Los Mitchell contra las máquinas

En el eterno debate sobre el arte y el artista, a menudo obviamos hasta qué punto el arte es el artista. Crear es una habilidad innata humana, pero todos bebemos inevitablemente de nuestras experiencias personales, y esto se termina reflejando en lo que hacemos lo queramos o no. Tú eres tú y tus circunstancias, firmes un drama familiar autobiográfico o una desternillante comedia de acción sobre la rebelión de las máquinas. Esto, por supuesto, es ambas cosas a la vez.

Pero también es una película sobre el propio hecho de crear. El personaje de Katie Mitchell refleja la narrativa del outsider desde la perspectiva de alguien que solo quiere hacer arte como sea, y esto pone a la película en un curioso estado de vulnerabilidad tanto en su lado más autobiográfico como en el metarreferencial; al final estamos viendo una película delirante sobre (y hecha por) alguien que quiere rodar películas delirantes. Sería hasta abrumador si Mike Rianda y su equipo no tuvieran clarísimo todo lo que quieren contar.

Porque, como gran parte de la mejor ciencia-ficción, Los Mitchell contra las máquinas establece un balance ideal entre su lado más costumbrista y su lado "apocalipsis robótico", estando ese último siempre supeditado temática y emocionalmente al primero y reforzando el núcleo de la película (los propios Mitchell) sin dejar que su tesis sobre el uso de la tecnología en el mundo moderno resulte simplista o barata en ningún momento. En resumen, si alguna vez os habéis preguntado como fusionaríais Eighth Grade y Bienvenidos al fin del mundo, esta es vuestra película.

Pero también es una historia tan descaradamente personal que resulta hasta reduccionista establecer comparaciones. Y esto se refleja en su ejecución en pantalla; hemos visto conceptos como este, pero nunca así. Entre su endiablado ritmo y lo perfeccionadísimo que logra tener el tono de cada escena, emotivo cuando quiere resultarlo e hilarante el resto del tiempo (la secuencia del supermercado, por su cuenta, ya es la comedia del año); la película va a por todas en todo momento, como si esta fuera a ser la primera y última oportunidad de Rianda de crear arte. Y, por el camino, logra lo impensable: trasladarte como espectador la imperiosa necesidad de ser la siguiente persona que cree algo así.

Bueno, algo así no. Algo que te refleje a ti.