Cinemanía - Noticias

Amparo Muñoz: la triste historia de la miss que fue actriz, estrella del destape y repudiada por la industria

Amparo Muñoz
GTRES

Siendo adolescente, Amparo Muñoz tenía como principales aspiraciones vitales trabajar como secretaria y formar una familia. Lo primero lo consiguió pronto. De hecho, fue estando trabajando como secretaria en una empresa de publicidad de vallas exteriores cuando el director del diario Sur de Málaga —donde ella acudía a poner anuncios— la animó un día de 1973 a presentarse a un concurso de belleza denominado Miss Costa del Sol. 

La malagueña le hizo caso, con la esperanza de poder ir entrando así en el mundillo de la interpretación y, a las pocas semanas de coronarse como ganadora de aquel certamen, se presentó a Miss España, donde también se alzó con el triunfo a sus 19 años.

Dos meses después de ganar aquel certamen, Muñoz era ya uno de los personajes más populares del país y tenía varias películas en cartelera. Vida conyugal sana (1974) supuso su primera incursión en el mundo del cine, aunque la actriz se limitase aquí a encarnar a la muda protagonista de un anuncio publicitario que mantiene obsesionado a José Sacristán. 

'Vida conyugal sana'
Cinemanía

Poco que ver con su trabajo en Clara es el precio (1975), dirigida por Vicente Aranda, donde dio vida a una mujer casada que se pone a ejercer de modelo para películas pornográficas con el objetivo de ganarse unas perras.

"En Clara es el precio se encuentran con la tesitura de que Amparo es menor de edad (según la ley de la época) y que, además, es la primera vez que afronta un desnudo. Entre todos, la convencen y, además, encuentran una fórmula que les ponía a salvo de las posibles repercusiones legales que pudiera tener aquello. Así, le ponen un antifaz en la escena de desnudo, con lo que siempre les cabía la posibilidad de decir que no se trataba de ella", explica a CINEMANIA el escritor y periodista Miguel Fernández, que recientemente ha publicado La vida rota. La biografía definitiva de Amparo Muñoz (Roca Editorial).

La actriz y modelo se convirtió en el verano de 1974 en Miss Universo (la única española elegida hasta la fecha). Pero la joven no estaba dispuesta a tragar con ciertos abusos y, apenas seis meses después de ganar, se convirtió en la primera miss que renunciaba al título pese al contrato leonino que pretendía ligarla a la organización del evento durante años. 

"Desde el mismo momento en que Amparo llegó a Manila, se dio cuenta de que, detrás de toda la parafernalia, había una intención de utilizar a la ganadora del concurso, que se había organizado como un gran lavado de cara del régimen filipino", apunta Fernández.

Amparo Muñoz en el certamen Miss Universo en Manila, 21 de julio de 1974.
©GTRESONLINE

La tramposa fiebre del destape

"Creo, sinceramente, que los concursos de belleza sirven para manipular a la mujer y su personalidad", les confesaría una vez a varios reporteros mexicanos Muñoz, que fue algo así como una pionera del feminismo sin saberlo. Al rebelarse contra la corporación y desvincularse totalmente de ella, la malagueña pudo recuperar el control de su vida, aunque la osadía no le salió barata tampoco.

Amparo Muñoz recibió amenazas, perdió bastante dinero al haber incumplido el contrato que firmó, y pasó de vivir en la Quinta Avenida de Nueva York y estar cerca de iniciar una carrera en Estados Unidos a verse rodando películas del llamado cine de destape, que en los años setenta parecía una de las pocas opciones de trabajo para cualquier actriz joven española que se preciase.

Muñoz lo pasaba fatal cada vez que tenía que filmar una escena de desnudo. Sin embargo, como tantas otras compañeras, acabó aceptando las reglas de aquel tramposo juego basado en la sexualización y mercantilización del cuerpo femenino que algunos intentaron vender como un valiente desafío a la dictadura.

Es más, la malagueña llegó a convertirse en uno de los iconos de la Transición gracias a cintas como Sensualidad (1975), un melodrama dirigido por Germán Lorente donde compartió créditos con Fernando Fernán Gómez y Pilar Velázquez —quien, por cierto, la enseñó a llorar durante el rodaje—. "Amparo carecía de una base técnica y de una formación actoral, y es con la solidaridad de las compañeras con lo que va saliendo adelante", expone Fernández.

Sensualidad
Cinemanía

La belleza y el carisma que irradiaba Muñoz la ayudaron a convertirse en uno de los principales reclamos del cine español de los setenta. Eso fue lo que le permitió ponerse a las órdenes de afamados directores como Eloy de la Iglesia, que la hizo protagonista de La otra alcoba (1976) —donde compartió escenas sexuales con quien al poco se convertiría en su primer marido, el actor y cantante Patxi Andión—, o Carlos Saura, que en Mamá cumple cien años (1979) le regaló un papel que le acabó valiendo el premio a la mejor actriz secundaria en el Festival de Bruselas.

La vida sonreía a Muñoz en esa época. Al menos, en lo profesional. La actriz había buscado siempre una pareja que le diera la estabilidad que encontró en la figura de su padre —"un hombre en toda la extensión de la palabra, humano y cariñoso, con el que pueda sentirme protegida", en sus propias palabras—, aunque podría decirse que no tuvo demasiada suerte en el amor. 

Andión, que durante años se había dedicado a desafiar la censura en el franquismo con sus canciones, quería que su esposa se limitara a ejercer de ama de casa y, para disuadirla de rodar filmes, solía decirle que era mala actriz.

Aquella actitud controladora destrozó a la malagueña, que más tarde definiría su relación con el cantautor como "un calvario por los celos continuos e infundados" de él. Después de separarse de Andión, la malagueña vivió un romance con el productor Elías Querejeta, entonces casado y con una hija. 

"En la etapa en la que vive con Elías, tanto por la actitud protectora y paternalista que tiene él para con ella, como por su propio espíritu de superación, Amparo toma clases con Cristina Rota, recibe clases de piano, de dicción, etc., pues está convencida de que llegará a ser una actriz importante", explica su biógrafo.

El negro pozo del ostracismo profesional

Su relación con Querejeta ayudó a darle un giro a su carrera, pero su posterior adicción a las drogas —a las que se enganchó a raíz de su boda con un anticuario y traficante chileno—, y esa maldita doble vara de medir del público (tan acostumbrado entonces a ver a las mujeres como el sexo débil) y la industria cinematográfica (tan habituada a las actrices de usar y tirar) llevarían a Muñoz a caer al negro pozo del ostracismo profesional.

Miguel Fernández recuerda que, en aquellos años, existía mucha desinformación sobre la problemática del consumo de drogas, y tomar sustancias, en según qué ambientes, estaba visto casi como un signo de modernidad. El escritor narra incluso en su libro un viaje de la actriz con Antonio Flores y Camarón de la Isla para comprar droga. Claro que ellos han pasado a la historia como auténticos genios de la música, mientras que a ella se la sigue recordando muchas veces como una pobre y débil yonqui. Todo un clásico.

"Cuando interesó cambiar ese discurso sobre las drogas, se utilizó a Amparo con aquella desdichada 'Operación Primavera' que [en abril de 1987] la llevó a encabezar los titulares con una presunta detención [en Barcelona por supuesta tenencia de heroína], detención que resultó no ser tal, porque la misma noticia aclaraba después que no había sido detenida ni había causa abierta contra ella", añade Fernández. 

Asimismo, allá por 1983, durante el último día de rodaje de una película en Filipinas, Muñoz abofeteó y tiró del pelo a la productora, Natalia Palanca, que la demandó por ello. Dos años después, la española sería condenada a cuatro años de cárcel y ganaría la reputación de ser problemática.

Aunque la verdadera guinda al pastel de aquella campaña de desprestigio fue la publicación en enero de 1990 la falsa noticia de que padece sida. Sobra decir que los comentarios públicos derivados del desconocimiento y el estigma social relacionado con el VIH/sida hicieron mella en el estado anímico de la actriz. 

En torno a la misma época, se comentó también que Miguel Bosé tenía sida. El propio cantante tuvo la oportunidad de acudir a un programa de televisión presentado por Mercedes Milá para desmontar el bulo y zanjar así la polémica. Muñoz no tuvo tanta suerte como él, y jamás recibió la oportunidad de poner freno a las habladurías sobre su supuesto estado serológico, ni tampoco fue resarcida de los daños durante una larga temporada.

La industria le dio la espalda a la actriz, que en torno a esa época se casó en El Rincón de la Victoria con Víctor Rubio Guijarro, comenzó a practicar budismo en Málaga y pasó por serios apuros económicos que la obligaron a desprenderse de los inmuebles que había ido adquiriendo. "Fueron siete u ocho años de absoluto ostracismo, de que no la quisieran para nada en ningún sitio", apunta Fernández. "Paul Naschy fue el único que la vio en un programa de nostalgia de Canal Sur y pensó 'Oye, esta mujer podría tener una nueva oportunidad'. Él fue quien la sacó del olvido [en la película Licántropo: El asesino de la luna llena (1996)]".

Reconciliación con el ingrato mundo del espectáculo

Tras participar en aquella película de terror sobre hombres lobo, Fernando León de Aranoa, consciente de lo injusta que había sido la profesión con una actriz tan notable como Amparo, le ofreció coprotagonizar la aplaudida comedia Familia (1996). Después llegarían su primera obra de teatro La habitación del hotel (2000), dirigida por Manuel Galiana, donde le tocó encarnar a una moza de espadas interpretada por Aurora Frías, su regreso a la vida en la capital española y su reconciliación con el ingrato mundo de la farándula.

Por desgracia, la alegría duró poco para Muñoz, que fue intervenida en Valencia de una afección neurológica y se trasladó entonces a Málaga, donde pudo refugiarse en el calor de los suyos, lejos del circo mediático. Con la ayuda de Miguel Fernández, ya enferma, sacó fuerzas de flaqueza para ponerse a redactar sus memorias, que llevaron por título La vida es el precio y vieron la luz en el año 2005. "Salí de Málaga en 1973 y volví 30 años después, enferma y desorientada, acostada sobre un colchón en un monovolumen", comentaría la actriz en aquel libro.

Durante la promoción, Muñoz optó por eludir las preguntas sobre las etapas más jodidas de su vida con la contundente frase: "No todo lo que he vivido ha sido una mierda". Su biógrafo apostilla ahora que "Amparo quiso hacer aquel libro de memorias para demostrarle y hacerle saber a la gente que no todo lo que le había pasado en la vida había sido malo, siniestro y trágico, y que había sido una mujer muy feliz. Amparo era una mujer terriblemente positiva. De no ser así, con todas las circunstancias a las que hizo frente, cualquier otra persona habría tirado la toalla. Ella, en cambio, fue pertinaz en la búsqueda de una dignidad profesional y de una dignidad como mujer".

Quienes la conocieron aseguran que Amparo Muñoz era una mujer terriblemente carismática y cercana. También que, ya al final de sus días, tenía serias dificultades para mantener el equilibro y para ver. Su luz se apagaría definitivamente en febrero de 2011, dos meses después de que le diagnosticaran un inoportuno tumor, cuando apenas contaba 56 años. 

La actriz falleció rodeada de su gente, aunque sin ser capaz de reconocerse en el espejo, perseguida de cerca por los paparazzi, y aferrándose a una vida que, en cierto modo, le habían arrebatado mucho antes.

loading...