Nannerl, la hermana de Mozart

Si en Amadeus (1984) el verdadero protagonista era ese Salieri frustrado y enajenado por la risita histérica del genio, en esta aproximación a la intimidad familiar de los Mozart es su hermana la que roba un protagonismo que la Historia le había negado. Al final va a resultar que el menos interesante era el propio Wolfgang…

Ambientada en los años en los que el Sr. y la Sra. Mozart paseaban a sus hijos –Nannerl, voz y teclados; Wolfi, violín– como atracciones musicales por las cortes europeas, la película de René Féret rechaza la euforia maniaco-depresiva de la película de Forman, y opta por la pausa, el silencio y la calidez de las películas de época de Eric Rohmer. No podía ser de otra manera, Nannerl ha sido colocada por el padre en un segundo plano y la figura de su hermano comienza a proyectar una sombra de talla sinfónica. Sin embargo, su drama es otro: a diferencia del niño prodigio con el que convive, ella se ve obligada a crecer. Para una adolescente en aquella época significa paradójicamente dejar de ser, hacer, aspirar… y en el caso de la protagonista, asumir que vive un tiempo en el que la música es cosa de hombres.

Similar en planteamiento y tono a Todas las mañanas del mundo (1991), en la que la música hablaba tanto o más que sus personajes, Nannerl es una pieza de delicadeza extrema y asombrosa modestia. Ni un alarde ni un gesto virtuoso, está contagiada por el espíritu de esta abnegada hermana.