Crítica de 'Cuando acecha la maldad': Satán bendiga el mate-terror

Campeones indiscutibles de la Copa América del Cine, los argentinos se mantienen también invictos en el Torneo del Terror Fílmico sudamericano. Resulta envidiable su ola creativa de mate-terror que ha traspasado las espectaculares páginas escritas por Samanta Schweblin o Mariana Enríquez, para impregnar los fotogramas de películas como Los olvidados (Luciano y Nicolás Onetti, 2017), Los que vuelven (Laura Casabe, 2020) o el anterior trabajo de Demián Rugna, Aterrados (2017). 

En esta ocasión, Rugna visita un indeterminado tiempo y espacio campestre, que se convierte, como en Distancia de rescate, de Claudia Llosa, en escenario de un brutal gótico sureño que revisita con originalidad el cine de zombies. Cuando acecha la maldad consigue asustarnos a plena luz del día gracias a la espectacular fotografía de Mariano Suárez. Pero lo más interesante es lo que tiene de sociológico, análisis imposible de esquivar en un país tan dado a visitar el diván del psicoanalista. 

Al igual que ocurría con el fantaterror español de los setenta, el filme concentra en los niños todo el miedo y la paranoia de la historia. Los pequeños se convierten así en un reflejo de un país condenado a la falta de futuro y que ha abrazado la esquizofrenia con un fervor que, a los ojos del mundo, suena a enajenación colectiva. Sus protagonistas, como los ciudadanos, precisan de un exorcismo colectivo que se antoja imposible. 

Será casualidad, pero que su estreno se produzca al tiempo que Javier Milei se convierte en presidente y abre las puertas a un futuro incierto, aumenta exponencialmente el escalofrío del espectador. ¡Si hasta uno de sus grandes momentos lo protagoniza un tremendo perrazo que bien podría ser un clon de Conan, el mejor amigo del hombre del peinado imposible!

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