Crítica de 'Unicorn Wars'

En un bosque, un unicornio campa a sus anchas. Es un territorio virgen, precioso, pero a la vez peligroso; y el mamífero de un único cuerno, un ser mágico. No lejos de ahí, en un campamento, un grupo de ositos amorosos se entrena para la batalla final… contra los unicornios. La película de Alberto Vázquez tiene esta genial premisa: someter sendos iconos de lo cuqui a la brutalidad de lo bélico. 

A partir de aquí, se convierte en la película española más sorprendente del año. Unicorn Wars no solo aprovecha las pautas del cine de guerra para subvertir la imagen de lo bondadoso, sino que da la vuelta a la idea de un cine de dibujos animados. La película evidencia muchas ideas de la cultura pop que a menudo han estado enterradas entre líneas, como una concepción queer de los aparentemente asexuados personajes de cierta animación.

En el campamento Corazón, Azulín trata con desprecio a su hermano menor, un osito rosa, rechoncho y bonachón. La disputa refleja las tensiones de la propia película, entre el retrato de la ternura y el de la crueldad. Que lo perverso emerja de las formas aparentemente inofensivas de unos ositos amorosos no es extraño: como decían en el programa Deforme Semanal, en lo cuqui siempre ha habido algo siniestro. Unicorn Wars saca esta oscuridad del subtexto y la sitúa en un primer plano para hablar de algo tan humano como la maldad y su reverso.