Crítica de 'Slow': el hombre enamorado que no necesitaba el sexo

¿Se puede desear profundamente a alguien de un modo que no sea sexual? Quizá sí, pero, ¿lo entenderá la otra persona? La complicidad está ahí, en los dos, poniendo de su parte. Pero también la vulnerabilidad, de nuevo de ambos, y con cada uno en un extremo radicalmente opuesto. En su tercera película, primera estrenada en España, Marija Kavtaradge se ha acercado a un precioso idilio entre un hombre y una mujer en el que él (rancios arquetipos, fuera) es un ser asexual: nadie le atrae ni le ha atraído nunca, y no necesita el sexo. 

Candidata por Lituania al Oscar a la mejor película internacional, con coproducción española (Pau Cólera tiene un pequeño papel), Slow reflexiona con sentido, cariño, dulzura y complejidad sobre las posibilidades de ese amor a través de la particular fisicidad de los cuerpos, contrastando con la danza contemporánea que practica ella, y con una textura de grano duro en la fotografía tan rugosa como la relación sentimental de la pareja. ¿Es posible atar ese vínculo tan bonito sin tener que seguir unas pautas obligatorias? ¿Se puede hacer el amor cuando una siente que el otro solo lo desea por ella y no por él mismo? La respuesta, al menos la de Kavtaradge, la tienen en el cine.

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