Orígenes

Perdido el juego de palabras del título en inglés –ojo y yo, misma pronunciación, principios de lo subjetivo, portal a lo universal–, Orígenes es una ficción que juguetea ingeniosamente con la ciencia, cogiendo ideas de aquí y allá para dotar de verosimilitud a algo que serviría para que Iker Jiménez entonase un “escalofriante”.

El director Mike Cahill (Otra Tierra) vuelve a hacerlo: utilizar una premisa ci-fi para hacerse las grandes preguntas. En este caso, una –“¿existe la reenacarnación?”– que para muchos no estaría ni entre las mil que hacerse antes de morir, aunque para él resulte, cómo decirlo, trascendental.

Superados los efluvios new age, por fortuna queda en Orígenes una construcción muy bien encadenada en la que lo romántico, espiritual y pragmático conviven con una asombrosa naturalidad, dando lugar a situaciones que en circunstancias normales cualquier agnóstico descartaría inmediatamente. Sin embargo, algo imperceptible aportan con sus interpretaciones Michael Pitt y Brit Marling, que consiguen bajar la película a la Tierra –sobre la española Astrid Bergès-Frisbey recae el punto etéreo–, y contagian ese “¿y si?” tan humano ante coincidencias desconcertantes o situaciones desesperadas.

El otro gran mérito de la película: hacer volar la imaginación desde algo tan cercano y pequeño como la imagen de un iris, que observado de cerca recuerda a esas galaxias inmensas e inexploradas.