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[Contracrónica] El enésimo guantazo de los Oscar

En (la cabeza de) la Academia de Hollywood debió de sonar espectacular. Recortamos premios en la gala en directo, ganamos tiempo para las actuaciones y el humor de los cómicos, rescatamos aniversarios clásicos porrillo y nos abrimos a nuevas muestras de diversidad todavía inéditas. Un plan sin fisuras. Hasta que empezaron a abrirse pequeñas grietas: el desconcierto de unos premios ya anunciados que luego se recogían en diferido, editados sin interés ya, se mezcló con algunos aniversarios pillados con pinzas (30 años de Los blancos no la saben meter15 años de Juno, frente a los 50 de El padrino y Cabaret, los 60 de James Bond y los ¿28? de Pulp Fiction). Esa mezcla hizo que los primeros buenos golpes de las presentadoras Amy Schumer, Wanda Sykes y Regina Hall (sobre todo, de la primera: "Este año la Academia ha decidido contratar a tres mujeres para presentar los Oscar porque les sale más barato que contratar a un hombre" / "Este año en el In Memoriam tendrían que salir los Globos de Oro") pronto se vieran ahogados por el mismo ritmo cansino de los últimos años. Ahí se vieron sepultados también por la arena del desconcierto los premios para Dune. 

Tras los primeros chistes de las cómicas, Ariana DeBose incidió en la diversidad con su emocionante mensaje queer y afrolatino al recibir el premio a la mejor actriz de reparto por West Side Story. Nos las prometíamos todos tan felices que hasta hubo tregua con J. K. Simmons tras sus desafortunados comentarios muy al Oeste de El poder del perro. Pero las contradicciones empezaron a surgir: al momentazo del discurso con la lengua de signos del actor sordo de CODA, Troy Kotsur, le sucedió el absurdo intento de cortar (varias veces) el discurso del director de Drive My Car, el japonés Ryûsuke Hamaguchi. Ese fue el punto de inflexión. Ni el minuto de silencio por Ucrania ni los buenistas (y francamente mejorables cinematográficamente) premios a los guiones de Belfast y, de nuevo (empezaba a oler a ganadora) CODA, pudieron remediarlo. El guantazo de Will Smith al cómico Chris Rock, tras un comentario de este último sobre la cabeza rapada de Jada Pinkett-Smith, hizo añicos la diversidad feliz de una edición de los Oscar muy repartida. 

La ceremonia se enrareció, y hasta la brillante Jane Campion, visiblemente feliz, eludió el discurso de género en su aceptación del galardón a mejor dirección, cuando se esperaba algún detalle de la mujer que había logrado por vez primera dos nominaciones en esta categoría, tras estar tan cerca de ganar este galardón por El piano. El "¡Viva Ucrania!" de Coppola, escoltado por De Niro y Pacino (que no dijeron ni pío) y las bonitas palabras de Jessica Chastain (mejor actriz principal) sobre los tiempos difíciles que vivimos no pudieron levantar los ánimos porque Will Smith desaprovechó la oportunidad de redimirse por su agresión. El actor, ya con su Oscar por su trabajo en El método Williams en la mano, prefirió envolverse en la bandera del victimismo y se justificó ante Dios y ante los hombres como una víctima y como una especie de mesías que mezcló ficción y relaidad. Pidió perdón a la Academia (a Rock ni agua) de aquella manera, y acabó bromeando sobre volver el año que viene, con la esperanza de que no se lo impidan. A los que nos van a volver a intentar convencer para que volvamos seguro es a nosotros, los trasnochadores cinemaníacos que aguantamos todo esto año tras año, que todavía nos llevamos un último palo con la victoria final de un filme tan poquita cosa como CODA (remake de la cinta francesa La familia Bélier), el colofón de una noche en la que las promesas de una noche falsamente plácida se llevaron un buen bofetón de realidad, ego e ira. Visto lo visto, perdidos de un extremo al otro, entre el buenismo menos cinéfilo y un iluminado como Will Smith, es lógico que cada vez nos cueste más aceptar la invitación de la Academia.

El bofetón de Will Smith a Chris Rock

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