Crítica de 'La voluntaria'

Dos virtudes esenciales sobresalen en La voluntaria. Por un lado, su mirada poco complaciente sobre los dejes funcionariales en las organizaciones de voluntariado. Esos “no podemos hacer eso”, “¿ah no, por qué?”, “son las normas”. Algo que se diría especialmente planificado, una intención troncal de la película y, ay, algo repetitiva pero sin duda de calado. La otra virtud es, claro, la creación de Carmen Machi, muy convincente, a ratos conmovedora.

La protagonista de existencia gris, médico jubilada, que cambia de vida en un campo de refugiados griego, a la búsqueda de sentido o algo similar. Machi inyecta fuerza y emoción a su personaje, bastante por encima de la trama, bienintencionada y valiosa –retratar las contrariedades del mundo en que vivimos es algo obligatorio para el cine de hoy– pero contenedora de, me temo, excesivos convencionalismos. Sus hijos se antojan caricaturizados. 

Las compañeras voluntarias, demasiado cuadriculadas, bordean el subrayado permanente. Y la relación con Ahmed, el niño que le roba el corazón a la protagonista, pronto se convierte en enfática y machacona. Se agradecería un extra de complejidad en el trazo de los personajes, arquetipos monocordes. El tercio final abraza el drama sin disimulo y con riesgo. El plano final es fabuloso.