Plano contrapicado

Un actor no es un perro

Un perro

Parece ser que los perros modifican sus expresiones con un ánimo comunicador. Eso quiere decir que son capaces poner buena cara a los humanos intentando camelarles para que éstos no les aticen una patada o les regalen una carantoña. Ya sabemos de sobra, porque todos lo hemos podido experimentar alguna vez, que cuando enseñan los dientes y acompañan el gesto con un gruñido es que no están de buenas pulgas y es mejor mantenerse a una distancia prudente de ellos. En fin, esto que parece algo muy conocido y fácil de deducir por el común de los mortales ha requerido del aval de un equipo de investigación de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido), previo sesudo estudio de los que a uno, ignorante, le parecen materia propia del conocimiento inútil.

“Hemos demostrado que las expresiones faciales en los perros están sujetas a efectos de audiencia. Estas pueden adaptarse según la atención humana, lo que sugiere alguna función comunicativa y no simples estados emocionales basados en la excitación de los canes”. O sea, en resumidas cuentas, que los canes son animales dotados de expresividad. Algunos críticos muy severos pensarán al leer esta noticia que es verdad, que Rin Tin Tin era más elocuente con sus muecas que, pongamos por caso, Arnold Schwarzenegger en Terminator. Aclaro, por si hay algún lector despistado, que Rin Tin Tin fue el nombre  del personaje canino interpretado por varios perros de la raza pastor alemán, protagonista de una serie de televisión de los años 50.

A mi amigo David Torres no le ha gustado nada Blade Runner 2049 y sospecho que gran parte de la culpa se la atribuye a Ryan Gosling. David le tiene una tirria desmesurada –creo yo- al protagonista de Drive y La La Land, a quien considera tan hierático como al oráculo de Delfos. Bien, diré antes que nada que a mí la ficción de Denis Villeneuve sí me gustó y mucho. Considerablemente. Tanto que, de no ser por tres cositas (aunque no menores) que la rebajan la calificación, yo la habría adjetivado como obra maestra. Pero no es éste el momento de entrar en esos detalles.

Sin que yo piense que Ryan Gosling es el hermano gemelo de Jerry Lewis, desde luego que no, en realidad coincido con David en que este actor maneja un aparato facial más bien parco en recorrido, mucho. Pero eso no le hace inútil para según qué papeles. De hecho, hay muchos actores en la historia del cine que convertían su severidad, o su economía de gestos, en el principal atractivo de sus personajes. Pienso, por ejemplo en el Alain Delon de El silencio de un hombre (El samurái) y me pregunto si Jean-Pierre Melville no se pondría de los nervios en más de una toma. Sin ir tan lejos, tampoco es que Harrison Ford hiciera ningún despliegue armamentístico de guiños en el Blade Runner de Ridley Scott. Fácil que tuviera en la cabeza el careto de Humphrey Bogart en Casablanca.

¿Por qué los directores aceptaban tanta austeridad en sus actores? ¿Eran instrucciones suyas o cosa de las estrellas? Para indagar en esta peliaguda materia habría que ir caso por caso pero yo prefiero tirar por la calle de en medio y atribuirlo a que los directores tienen muy presente el nunca bien ponderado Efecto Kuleshov.

La última vez que leí algo respecto a este principio del montaje cinematográfico fue en relación con Pablo Iglesias e Irene Montero. Resulta que un video de Europa Press contenía un inserto de un plano en el que estos dos peligrosos delincuentes se reían mientras los demás diputados aplaudían en memoria del asesinao Miguel Ángel Blanco. Dicho de otro modo: entre dos planos de la bancada que guardaba respetuoso silencio se incrustaba la imagen de los podemitas sonrientes. Lo malo es que ese plano no correspondía al mismo momento de la sesión. ¡Hombre, un poco chusca, la manipulación! Cambiar el contexto de una imagen, ya lo ven, cambia por completo su significado.

Aquí llega la explicación académica del Efecto Kuleshov. El cineasta que presta su nombre elaboró la teoría del montaje así denominada en la Unión Soviética de los años veinte. Para ello mostró tres secuencias compuestas de tres planos. El primero era el rostro de un actor más bien cara de palo de nombre Iván Mozzhujin. El segundo era un plato de sopa. Y el tercero, el mismo actor que esbozaba una mínima sonrisa. El espectador atribuía un significado fácil de deducir al rostro del personaje: la satisfacción de un hambriento.  A continuación, en la siguiente secuencia, Kuleshov cambiaba el plato de sopa por una mujer dentro de un ataúd dejando exactamente el mismo rostro del actor por delante y por detrás. El espectador ahora veía la pena reflejada en el gesto de Mozzhujin. Cuando Kuleshov sustituía el ataúd por una niña jugando con un oso de peluche, el espectador interpretaba que el actor ya no estaba triste sino que sonreía pensando en dios sabe qué.

La conclusión de este bonito experimento es que el espectador participa activamente en la atribución de significados a las imágenes en función de los contextos en que las percibe y que, por tanto, el mismo gesto es susceptible de ser interpretado de maneras muy distintas, como si se tratara de expresiones diferentes. Lo más divertido de todo esto es que no está del todo claro que el ensayo consistiera exactamente en lo explicado ya que aunque consta la explicación aportada por Pudovkin, el propio Kuleshov añadió más mordiente a  la mitología de su “Efecto” afirmando en una tardía entrevista que no hubo tal mujer en el ataúd, sino ¡una mujer desnuda en un sofá! Vaya, que sin cambiar el fondo de la cuestión la forma había adquirido un aspecto bastante menos fúnebre. Aunque muchos se temen que esto respondía o bien a una tomadura de pelo o bien a una involuntaria y senil confusión.

Aquí debajo pueden ver una versión didáctica y pícara realizada por el maestro Alfred Hitchcock.

En este punto volvemos a los perros, a los actores de limitada expresividad a Kuleshov y a Iglesias-Montero con las siguientes deducciones:

Los perros y los actores pueden ser excelentes intérpretes, tan sólo hace falta una correcta aplicación del Efecto Kuleshov en el montaje.

Ryan Gosling ofrece un excelente rendimiento en Blade Runner 2049. Su rostro puede denotar tristeza, soledad, dureza o fragilidad según convenga a Denis Villeneuve y siempre en función de con quién se vea las caras y de las cosas que se ve constreñido a hacer. Y eso sin tener que mover apenas un músculo de la cara, es la gracia que tiene.

Pablo Iglesias e Irene Montero no son actor y actriz y no hay por qué ubicar los planos en que aparecen sonriendo cuando todo el mundo guarda respetuoso silencio por un asesinado. En ese caso Kuleshov tiene vetada su presencia.

Aunque lo intuyeron, a los señores investigadores de la Universidad de Portsmouth seguramente no se les ocurrió pensar en las ilimitadas posibilidades que ofrece un arqueo de cejas a tiempo o un sutil movimiento de orejas si hablamos de cine. Incluso si los protagonistas de estos ademanes son peludos y ladran.