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Claudio Biern Boyd, creador de D'Artacán, Willy Fog y David el Gnomo: "No sabía que lo que hacía era tan importante para las personas"

Claudio Biern Boyd rodeado de sus pequeñas creaciones.
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D’Artacán, Willy Fog, Ruy, el pequeño Cid, David el Gnomo… Todos salieron de la fértil productora de Claudio Biern Boyd (Palma de Mallorca, 1940). 80 años como 80 soles y todo vitalidad. Profundamente modesto, acepta que no sabe coger un lápiz, pero eso no ha impedido que sus personajes sean reconocidos en todo el mundo.

¿Cómo empieza en la animación?

Vamos a ser sinceros: yo lo hacía para ganarme la vida. No sabía que era tan importante para las personas.

En un primer momento se dedica a la distribución de anime japonés. ¿Qué recuerdo tienes de esos años?

¿Tú has visto Lost in Translation? Pues mira, esa chica debería pagarme royalties. Lo que le pasa en la película a Bill Murray es exactamente lo que me pasó a mí. Estuve yendo casi 10 año. Acabé aburriendo el sushi. Cuando tenía que ir a Japón me iba a una charcutería en La Garriga y me hacía envasar al vacío jamón serrano, chorizo, butifarra blanca y queso manchego… Me lo comía en la habitación del hotel con una cerveza entre lágrimas.

Los viajes de entonces debían ser de aúpa…

Todavía hoy no sé cómo lo hice. No había nada. Teníamos que ir con los storyboards en maletas especiales en los aviones. Como pagábamos tanto de exceso de equipaje íbamos en primera. El vuelo de Madrid a Tokio eran 28 horas. Teníamos que hacer escala en Anchorage porque Rusia no permitía sobrevolar su espacio aéreo.

¿Cómo llegó a la producción?

Yo distribuí Marco, Banner y Flappy, Tom Sawyer… Los japoneses eran una máquina de hacer animes. Tenían un acuerdo con una bebida para críos, y eran los que compraban el espacio televisivo. Necesitaban una cantidad de producción brutal, así que recurrieron a la literatura. Eso me hizo pensar que nosotros podíamos también adaptar a Emilio Salgari o Alejandro Dumas.

Una imagen promocional de 'D'Artacán y los tres mosqueperros'.
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También importó Mazinger Z. ¿Es cierto que la retiraron de TVE por su contenido violento?

Eso es mentira. Corrió un bulo de que había inducido a la violencia a un menor, pero no hubo nada de nada.

¿Llegó a trabajar con la gente del Estudio Ghibli como Hayao Miyazaki o Isao Takahata?

Sí, sí. Ellos empezaron con Heidi, que era de la productora Zuiyo, y de ahí pasaron a Nippon Animation, con Motohashi. Las reuniones eran increíbles. Te decían “hai” (sí) durante media hora. Y cuando acababas de hablar, te decían que no, que te estaban entendiendo, pero que no estaban de acuerdo. En cuanto subieron los precios nos fuimos a Taiwán, y luego a la China de Mao.

¿Qué diferencias ve entre la animación de entonces y la de ahora?

Los guiones de ahora se hacen en línea y media. No hay estructura narrativa, no hay sentimientos, no hay valores. Todo es odio, venganza y destrucción. En mis series hay acción pero no hay violencia. Ves chichones y coscorrones, pero jamás una gota de sangre. Eso para mí es sagrado. En las series estadounidenses aprietan un botón y desintegran a 35 personas de golpe.

¿Había más valores en los 80?

Sí, claro. Fíjate en mis series. En Willy Fogg un inglés se casa con una India y respeta a todo el mundo. En David el Gnomo se trataba de un canto a la ecología. En D’Artacán se subrayaba el valor de la fidelidad y de la amistad.

Repite en las entrevistas que los niños españoles comen yogures gracias a usted…

Totalmente. Me aproximé a Danone hace 40 años para ofrecerles el uso de merchandising. Por entonces el yogur se consideraba un alimento casi para enfermos. Ellos nunca habían asociado su marca a la animación, pero un directivo acepto probarlo en Málaga: con equis yogures regalaban un adhesivo de Bugs Bunny. Las ventas se dispararon. Y empezamos con los cromitos. Lo mismo pasó con Panrico o Profidén. Era como una subasta. Había bofetadas. Las madres compraban los cromos de David el Gnomo, no el yogur.

De todos los talentos que ha conocido en su dilatada carrera, ¿cuál le impresionó más?

Bill Hanna y Joe Barbera vinieron a visitar España, y como yo era el representante de sus producciones, comí con ellos y con sus mujeres. Ya eran mayores y estaban jubilados, pero para mí fue como conocer a dios. Eran encantadores y la mujer de Bill le hizo un comentario de los más elogiosos que me han hecho jamás, le dijo: “fíate de Claudio”.

¿Qué le hace sentir más orgulloso de su dilatada carrera?

He cumplido la palabra que me di cuando empecé: poder ver mis series con mis hijos sin avergonzarme. Después, que todo el mundo tararee las canciones de mis series animadas. Y, en resumen, para mí, hacer feliz a los demás, es la felicidad plena.

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