Crítica de 'Las leyes de la frontera'

Aunque no es tan redonda como El Niño (2014), ni recibirá tantos premios como Celda 211 (2009), la última película de Daniel Monzón se inscribe con honores en la tradición de aquel cine quinqui que, de la Loma a De la Iglesia, amamos locamenti: pisa el acelerador de un SEAT 124 y no hay quién la pare. Sus grandes bazas son un muro de sonido a lo Caño Roto, levantado por los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, con la ayuda de un puñado de clásicos, y Begoña Vargas. 

La joven actriz quema la pantalla bajo la piel de una improbable gitana empoderada y se merienda a sus partenaires masculinos: Marcos Ruiz, que se queda en yogurín, pese a que en teoría madura, y Chechu Salgado, atrapado en un rictus de malote. Ganan algunos secundarios, como Daniel Ibáñez, alias Piernas, que sabe cómo llenar la pista de baile a lo Tony Manero. La ambientación funciona a medias, por momentos recuerda a un desfile de la Humana adornado con objetos de atrezzo que no dejan de parecerlo. 

En cuanto a la adaptación de la novela de Javier Cercas, el guionista Jorge Guerricaechevarría acierta en deshacerse de casi todo lo que transcurre más acá de los principales hechos, aunque lo poco que queda igual resulta superfluo, y es una pena porque contiene una idea poderosa: en la neblina del pasado, la melancolía se vuelve más desasosegante cuando se evocan recuerdos que no están, las cosas que nunca llegaron a suceder.