Crítica de 'Mali Twist'

¿Hay algo más subversivo que un cuerpo bailando, absorto en la plenitud de sus gestos, en la potencia de su movimiento? De las danzas serpentinas de Loïe Fuller a los pasos de baile de los granujas de Banda aparte (1964) o a los prohibidos de Footlose (1984), ¿cómo no asociar la energía del baile a la de la vida que se levanta, se echa a la calle y lo pone todo patas arriba? Las vibrantes fotografías sobre la juventud maliense de los sesenta firmadas por Malick Sidibé, ‘el ojo de Bamako’, han inspirado a Robert Guédiguian en su nuevo viaje a la revolución sesentayochista. 

En Mali Twist, el veterano cronista fílmico ya no se fija en la jovialidad y posterior desafección de los revolucionarios europeos, sino en la juventud de Bamako de esos años, cuando el país africano tomaba sus primeros pasos hacia el sueño socialista como país emancipado. Para ello, construye dos historias de amor: la de Samba y Lara, un amor fou cargado de ensoñación adánica; y la de los jóvenes del país con el twist y el rock n’ roll, música sobre la cual construyen su manera de estar en un mundo que creen que cambia al son de su ritmo.

Conocemos de sobra el final de esta historia, otro ejemplo del derrumbe revolucionario global –por si cabe recordarlo–, pero en Mali Twist cuentan muchas otras cosas: la alegría de los personajes ante un horizonte de posibilidades, la esperanza coreada en el centro de la pista.