Crítica de 'Mi crimen'

22 películas en 25 años es una auténtica proeza, más en estos tiempos. Más aún si buena parte de ellas son ejercicios destacables, memorables y hasta premiados. Lo de François Ozon empieza a ser un caso único hoy. Mi crimen llega a España menos de un año después de su anterior filme, Peter von Kant. Poca distancia de fechas, mucha de tono. Y más lejana está la que ahora estrena de sus inmediatamente anteriores, casi a filme por año: Todo ha ido bien, Verano del 85, Gracias a Dios… 

Mi crimen se colocaría entre sus comedias ligeras (aunque luego no sean tan ligeras como parecen), como 8 mujeres, como Potiche. Inspirada en una antigua obra de teatro, es la historia de dos mujeres sin dinero en los años 30 del siglo pasado. Madeleine (menudo descubrimiento Nadia Tereszkiewicz al verla también este mes en La gran juventud) es una actriz sin trabajo, acusada de asesinar a un gran productor después de que este intentara abusar de ella. 

En su defensa sale su amiga, Pauline (Rebecca Marder), abogada también desempleada. Entre las dos, deciden mentir y fingir que Madeleine sí es culpable creando alrededor del caso una defensa feminista, muy MeToo, que las convierte en estrellas en lo suyo. Y tal éxito acaba siendo la envidia de la auténtica asesina, otra actriz, también desempleada y que también tenía sus razones defensa propia (feminista).

Ozon se trae así una historia pasada a la actualidad y para lograrlo sin resultar subrayado ni pasado, se ha rodeado de un reparto brillante, novel (las excelentes protagonistas) y veterano (Fabrice Luchini, Dany Boon o Isabelle Huppert se lo pasan visiblemente bien). Y los coloca a todos en unos escenarios preciosos y detallistas, en unas secuencias tradicionales, casi teatrales que beben del mejor cine dorado americano y les ha regalado un guion cargado de divertidas frases y de guiños anacrónicos. Un divertimento sensacional.