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Atlàntida Film Fest 2023 en Filmin: un 'giro' por Italia en tres grandes películas documentales

Imagen de 'Las aventuras de Gigi La Ley'
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Un festival presencial y un festival online son conceptos distintos. La gran pantalla no es lo mismo que el televisor (aunque sea tamaño narcotraficante), pero el mando a distancia permite repensar la programación siguiendo el flow de uno mismo. No cabe duda de que, en su primera jornada en Atlàntida Film Fest, el flow de este cronista fue uno muy italiano. 

A lo mejor porque, en el momento del binge watching festivalero, andaba soñando con unas buenas vacaciones en Italia. Pero siempre es mejor pasarlas en casa, sin tener que soportar los timos de las compañías aéreas y sus maletas pequeñas que tienen que caber debajo del sillón. Y más con un festival a domicilio, como el de Filmin.

'La marcha sobre Roma': deconstrucción del orgulloso mentón mussoliniano

Mark Cousins, prolífico historiador visual del cine que en agosto estrena Mi nombre es Alfred Hitchcock, deconstruye aquí la marcha supuestamente gloriosa de los camisas negras, desde Nápoles, y otros puntos de Italia, a Roma, en octubre de 1922.

Imagen de 'La marcha sobre Roma'
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El videoasta se detiene particularmente en la película propagandística A noi! Dalla sagra di Napoli al trionfo di Roma (Umberto Paradisi, 1922), y desmonta sus trucos: planos encuadrados para dar sensación de masa enfebrecida; tomas que se repiten para lo mismo; disimulación de los aspectos más bochornosos, como las jornadas transcurridas bajo la lluvia, o el hecho que de que Mussolini pasara la mayor parte de la triunfal llegada a Roma en su habitación del hotel Savoy, negociando con las fuerzas ocultas, como la masonería, que él mismo acabaría reprimiendo a lo bestia.

Y también muestra la construcción de la imagen de Benito Mussolini, su tardía aparición en A noi!, debido a que, al principio, esperó en Milán, cuna del movimiento, presto a huir a Suiza si el golpe fracasaba, y sus primeros pasos en público, todavía inseguros, antes de la imagen de action man polifacético que se promocionaría después.

Como es habitual en sus numerosos videoensayos, Cousins también echa mano de otros títulos para completar el relato del auge y caída del fascismo, desde È piccerella (1922), de la cineasta pionera Elvira Notari, que retrata una jornada festiva en Nápoles, a Saló (P. P. Pasolini, 1976), sobre la degeneración de la República que Hitler se inventó para el depuesto Duce, pasando por títulos tan populares como El conformista (B. Bertolucci, 1970) o Una jornada particular (E. Scola, 1977), además de otras películas muchísimo menos relacionadas con el tema, que ni siquiera vamos a citar.

Aunque es un ejercicio de lo más interesante, también podría haber ido mucho más lejos, incorporando, por ejemplo, La marcha sobre Roma (Dino Risi, 1972) –seguramente excluida por una cuestión, siempre pesadísima, de derechos de autor–. Se puede lamentar también que no aluda, imaginamos que para no confundir, a los muchos cineastas que crecieron durante el fascismo, como Rossellini nuestro Dios, o que tampoco se meta en el jardín de la Mostra de Venecia, el más veterano festival de cine del mundo, creado al amparo del Duce, con unas primeras ediciones particularmente gloriosas, independientemente de la abyecta ideología que lo alumbró.

Está claro que vivimos tiempos aciagos, con esa subida loca de la extrema derecha favorecida por la polarización económica y social. Pero La marcha sobre Roma peca de una cierta simplificación del discurso. Gracias por recordarnos que Mussolini es el germen de todos los demonios del mundo, desde Hitler y Franco a Trump y Bolsonaro; incluso, según Cousins, podría ser culpable de la guerra de Ucrania (sic). 

En vez de irse tan lejos, el británico podría haberse adentrado en la instrumentalización del cine dentro del fascismo italiano. Lo mismo con el Bella ciao que cae con los créditos finales. Después del fenómeno La casa de papel, ha quedado como un cliché. Un poco como No pasarán, eslogan que por su fatalidad implica un indeseado derrotismo.

'Marx puede esperar': evocación del hermano injustamente olvidado

El perfecto contraplano de los grotescos discursos del Duce –asomado al sempiterno balcón y precedido por su orgullosa mandíbula, seguida de sus labios carnosos y de sus exaltados ojos de diva teatral (o como de película de terror, que diría Cousins)– es el de la mirada de asombro de dos bebés arrancada del álbum familiar de los Bellocchio. 

'Marx puede esperar' de Marco Bellocchio

Ellos son el propio Marco Bellocchio y su hermano Camillo, nacidos el mismo 9 de noviembre de 1939 en Bobbio (en el Norte de Italia, a 45 kilómetros de Piacenza) y supuestamente gemelos, aunque diríamos que más bien mellizos, pues se parecían más bien poco: Marco es de rostro más bien rectangular, y de macizo pelo moreno, mientras que Camillo era de faz redondeada y de pelo más bien lacio y rubio.

Marco Bellocchio es, como sabe cualquiera que haya llegado a esta línea, el último gran director que nos queda de la era dorada del cine italiano (por mucho que tengamos a los todavía jóvenes Pietro Marcello y Alice Rohrwacher para consolarnos), mientras que Camillo, intimidado por la genialidad de sus hermanos –también estaba el escritor Piergiorgio Bellocchio, fallecido en 2022, poco después de la foto de familia de este conmovedor documental–, nunca supo muy bien cuál era su lugar, y se sintió siempre perdido y frustrado, incubando una angustia existencial que al final se le hizo imposible de soportar. Se quitó la vida un año después de que el cantante Luigi Tenco se pegara un tiro en la cabeza en el Hotel Savoy de San Remo, supuestamente a raíz de haber sido eliminado del festival de la canción, en el que competía con Ciao amore ciao.

El suicidio no siempre es una decisión, puede no ser más que la única salida cuando el dolor de la angustia se vuelve insoportable, algo fácil de vislumbrar para los que hayan lidiado con la bilis negra. Camillo era un melancólico incurable a la deriva, incapaz de realizarse, incapaz de hacer nada por su vida. Se suicidó a los 29 años, en un año tan políticamente agitado como el de 1968. 

Al descolgarlo, una de sus hermanas recibió en la cara el resto de aire que le quedaba en los pulmones. Es horrible, pero así fue. Sus hermanos, ocupados en abandonar la burguesía para defender al proletariado, no le prestaron atención. Iba a decir la “debida” atención, pero lo cierto es que, entonces como ahora, nadie le debe nada a nadie. Todo el mundo está tremendamente solo, y algunos no pueden soportarlo.

Más de medio siglo después, Marco Bellocchio reúne a los suyos para recordar a su hermano, y muestra cómo la sombra de lo que fue Camillo planea sobre toda su obra, antes incluso de la tragedia, ya desde Las manos en los bolsillos (1965), la película rodada en el Bobbio de la casa familiar que supuso su consagración en Locarno: Camillo y Lou Castel se parecían mucho. Más que comprender, Marco Bellocchio trata de recordar, y de rendir homenaje, porque si él pasará a la historia del cine, la tragedia de su hermano corría el riesgo de ser olvidada.

Marx puede esperar, desgarrador título extraído de una de las cartas de Camillo, es el retrato de familia que trata de permanecer unida a pesar de todos los pesares, sobre todo de lo que Bellocchio define en algún momento como un “desierto afectivo”. A sus sus 81 años, el maestro vuelve a demostrar está en una buena forma que ya quisieran los Garrone, Sorrentino y compañía.

'Las aventuras de Gigi La Ley': investigación de un truhán y un señor

El suicidio forma parte del día a día de Gigi La Ley, que también podría hacerse llamar Gigi l’amoroso, a tenor de su irresistible encanto y su desmedido coqueteo con la desconocida que está al otro lado de la radio de su coche patrulla, con el que surca los alrededores de San Michele al Tagliamento (a 75 kilómetros de Venecia). Por el pueblo también pasa el tren, y es muy fácil tomar esa vía. Basta con saltarse el paso a nivel para encontrar una muerte segura.

A diferencia de 1968, cuando era un tabú que había que tapar con historias, el suicidio está ahora en el centro de la conversación. Y la ola de suicidios sume al simpático policía, que vive solo rodeado de naturaleza asilvestrada, en una suave melancolía, que no consigue borrarle la sonrisa. Gigi siempre está de broma, para irritación de su jefe, al que llama “El faisán”, aunque este nunca aparezca en el plano. No sabemos si el comandante alcanzó a ver la película, y Gigi tuvo que colgar el uniforme, devolver su placa y todo lo demás.

Como los dos títulos anteriores, vuelve a tratarse de un documental. Gigi (Pier Luigi Mecchia) se interpreta a sí mismo, y el director de la película, Alessandro Comodin, es su sobrino. Todo queda una vez más en familia. Al mismo tiempo, es evidente que, como en gran parte del cine contemporáneo, estamos ante otro híbrido de realidad y ficción. La película se inscribe perfectamente en el libro de estilo del festival de Locarno, donde se llevó un premio gordo, con planos largos que permiten a los personajes habitar la escena, pero no es excesivamente morosa, ni de línea dura. Al contrario, transmite una ligereza digna de Julio Iglesias cantando en italiano.

Gigi se pasa casi toda la película al volante, solo o con diferentes acompañantes, como si fuese una sitcom rodante, atravesando soleados paisajes, y persiguiendo algunas de sus obsesiones: un vecino anónimo y medio fantasmal, que a lo mejor podría tener relación con el síndrome lemming que asuela la región. Una de sus funciones es acompañar a pacientes al centro del salud mental, y al salir de una de esas expediciones, Gigi se rompe, evocando un traumático episodio en un largo monólogo, que emociona tanto a su guapa acompañante, que le toca el brazo, como a nosotros mismos, hundidos en nuestro sillón vacacional, lejos del Tagliamento. Pero con el mando a mano.

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