico de Las Vegas. Lo demuestra el vídeo documental Live in London, recién editado en España, que empalaga desde el primer minuto de metraje.

Este verano Cohen recorre Europa con 26 conciertos que le presentan como lo que nunca debió ser, un héroe del pop. Es ofensivo verle convertido en guiñapo, pero queda la venganza de sus duraderas palabras: No me gusta su negocio de moda, señor / Y no me gustan esas drogas que le mantienen delgado.

Quizá deba aplicarse el cuento, dejar de hacer música para cocktails -ya tenemos a Alondra Bentley y Russian Red- y volver al monasterio, al vodka o a las sábanas del vicio.


ExóticaUNA PELÍCULA

Exótica (Atom Egoyam, 1994. Miramax. 12 euros). Una canción de Cohen (Everybody Knows) suena con insistencia en este drama del canadiense Atom Egoyan. No es casual: los arcanos rituales del amor, la desesperación y la soledad, como en la obra de Cohen, son el fondo de la película, que se desarrolla en un paisaje adecuado, un night club.

I'm Your ManUN DISCO

I'm Your Man (Varios artistas, 2006. Verve. 13 euros). Los copistas se rinden ante el maestro: Nick Cave, Rufus Wainwright y su hermana Martha, The Handsome Family, U2 y otros hacen versiones del trovador de negro. Produce el siempre diestro Hal Willner, especializado en homenajes sólidos y sin idolatría a los grandes (los ha firmado a Charles Mingus, Thelonious Monk, Nino Rota y Kurt Weill).

La energía de los esclavos.UN LIBRO

La energía de los esclavos (Leonard Cohen. Visor, 1974. 8 euros). Muerte a cualquiera que rompa los sellos de este poema / en el que estoy vestido de negro. / Y benditos sean los ojos / que huyan de esta página. Desheredado, confesional, paradójico... El mejor Cohen bebiendo en estos poemas de todas sus fuentes: Lorca, la Torah y la Beat Generation.

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