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25 años de 'Henry Fool': la obra maestra de Hal Hartley, un genio olvidado

Imagen de 'Henry Fool'
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Cuesta creer que casi nadie le recuerde hoy. En la década de los 90 fue uno de los creadores más destacados del cine independiente norteamericano. Junto a cineastas como Jim Jarmusch, Quentin Tarantino, Tim Burton o Paul Thomas Anderson, llegó para revolucionar un panorama artísticamente estancado tras la que José Luis Guarner denominó “década del dólar”: unos años 80 que, vistos en retrospectiva, dieron lugar a filmes hoy por hoy emblemáticos, pero en su inmensa mayoría concebidos bajo las fórmulas del “blockbuster” y destinados al consumo rápido. 

Así, cuando muchos auguraban ya la “muerte” del cine norteamericano, la última década del siglo XX trajo consigo a una nueva generación de autores digna de tomar el relevo del llamado Nuevo Hollywood. Hal Hartley fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más fascinantes.

El cineasta neoyorquino debutó en Sundance a los 29 años: su primera película, La increíble verdad (1989), de innegable aroma godardiano, había costado unos escasos 75.000 euros. Tras el primer pase, la crítica quedó deslumbrada ante la capacidad enigmática de su narrativa, la brillantez de unos diálogos anti-naturales, filosóficos y cargados de humor y la originalidad de su planteamiento visual. Al año siguiente, el festival le entregó el premio al Mejor Guion por Trust (1990), su segunda obra; un filme de presupuesto más holgado que venía a confirmar el personalísimo estilo del director.

Fotograma de 'Henry Fool'
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Con sus tres siguientes películas, Simple Man (1992), Amateur (1994) y Flirt (1995), Hartley alcanzaría el estatus de cineasta de culto y acabaría de refinar su tan particular poética, en la que confluyen ecos tan dispares como los del pintor Edward Hopper o los cineastas Buster Keaton y Rainer Werner Fassbinder. Una mirada, la del director, absolutamente única, capaz de envolver la realidad filmada en un muy particular halo de ensoñación. Un cine lírico, abstracto, artificioso, fragmentario, provocativo, desdramatizado y decididamente brechtiano.

Ek sexto largometraje de Hartley, Henry Fool (1997), cumple este año su 25 aniversario. La película, perfecta síntesis narrativa y formal de toda su trayectoria, resultó ser su último “éxito”: ganadora del premio al Mejor Guion en Cannes, tras ella la figura de Hartley fue desapareciendo progresivamente del mapa. Sus siguientes 6 obras -entre ellas una secuela de Henry Fool, de título Fay Grim (2006)- apenas gozaron del favor de la crítica, contando además con un nulo recorrido comercial.

Hoy por hoy, no resulta sencillo acceder a sus películas: descatalogadas en formato físico, tan solo algunas de ellas pueden verse en plataformas como Filmin y Mubi. A lo largo de las dos últimas décadas, el neoyorquino parece haber caído en el más injusto de los olvidos. Rara vez escuchamos su nombre cuando el cine de los 90 sale a colación. Pero nunca es demasiado tarde para reivindicar su trabajo.

Henry Fool: la obra culmen de un cineasta olvidado

Henry Fool narra la historia de Simon Grim, un basurero introvertido e incapaz de poner en palabras sus emociones, cuya rutina se ve por completo trastocada el día que un extraño y mefistofélico personaje, de nombre Henry Fool, llega al pueblo en el que vive junto a su hermana y su madre. Fool, que arrastra un oscuro pasado de abusador sexual, dice llevar años trabajando en su “confesión”: una novela que, asegura, cambiará la historia de la literatura. 

Fotograma de 'Henry Fool'
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Tras conocer a Simon, le propone que comience a escribir para, al volcarlos sobre el papel, deshacerse de sus dolores y frustraciones. Grim acepta el trato, incapaz de imaginar que terminará por convertirse en el último gran escritor de su tiempo. Una suerte de contrato fáustico que, tal como señalaba Sergi Sánchez en su ensayo Las variaciones Hartley (editado por el Festival Internacional de Cine de Gijón en el año 2003), “se convierte finalmente en una versión del Pygmalion de George Bernard Shaw, donde el amor será sustituido por la amistad masculina.”

Un planteamiento narrativo más que común en el imaginario de Hartley, poblado de personajes marginales y desesperados a cuyo encuentro llega un misterioso forastero que supondrá un antes y un después en sus vidas. Pero no es esta la única constante en la trayectoria del cineasta que alcanza su cristalización plena en Henry Fool. Está, también, la habitual dirección de actores coreográfica, donde la gestualidad y los movimientos de los intérpretes, caracterizados por un hieratismo casi bressoniano, están siempre por encima del texto; el guion lleno de escondrijos, simbolismos, líneas de fuga y personajes secundarios insólitos. 

El montaje rítmico y musical, presenta una cadencia más determinada por la emoción que por la narración; la concepción del cine, a fin de cuentas, como un arte esencialmente formal (de niño, la aspiración de Hartley era ser músico o artista gráfico, lenguajes artísticos de gran peso en su trabajo como cineasta).

“Oscilando con gracia entre la ironía, la desesperación urbana y el romanticismo, las películas de Hartley son historias rigurosas, elegantes y fascinantes sobre la pura imposibilidad y la absoluta necesidad del amor”, escribía Bérénice Reynaud en su texto Los cuentos alegóricos de Hal Hartley. Urge que reivindiquemos su figura para situarla en el lugar que merece: el propio de uno de los más grandes directores del cine reciente. Si no habías escuchado antes su nombre, Henry Fool puede ser el perfecto ritual de iniciación.

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