Serena

Mal entendido, el lema matrimonial “Hasta que la muerte os separe” puede acabar en masacre colectiva. Seguir a pies juntillas este axioma, no obstante, ha dado lugar a piezas brillantes en la historia de la cultura. Por ejemplo, aquel libro de Emanuel Carrère que narraba la descomposición de una pareja según la amenaza de la locura se iba infiltrando en su promesa de amor eterno por algo tan absurdo como un bigote. En el caso del pasional matrimonio que integran Bradley Cooper y Jennifer Lawrence en la última película de la danesa Susanne Bier, la cosa va más allá de un presunto problema piloso.

Habiéndose casado con esa premura y desparpajo de la que carecemos en el siglo XXI, George y Serena Pemberton (una joven que ha perdido a su familia en un incendio) se trasladan a las arboladas montañas de Carolina, donde él gestiona un negocio maderero amenazado por los tempranos brotes ecologistas de los años 20. Es en esa ambientación, en unos años 20 rurales, desprovistos de glamour y charlestón, donde la cinta de Bier gana al espectador, con un vestuario y un paisaje, un universo, poco retratado en el cine. Bradley y JLaw se mueven con naturalidad por este escenario frondoso, interpretando a una pareja de rufianes y corruptos homicidas capaces de hacer palidecer a parejas modélicas como la de la reciente Perdida y con tales enajenaciones mentales que, a su lado, los personajes que ellos mismos interpretaron en la bailonga El lado bueno de las cosas, se quedarían en raritos a secas.

Pero si aquella película aspiraba a ser una comedia, Serena ambiciona el drama, uno de esos dramas épicos de época en los que el amor desbordante de una pareja hace que olvides todo lo demás. Y no lo consigue. Tal alejada del dogma de sus primeras películas, Susanne Bier se enreda en un guión demasiado culebronesco como para dejar lugar al análisis brillante que prometía. La sucesión de hechos empacha, los excelentes secundarios (Toby Jones, Rhys Ifans) se pierden en la escalada dramática y todo toma una dirección tan previsible que es inevitable esperar que aquella promesa matrimonial se cumpla antes de tiempo.