Fanny Lye liberada

En una granja, en medio de un paisaje agreste, una familia ve perturbada su existencia con la llegada de una pareja joven. Estamos en la Inglaterra del siglo XVII, atrapada entre la preponderancia de la moral conservadora y la promesa del libertinaje. Es un período de tensión, de crisis, de desequilibrio. Thomas Clay, el director de Fanny Lye liberada, traslada esta incertidumbre a las imágenes, teñidas por una niebla incesante. Lo mejor de la película es precisamente esto: su capacidad de revelar el estado de ánimo de aquel período a partir de la atmósfera.

Al poco rato de comenzar la película, un plano secuencia muestra a la familia Lye alejarse de su granja. Se disponen a acudir a misa (lo conservador), pero en seguida la cámara recula para volver a la casa, aislada, vacía, en la que entran los dos jóvenes, cuyos cuerpos desnudos corren campo a través (lo libertino). La escena es fascinante, y apela a las perturbadoras formas del “home invasion”. La intromisión ya ha sucedido: la llama de la pasión juvenil ha penetrado en el ambiente frío de la granja, entre arboledas y pasto escarchado. Fanny Lye liberada recuerda a películas como El ojo de la aguja, aquel film sobre un espía nazi interpretado por Donald Sutherland, que se ve atrapado en una pequeña isla, en la casa de un matrimonio. El paisaje de verdes acantilados y de bajas temperaturas se veía perturbado por la pasión amorosa entre el recién llegado y la esposa.

En Fanny Lye liberada, en medio de los dos polos (lo viejo y lo nuevo, lo tradicionalista y el desenfreno) se encuentra Fanny, encarnada por una magnífica Maxime Peak: ella se debate entre la rigidez y el autoritarismo de su marido y los excesos de los jóvenes. La convivencia entre las dos familias va dibujando una violencia latente, que solo puede hacer que estallar, de la misma manera que la sexualidad que se debate constantemente se aboca a la explicitación. En todo este trayecto, Fanny barrunta sobre su lugar en la casa y sobre su relación subyugada a la figura del marido.

La tensión se traslada a la dialéctica, al debate, a los diálogos. Quizá llega un punto en que la película de Clay se apoye en exceso en las palabras. Ahora bien, aunque la película decae hacia la mitad del metraje, el final es tan contundente y el inicio tan sugerente que la atmósfera cala hasta los huesos, como el mismo clima gélido que retrata.