Asesinato en el Orient Express

Cuando Agatha Christie publicó Asesinato en el Orient Express en 1934, el crítico de The Guardian dijo que habría sido un crimen perfecto si el brillante Hercule Poirot no se hubiera subido a ese tren. El whodunnit de la reina de los whodunnit, como siempre, era enrevesado, sorprendente, pero también sujeto por un fino hilo. Ese fino hilo que, pasado por una brillante y entretenida adaptación cuarenta años después (la de Sidney Lumet, con Oscar para Ingrid Bergman), se ha estirado tanto, tanto que llega hasta esta nueva adaptación, otros cuarenta años más tarde, demasiado desgastado.

Quien no conozca la historia original, podría hasta reírse de esa resolución de este crimen “con muchas víctimas” y desmontarlo en cuatro patadas. Agatha Christie probablemente no habría vendido dos mil millones de novelas de misterio en estos tiempos. Y quien conozca la historia y la descubriera cuando aún podía divertirse con las descripciones y giros de esta escritora, se revolverá entre el tedio y la sorpresa de una adaptación que hace Branagh luchando entre la nostalgia (hasta ha rodado en 65mm) y los efectos especiales, y un final excesivamente justiciero.

Branagh, además de dirigir, se queda el papel de Poirot y como hizo Lumet llena el tren de grandes estrellas (de Judi Dench a Willem Dafoe, con Johnny Depp como el asesinado), todas tienen su oportunidad, pero solo una destaca, Michelle Pfeiffer.