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[Cinema Ritrovato 2021]: Belphégor y el comunismo toman Bolonia

Belphégor, 1927
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Dos fantasmas han ocupado la ventana online del 35º Cinema Ritrovato, la gran cita de cine patrimonial y cine clásico del verano europeo. El primer fantasma, el del Louvre, se ha manifestado a lo largo de los cuatro capítulos del serial Belphégor (1926), dirigido por Henri Desfontaines; mientras que el segundo, el del comunismo –un espectro tal vez más temido que los espíritus del ultramundo–, ha hecho lo propio en las imágenes de la ficción propagandística Kuhle Wampe o ¿a quién pertenece el mundo? (1932), firmada por Slatan Dudow. Ambas obras, por supuesto, restauradas excelentemente en las mejores calidades digitales posibles.

Para los amantes del serial fílmico de misterio, Belphégor es una de las guindas de la Société des Cinéromans, la emblemática compañía francesa especialista en folletines de misterio. Fundada en 1919 por el polifacético René Navarre, junto al novelista Gaston Leroux, creador de El fantasma de la ópera (1910), pronto se añadiría a la nómina de socios colaboradores Arthur Bernède, imprescindible novelista de folletín detectivesco gracias a obras mayúsculas como Judex (1917) y, por supuesto, Belphégor.

Bernéde desdoblaba su talento adaptando policíacos y obras de misterio en las oficinas de Cinéromans y también como plumilla para los rotativos Le Matin, Paris-Soir y Le Petit Parisien. En este último vio luz Judex, publicado por entregas justo coincidiendo con el estreno en salas de la versión fílmica, a cargo de otro gigante, Louis Feuillade. Una estrategia promocional prototransmedia (si se me permite el peculiar neologismo) que, obvio, solo podía ser un éxito, tal y como demuestra que, más de un siglo después, los actuales conglomerados mediáticos no han cambiado ni un ápice esa metodología de marketing.

Noticia del estreno de 'Judex' en España
ABC

Sea como fuere, para el estreno de Belphégor, Cinéromans iba a promocionar el filme con una estrategia calcada: Jean Sapène, entonces director de varios periódicos, entre ellos Le Petit Parisien y capo de la compañía, incorporada ya al conglomerado de Pathé-Consortium-Cinéma, decidió que la publicación de la novela por entregas coincidiría con el lanzamiento en salas del serial de cuatro episodios.

Así se crea un mito

El hype generado ante el estreno estaba más que justificado. Primero, su historia contiene los tropos habituales del género, presentados en un envoltorio de lujo. Belphégor arranca de noche, en el interior del Museo Louvre, cuando en la sala de los dioses bárbaros el vigilante del museo se topa con una extraña presencia. A la noche siguiente, el jefe de los vigilantes es asesinado. Días después, un periodista es atacado. ¿Es cierto lo que dicen los rumores: que tras la máscara de Belphégor se encuentra un fantasma asesino?

Crimen y misterio en un entorno aristocrático –el Louvre y sus célebres escaleras Daru, retratados por primera vez en el séptimo arte–, juegos de despiste, disfraces mediante, la suficiente dosis de romance melodramático, además de un villano genial, conforman la base del guion de Bernède, a cuyo empaque cabe sumarle la presencia de René Navarro en el rol del detective Chantecoq. Aparte de ser uno de los rostros de Cinéromans, Navarro era muy querido por el público tras haber interpretado a Fantômas, Mandrin o el mismísimo Vidocq en seriales previos y aquí su fotogenia luce esplendorosa y carismática.

Si bien es cierto que Belphégor es uno de los folletines silentes que mejor han logrado esquivar el paso del tiempo y el amenazador olvido del público –gracias sobre todo a su recuperación con la serie televisiva homónima de 1965, de Claude Barma y protagonizada por Juliette Gréco, y a sucesivos remakes como La máscara del faraón (2001), de Jean-Paul Salomé, o la serie catódica de animación Belphégor–, no estamos ante una de las obras de Cinéromans más fáciles de ver en nuestro país. Recuperarla en el marco del Ritrovato online era, pues, obligatorio.

La copia exhibida da cuenta de la dimensión de superproducción del trabajo. Se trata de una nueva restauración realizada a cuatro manos por la Fundación Jéróme Seydoux-Pathé en los laboratorios de L’Immagine Ritrovata, con la ayuda de la Cinémathèque Française, a partir de un internegativo y una copia de nitrato original. El resultado, una copia digital en 4K, es especialmente brillante en los abundantes primerísimos primeros planos, como el finísimo detalle del cañón de un revólver, y en las no pocas escenas nocturnas, sea en el interior del Louvre, con las espectrales apariciones de Belphégor, o en otros escenarios.

Por supuesto, nada puede sustituir la experiencia de disfrutar de Belphégor en el Cinema Jolly de la bella Bolonia con el piano en directo del músico Antonio Coppola, pero la nueva partitura creada por Benjamin Moussay, coronada con una evocadora canción que cierra cada capítulo –interpretada por Bertrand Belin– acompaña de manera exquisita el visionado doméstico del serial.

Épica del proletariado

¿Qué es el arte político?, se preguntaba Bertolt Brecht mientras desarrollaba su ‘estética materialista’ de las artes. Es probable que en Kuhle Wampe o ¿a quién pertenece el mundo? (1932), dirigida por Slatan Dudow, llegara a dar con la respuesta a esa espinosa pregunta. Los famosos ocho minutos finales de este clásico agit-prop comunista, cuyos diálogos sobre la plusvalía, la economía global y el desajuste laboral provocado por la avaricia de la clase dominante se le atribuyen al célebre dramaturgo alemán, poseen aún hoy un vigor poderoso, tanto en lo político como en lo cinematográfico.

Centrémonos en lo cinematográfico. Kuhle Wampe es una de las películas de culto del cine propagandístico realizado durante la República de Weimar. La censura que sufrió inmediatamente tras su estreno en 1932, a pesar de recibir un severo tijeretazo por afrontar el tema del aborto, y la posterior prohibición a la que estuvo sometida durante el régimen nazi, de 1933 a 1945, es uno de los motivos que la han elevado a ese estatus privilegiado. El colectivo que la perpetró es otra de las razones.

Bertolt Brecht y Slatan Dudow ya se conocían al haber trabajado el segundo en varias piezas teatrales del primero. Ernst Ottwald contribuiría asimismo a la escritura del guion de la película, mientras que el compositor Hanns Eisler, discípulo de Arnold Schönberg, el padre del dodecafonismo, vendría a cerrar la red de amigos y colaboradores que conforman el equipo artístico de la obra. Bajo el patronazgo del Partido Comunista Alemán, el objetivo era irrumpir con fuerza en el espacio del cine sonoro y sacudir la conciencia de la clase trabajadora.

Kuhle Wampe presenta varios contrastes únicos en relación con la dialéctica cine silente y cine sonoro que tuvo que resolverse en esos primeros años de sonido en el séptimo arte. La película, de hecho, parece inscribirse en la estética del montaje del cine soviético liderado por Serguéi Eisenstein y, por la elección de algunos elementos argumentales, parece asimismo adscribirse al realismo social de la época. El magistral prólogo de la película, que narra al compás de la partitura de Eisler la malograda jornada del hijo pequeño de una familia pequeñoburguesa en busca de trabajo, concluyendo con la devastadora línea de diálogo “Un parado menos”, es paradigmática de la fuerza expresiva de la obra.

Kuhle Wampe
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La película narra, en pocas palabras, la emancipación de Anni, hija de la familia pequeñoburguesa en cuestión, a través de la solidaridad colectiva y, con ello, aprovecha para criticae abiertamente el comportamiento apolítico de la pequeña burguesía y de la clase obrera. Su propuesta, una fábula sobre las bondades de los lazos entre el proletariado en un momento en que la crisis económica alentada por el crash del 29 golpeaba con fuerza a la ya tambaleante República de Weimar.

Uno de los aspectos visuales más relevantes de Kuhle Wampe es la descripción de la contracultura de educación proletaria y de asociaciones deportivas de proletarios de la época. Dudow filma con registro documental un encuentro juvenil deportivo, en el que los jóvenes compiten alegremente mientras cantan el himno Solidaritätslied, de Ernst Busch. En términos ideológicos, se trata de uno de los momentos clave de la película y uno de los más radicales.

Al Partido Comunista no le acabó de agradar que la protagonista despertara políticamente en un entorno ocioso, en vez de en el espacio de trabajo convencional, la fábrica. Por otra parte, la representación estética de este encuentro deportivo y político levantó ciertas suspicacias entre los estudiosos en relación con las imágenes El triunfo de la voluntad (1936), de Leni Riefenstahl. A pesar de que Kuhle Wampe pone también en escena la representación de un cuerpo político, hay una distancia abisal, no obstante, con las imágenes propuestas por la cineasta del régimen nazi.

Restaurando la propaganda

Las fuentes sobre cómo se recuperó el material fílmico de Kuhle Wampe han ido variando desde que la película resurgiera tras la Segunda Guerra Mundial. El material original sin censurar jamás se recuperó y todo el trabajo de restauración se ha ido realizando desde entonces a partir de una copia en 35 mm, en posesión de los archivos fílmicos de la República Democrática de Alemania desde mediados de 1950, depositada por Dudow después de que la Cinémathèque Française le enviara esa copia, la última que quedaba con vida por entonces.

“Han pasado tres y hasta cuatro generaciones de duplicaciones de ese material original de la película”, señalaba Martin Koerber de la Deutsche Kinemathek en una ponencia en el Ritrovato sobre la última restauración de la obra. Una investigación realizada entre 2019 y 2020 logró dar con una copia en nitrato de 1932 alojada en los archivos del British Film Institute y con otro tipo de fuentes provenientes de Prasens-Film, productora del filme, custodiado en la Cinémathèque Suïsse; que han servido para realizar una nueva copia digital en 2K. No obstante, la versión original de Kuhle Wampe sin las escenas eliminadas sigue todavía perdida en el tiempo.

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