Crítica de 'Costa Brava, Líbano'

Quizá el siglo XXI solo pueda ser explicado mediante la imagen de un vertedero, dada la inquietante deriva medioambiental y política en que nos encontramos. Pero este espacio donde se vierten nuestros deshechos, contenedor de aquello que creemos que nos sobra, funciona también como espejo diáfano que refleja los rasgos más brutos de nuestras sociedades, y en Costa brava, Líbano Mounia Akl consigue desplegar todo el potencial metafórico de ese locus. 

Su intención, denunciar el estado de putrefacción de un país que no puede evitar amar, a pesar de la corrupción y las contradicciones en las que sus habitantes se encuentran instalados. Para ello, articula una crisis familiar que se derrama por la pantalla, como una bolsa de basura mal cerrada, al poco de que el gobierno del país instale un vertedero detrás de la idílica casa de campo de la familia protagonista. 

Si la primera parte del filme se toma su tiempo para presentar los motivos y anhelos jamás expresados de los personajes, el segundo tramo se agarra al realismo mágico y azuza toda la tensión generada, quizá con menos sutileza que los pasajes del arranque, como si tuviera prisa por acelerar una combustión dramática que, por otro lado, no depara demasiadas sorpresas. Sea como fuere, es una ópera prima que muestra a una cineasta con determinación, sin miedo a decir las cosas por su nombre.