Crítica de 'Los reyes del mundo'

En Los reyes del mundo, Laura Mora Ortega nos introduce en la violenta realidad social colombiana desde el prisma de lo fantástico, lo fantasmagórico, lo lisérgico. Es una historia de cinco amigos expulsados de la sociedad, que nunca estuvieron dentro de ella, que nunca tuvieron nada, ni familia, ni hogar, solo los unos a los otros y a ratos. Son constantemente humillados, maltratados, ninguneados, solo piden respeto y disfrutar un poco de su dignidad. 

Cuando a uno de ellos, al mayor, que es casi como un padre para el resto, le llega una carta del gobierno para restituirle unas tierras arrebatadas a su abuela, se les aparece la posibilidad de una tierra prometida, de un refugio, de un hogar, algo dado por hecho, pero que ellos nunca supieron qué es. 

Dispuestos a recuperarlo, se embarcan en un viaje a pie, salen de Medellín, pensando que habían habitado una ciudad dura y se encuentran con un camino y un viaje lleno de personajes y elementos aún más crueles, aunque con excepciones tiernas, como las mujeres del burdel.

A lo largo de ese periplo hay niebla, barro, sudor, alcohol, lágrimas, un caballo blanco. Todo parece real y nada lo es. La directora nos suspende en un hilo de realismo mágico y fantasía onírica apoyado en un mapa sonoro envolvente. El hogar es un paraíso prometido, una utopía con la que sus protagonistas nunca dejarán de soñar a pesar de todo.