Escuchando Niño futuro

Rafael Berrio, fallecido hace un año, quiso que el público escuchara su nuevo disco en una sala de cine. Pero el autor decidió acompañar a los espectadores, quería estar a su lado mientras descubrían las canciones y a la vez disfrutar esa experiencia desde la perspectiva del creador. Por eso aparece él mismo en pantalla compartiendo con el patio de butacas esa escucha. Una auténtica propuesta sensorial en principio pensada para el oído que, convertida de la mano de Andrés Daniel Sainz en película, expande su campo de influencia también a la vista.

Es un anticoncierto, porque lo que se ve durante el metraje es al artista sentado en la mesa de grabación escuchando sus propias creaciones en un plano fijo. Mientras sigue con el movimiento de su cabeza el ritmo de la batería, repasa las letras de los temas con sus labios, pero en silencio, como si estuviera en un karaoke íntimo y anuncia un riff de guitarra con los dedos. Gestos mínimos y sutiles, repletos de emoción contenida, que conectan al músico con sus canciones y con un universo personal, repleto de dulce e incisiva ironía y profundos sentimientos; con unas letras de vocación poética, cargadas de potentes imágenes sobre el amor y la muerte; y con una voz propia en todos los sentidos. El hecho de poder escuchar Niño futuro en compañía de su desaparecido creador justifica la película y también es una hermosa despedida para Rafael Berrio.