Crítica de 'La brigada de la cocina'

Podría, perfectamente, ser de Nakache y Toledano. De hecho, parece un sello ¿verdad? Algo ya reconocible, ese cine francés ágil, buenrrollista, tragicómico, hábil y bienintencionado. También totalmente convencional, sin que por ello resulte menos válido, menos útil en su bastante rígida apología del entretenimiento. 

Bueno, pues así es La brigada de la cocina, que mezcla gastronomía, televisión y exclusión social tal como si de una fórmula se tratase. Dos más dos, cuatro. Aparece algo así como el Masterchef francés para dinamizar el invento, una feel good movie de autoayuda que a pesar de todo resulta simpática en su más absoluta y colosal previsibilidad.

Debe ser algo inherente a las películas sobre cocina, que tienen un sabor, un ingrediente –perdón por el redundante chiste– secreto que le pone ese sabor a la vida y al cine para camelarnos enteros y hacerse perdonar los pecados. Hay ramalazos de cierta actitud bienpensante –ese tramo final– y hay mirada social que reconduce en invento hacia lo humanista y los meandros de la reconciliación y el entendimiento entre seres discordantes. Lo uno va por lo otro y la casa –perdón, la cocina– acaba bien barrida y la encimera como los chorros del oro.