Plano contrapicado

Dos ciervos enamorados

ildiko enyedi oso de Oro

Hay un tipo de cine intimista que requiere para ser disfrutado un estado de ánimo especial facilitador de la comunión con el autor. Sin esa condición, en circunstancias muy diferentes, es posible que la película resultara francamente aburrida. En cuerpo y alma, séptimo largometraje de la húngara Ildikó Enyedi y primera que realiza después de 18 años, pertenece a esa categoría. El Jurado del Festival de Berlín evidentemente supo colocarse en la onda de la directora y debió de deleitarse con la manera en que el filme combina la delicadeza sentimental con la violencia ambiental en la que ubica la historia porque le premió con el Oso de Oro, enriqueciendo la fauna que aparece en él, ciervos, toros y vacas.

Algunos cronistas destacaban la relativa inconsistencia de la trama secundaria que opera como telón de fondo de la principal, olvidando tal vez que aquella funciona como un “macguffin” de leves tintes surrealistas, y por tanto no debe de costar demasiado relativizar su importancia. En efecto, el robo de unos afrodisíacos, destinados al ganado, para su consumo en una fiesta entre los trabajadores del matadero provoca en ese centro de trabajo una investigación policial y psicológica que da lugar a un interrogatorio sobre la vida sexual de los empleados que podríamos calificar como mínimo de singular. No estoy seguro de si el sutil sentido del humor que se desliza en tales escenas ha sido aplicado deliberadamente por la directora Enyedi o es cosa mía, pero yo juraría que estar, está.

Telón de fondo, decía, que se superpone al acongojante destino de las bestias que viven enjauladas las últimas horas de vida antes de ser sacrificadas con metódica pulcritud y frialdad para ser convertidas en chuletas, solomillos y todo tipo de mercancías destinadas al consumo de las carnicerías. La mirada compasiva de Enyedi, aproximando la cámara a la tristeza en los ojos de los animales, nos permite sentir que no son cosas, sino seres vivos; no se aparta del crudo ritual de muerte que pone en escena, sin regodearse, pero también sin esquivar crueldad de la imagen. Algunos, como el arriba firmante, tuvieron que defenderse en algún momento cerrando los ojos. El absurdo comportamiento humano, diversión para los dioses, en rotundo contraste con el implacable mazazo de la muerte de unos inocentes a los que les negamos el alma. ¿Y si la tuvieran, como los replicantes de Blade Runner?

Y luego, o antes, o durante, o por encima está el feliz encuentro de dos seres solitarios (por cierto, magníficamente interpretados) que trabajan en el matadero, Maria (Alexandra Borbély) la supervisora de calidad de las reses, una joven fría y profesional que huye de todo roce con sus semejantes, y uno de sus jefes, Endre (Morcsányi Géza), un tipo cuanto menos tranquilo. Es una historia de amor que se abre paso contra los enormes obstáculos que se interponen: el espacio duro y hostil para desarrollar sentimientos en que ambos trabajan y sobre todo sus propias experiencias vitales: la incapacidad congénita de la chica, afectada del síndrome de Asperger, y el estado emocional, casi vacío, del hombre (cristalizado en la inutilidad de un brazo que con seguridad le cobra una factura psicológica) que le lleva a reconocer haber renunciado desde tiempo atrás a volver a buscar el calor de una mujer. Ella no ha renunciado al amor, simplemente ni lo conoce ni siquiera sabe lo que es el contacto físico.

Lo más hermoso de En cuerpo y alma, estrenada el viernes pasado, es la sensibilidad de la directora, sin caer en la cursilería y peligrosamente sin miedo a rozarla, con que establece un paralelismo entre las bellísimas imágenes de los ciervos en el bosque, supuesta materia onírica con la que ambos amantes elaboran sus sueños idénticos, y los deseos que van creciendo entre ellos. A semejanza de lo que en literatura dio en llamarse realismo mágico, tales sueños se sitúan en un espacio tan ambiguo que niega al espectador  elementos suficientes para despejar las dudas acerca de su veracidad. ¿Pero a quién le importa? Resta la delicada y emocionante construcción de un relato que no puede presumir de originalidad en cuanto al fondo pero sí de personalidad propia en el modo de contarlo.