Crítica de 'Cyrano'

Dice Joe Wright que ha dirigido esta nueva versión de Cyrano como un musical para aquellos que no les gustan los musicales. Pero su afirmación habría que matizarla porque este Cyrano, adaptación de la obra clásica de Edmond Rostand, una reinvención escrita para el teatro por Erica Schmidt, es un musical en mayúsculas, un musical clásico como aquellos de la MGM que abrazaban las canciones pletóricos. 

La diferencia quizá es que Wright se ha permitido la licencia de saltarse el rigor histórico por todas partes: incluyendo alguna escena casi de pelea rapera de gallos, pasos de baile break dance… Entre director, guionista y reparto buscan una actualización de una de las historias de (des)amor más trilladas. El Cyrano que interpreta Peter Dinklage ya no necesita una gran nariz para no sentirse digno del amor de su amada, Roxanne (una gran voz la de Haley Bennett), quien a su vez es una mujer más independiente y con sueños más allá del propio amor. 

Christian (Kelvin Harrison Jr.) no es tan simplón, sino un resultado de su pasado y condición social. Ese triángulo en una localización más real (Noto, en Sicilia) que un plató inventado, las melodías y letras de The National que entran y salen sin ninguna lógica tradicional (las canciones se encadenan, o hablan cantando), la búsqueda del amor que invade cada minuto, cada color pastel y movimiento de brazo… Es un musical, sobre todo, para quien le gusten los musicales.