Crítica de 'Goliath'

El cine francés lleva años apostando por un cine político de altura, muchas veces basado en hechos reales que ayudan a radiografiar el estado del país. De su gobierno a la banlieue, de su historia reciente hasta los chalecos amarillos, las películas se adentran, no pocas veces sin necesidad de forzar el subrayado ideológico, en asuntos tan relevantes como el que aborda Goliath:

La lucha de un grupo de agricultores, y de su modesto abogado, contra un gigante de los agroquímicos a causa de unos pesticidas para las plantas presuntamente provocadores de cánceres. Y ahí, tanto en su estructura como en el retrato del letrado y en sus ideales, Frédéric Tellier, director y coguionista, se apoya en un mito del cine del compromiso y la resistencia: la magistral Veredicto final.

Inspirada en la denuncia real de un modesto agricultor contra la empresa Monsanto, centrada en un componente llamado glisofato, Goliath da miedo no solo por los productos químicos, sino casi más por las malas artes de las empresas, sus abogados. “Los trolls y los bots dejarán en nada los comentarios antitetrazina”, afirma uno de ellos. Canónica a lo largo de todo el relato (quizá demasiado), incluyendo al clásico ‘garganta profunda’, Goliath es férrea y está comandada por dos grandes personajes: un abogado cansado y un joven profesional de la falacia.