The Secret of Kells

ENTRE TANTO CHISTE DE DREAMWORKS y tanto juguetito inteligente de Pixar, a veces nos olvidamos de que hay vida más allá de ogros verdes y vaqueros de trapo en el mundo de la animación. Este año tuvieron que ser los Oscar, esos premios convencionales y anquilosados, los que nos pusieran, por sorpresa, sobre la pista de esta delicia visual y derroche de imaginación que es The Secret of Kells, última joya de la animación tradicional en la que no vemos asomarse ni de lejos el omnipresente (y cansino) 3D. Es la historia de un joven monje irlandés ansioso de aprender a leer y escribir, de conocer la vida que se esconde detrás de los gruesos muros de Kells, construidos por su sobreprotector tío, el Abad, para defenderse de la amenaza oscura: los vikingos. Mitología celta (por la leyenda del Crom Cruach, deidad precristiana, y la referencia a Aisling, la amiga loba-humana, sueño en gaélico) mezclada con un poquito de espiritualidad, fe y magia y un mensaje universal de amistad, de la victoria de la cultura frente a la violencia. “Deja volar tu imaginación”, le dice el monje sabio al monje joven. Y, mientras se lo dice, nosotros volamos en ese mundo de líneas rectas y curvas que nos recuerdan las ilustraciones miniaturistas y delicadas de los libros medievales que hacían los monjes, las mismas que el pequeño Brendan está aprendiendo a dibujar para salvar a la civilización. Porque son los libros los que nos hacen avanzar, no los muros ni las espadas (vikingas). La música entre celta y gregoriana de Bruno Coulais (Los mundos de Coraline) es la perfecta compañera de esta victoria de la imaginación visual a la que sólo le podemos reprochar cierta lentitud de ritmo.

Irene Crespo