Crítica de 'Astérix y Obélix y el reino medio'

Sobreexplotada ya la vía de la animación, iniciada apenas seis años después de su nacimiento en los tebeos en 1959, con una decena de títulos encabezados por la original Las 12 pruebas de Astérix, el indiscutible héroe nacional del cómic francés retoma su peliagudo camino en el cine de acción real. 

Más de una década después de su última e insabora película, que cerró una etapa con “una nube de leche” (Astérix y Obélix al servicio de su majestad), y a 24 años de distancia de la primera caza de romanos de Christian Clavier, el agotamiento de la fórmula y el ascenso de Obélix/Depardieu en el protagonista, nos ha traído hasta este nuevo enfoque, aparentemente más modesto en su producción que el primigenio del faraónico eje audiovisual francoalemán Berry-Langmann pero con novedades interesantes y hasta cierto punto (no caben efectos sorpresa al presentar los personajes y eso pesa) divertidas.

Gilles Lellouche, sin poción pero con carisma, se zampa a un Canet que juega a no cometer errores en la dirección y busca el lado healthy de Astérix y abre a Oriente el mercado (del cine) galo. Pero es sobre todo el Julio César de Vincent Cassel, perfecto rostro anguloso para el emperador dibujado por Uderzo, el que reclama para sí el trono de heredero del espíritu de Goscinny, el hecho, sardónico y mordaz, diferencial de este irreductible cómic universal.