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‘Downton Abbey: Una nueva era’, otro entretenido y reconfortante ‘afternoon tea’

Los Crawley y amigos.
Ben Blackall

La segunda película de Downton Abbey suena a despedida. Aunque ya sonaba a despedida la anterior, la primera que cogía el testigo de las seis exitosas temporadas de la serie original, con la enfermedad de Lady Grantham (siempre grandiosa Maggie Smith), así que no adelantaremos acontecimientos. Sobre todo, porque la secuela ha salido también muy bien de la cabeza de Julian Fellowes, el maestro de estas historias del cambio de siglo, de presentación de clases y protagonismo coral desde y tacitas de té, desde que se iniciara en la época para Robert Altman con la maravillosa Gosford Park hasta su última incursión dando el salto al otro lado del Atlántico en La edad dorada.

Downton Abbey: Una nueva era arranca solo meses después de donde se quedó la primera película. Empieza con el reencuentro con todos los personajes, dueños y sirvientes en la boda del personaje que queda entre ambos, Tom (Allen Leech), con Lucy. Una ceremonia sencilla y un banquete que va rápido pasando de uno a otro para dejar claro que están todos (o casi) de vuelta. Un banquete, por cierto, que no esconde su influencia colorista y divertida de El padrino (salvo por la sangre).

Isobel y Violet, la mejor pareja de Downton.
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De ahí a una visión emotiva y altiva de la protagonista absoluta de esta saga, la mismísima Downton Abbey, la casa, la mansión de Yorkshire que se rueda en realidad en Berkshire en Highclere Castle, una residencia privada y ahora también atracción turística de primer orden en Inglaterra. Dentro de ella, sin perder más tiempo se plantea la principal premisa de esta nueva entrega: Lady Grantham ha heredado una villa en el sur de Francia. ¿Por qué? Por un antiguo amigo (¿o algo más?), un tal Marqués de Montmirail que acaba de fallecer y al que ella no veía desde que antes de que naciera su hijo, Lord Grantham (Hugh Bonneville). La sorpresa y la invitación al chismorreo es instantánea con una Violet que parece disfrutarlo incluso no estando en sus mejores momentos.

Casi en paralelo aparece la segunda trama de esta segunda película: un director de cine (Hugh Dancy) quiere rodar su próxima película en Downton. A las generaciones mayores les parece una aberración, el “kinema” es decadencia y frivolidad, pero la casa necesita arreglos muy caros que unos días de rodaje pueden solventar.

Ante esos dos argumentos, la familia Crawley y los sirvientes se dividen en dos: unos se irán a la Costa Azul a conocer la nueva villa y descubrir algo más del pasado de Lady Violet; y otros se quedarán para atender a los del cine. Es divertido verles fuera de su hábitat, en trajes más ligeros o sudando en su rectitud inglesa (como Carson), en Francia y también ver esa película dentro de la película.

Escapada a la Riviera.
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Poco importa que hayan tomado prestada la idea de Cantando bajo la lluvia en el paso del cine mudo al sonoro, Fellowes conoce tan bien a los actores y estos actores conocen tan bien a sus personajes que sigue siendo una agradable, entretenida y emotiva continuidad. Otro afternoon tea acogedor y reconfortante en el que siguen siendo tan importante y resultón los ágiles diálogos como el entorno: la decoración, el vestuario, la atención a todos los detalles sociohistóricos.

Orgullo Downton

Downton Abbey nació con la intención de entretener al público. De presentar muchos personajes, señores, señoras y señoritas, criados y granjeros, un abanico diverso para que cada espectador se sintiera reconocido en uno de ellos a pesar del salto temporal. Y las películas no aspiran a nada más ambiciosos, son crowd-pleasers orgullosas de serlo, no se esconden, así que todo el mundo, fans y detractores, ya saben qué esperar. Y eso siempre se agradece.

Se agradece la lengua afilada de Lady Violet (“¿Tengo aspecto de rechazar una villa en el sur de Francia?”), la más esnob de todos es también la que resulta más cercana incluso con su rechazo abierto al cine (otro buen chiste suyo). También la seriedad de Carson (Jim Carter), ese embajador de los buenos modales británicos. La candidez de Cora (Elizabeth McGovern). Las ganas de progreso de las hermanas Crawley, Lady Mary (Michelle Dockery) y Lady Edith (Laura Carmichael). Y la comprensión de las figuras masculinas que las rodean. Siempre con un poco de resistencia, pero el progreso se va adentrando en la casa. “El mundo moderno llega a Downton”. Es una fantasía muy realista.

Daisy y la Sra. Patmore, otra gran pareja.
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De hecho, son muchos temas los que se intentan abarcar en las dos horas de película, quizá demasiados, tantos como habrían cabido en una o media temporada reposada. Pero se compensa con el cariño hacia estos personajes incluso para aquellos que no están ya o que van a irse. Incluso para los nuevos (Dominic West y Hugh Dancy las mejores estrellas invitadas).

Downton Abbey: Una nueva era suena definitivamente a despedida. Estamos entre 1928 y 1929, meterse en los 30 con su crack del 29, su preguerra, otra guerra sería demasiado. Quizá la nueva era es para otras historias, otros personajes. Quizá sea mejor así. Es una despedida tan cálida que si ha llegado el final, nos quedamos satisfechos.

Periodista cinéfila y escribiendo (libremente) desde Nueva York sobre películas y sus alrededores culturales en CINEMANÍA y otras publicaciones

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