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‘Hijos de un dios menor’: el gran precedente de ‘CODA’ que también llevó a Marlee Matlin a los Oscar

Marlee Matlin en 'Hijos de un dios menor'

“No te preocupes, Marlee, no diré ninguna palabrota en mi discurso”. Troy Kotsur, primer ganador sordo de un Oscar, no podía no dedicarle el premio a Marlee Matlin, quien interpreta a su esposa en CODA: Los sonidos del silencio. “Es un modelo a seguir muy importante para las personas sordas. Vi su persistencia, cómo se apegaba a sus creencias, y me dio esperanza. Me inspiró y ahora compartimos esta experiencia conmigo nominado, y somos más fuertes juntos. Esperamos poder progresar y que Hollywood también progrese”. CODA ha ganado el Oscar a Mejor película tras un inaudito sorpasso, y por el camino ha hecho brillar de nuevo la estrella de Matlin. Estrella que, por cierto, esta actriz sorda desde los 18 meses recibió en el Paseo de la Fama en 2009.

La trayectoria de CODA, remake de la francesa La familia Bélier que dirige Sian Heder, remite inevitablemente a un film de 1986, aquél por el que Marlee Matlin ganó el Oscar a Mejor actriz siendo la más joven que lo conseguía (y, aún hoy, la única mujer sorda). Se trata de Hijos de un dios menor, dirigida por Randa Haines a partir de una obra de teatro de Mark Medoff, y es un título que también salió a colación hace unas semanas debido al protagonismo del fallecido William Hurt. Quien no solo fue nominado al Oscar a Mejor actor junto a Matlin y la actriz secundaria Piper Laurie, sino que además fue quien le entregó el premio a Matlin, debido a que el año anterior había ganado por El beso de la mujer araña.

Ahora Hurt ha sido sustituido por una radiante Youn Yuh-jung (Oscar a Mejor actriz secundaria por Minari), y el triunfo de Kotsur y CODA supone una buena oportunidad para recordar Hijos de un dios menor. Así como cuál fue su importancia en Hollywood.

Moldear el mundo

Mark Medoff escribió la obra Hijos de un dios menor en los últimos días de los años 70, con la idea de que la protagonizara Phyllis French luego de conocerla y haberle dado la idea para la historia. El argumento era sencillo pero de unas resonancias romántico-existencialistas nada desdeñables: un enérgico profesor de dicción, James Leeds, entra a trabajar en una escuela para personas sordas y se enamora de una mujer de mantenimiento: una que no solo es prácticamente muda, sino que a costa de ciertos traumas que Leeds irá desentrañando se niega a aprender a hablar, cómoda con su lenguaje de signos. En 1980 Hijos de un dios menor llegó a Broadway, ganando varios Tony y conmoviendo al público.

El resonante título de la historia se extraía de Idilios del rey de Sir Alfred Tennyson, compendio de poemas sobre Camelot y el Rey Arturo que revisaban la fundacional Morte d’Arthur de Sir Thomas Malory. En el verso leíamos “como si algún dios menor hubiera creado el mundo pero no tuviera la fuerza para moldearlo como él quisiera”, expresando de forma hermosa las contradicciones y desórdenes varios del mundo que nos rodea, y con los que todos como humanos debemos bregar manteniendo la dignidad. Medoff había sido muy avispado al escogerlo como eslogan, pues Hijos de un dios menor iba fundamentalmente de eso: de aceptar los designios de quienes amamos en pos de ese mismo amor, por mucho que nos cause rechazo y luchando contra el egoísmo propio.

Hijos de un dios menor se levanta con un conflicto sencillo pero de gran fuerza dramática: Leeds quiere enseñar a hablar a Sarah Norman porque es su trabajo, lo más recomendable a nivel social, y lo que él cree que más necesita su relación amorosa. Norman se niega, defendiendo su libertad para mantenerse silente y expresarse tanto a través del lenguaje de signos como de otras complicidades que vaya encontrando la pareja. La negativa de Norman responde a una serie de traumas que Leeds irá aclarando para llegar a comprenderla del todo, e intentar encontrar un lugar común donde su amor pueda prosperar.

La historia era clásica, pero la sordera de Norman y las peculiaridades de su conflicto con Leeds le inyectaban gran frescura a Hijos de un dios menor, muy alabada precisamente por el espacio que le dejaba a un colectivo infrarrepresentado para expresar sus convicciones. Era un crowd pleasure potencial, una historia entretenida con suficientes ingredientes novedosos, y no es de extrañar que Hollywood quisiera convertirla en película cuanto antes. No ocurrió hasta 1986, cuando Randa Haines (directora que no llegaría a prodigarse mucho luego de Hijos de un dios menor, más allá de algún film independiente o trabajo televisivo) reclutó para el papel de Norman a Marlee Matlin.

William Hurt y Marlee Matlin en 'Hijos de un dios menor'

Matlin era una actriz debutante, aunque previamente hubiera desempeñado algunos papeles en funciones escolares. Obtuvo el papel de Sarah Norman, fundamentalmente, por la rabia especial que conseguía endosarle a sus gestos, y la crítica tardó poco en descubrir que era una presencia magnética en la pantalla. El propio Medoff escribió el guion de Hijos de un dios menor junto a sus colaboradores Hesper Anderson y James Carrington, y la película resultante se proyectó por primera vez en el Festival de Berlín, dentro de la sección oficial. Haines ganó un Oso de Plata especial por su dirección, para que posteriormente los premios se decantaran del lado de Matlin.

Luego de que la actriz ganara el Globo de Oro, Hijos de un dios menor llegó a la 59 edición de los Oscar de la Academia nominada en cinco categorías: Mejor actriz, Mejor actor, Mejor actriz de reparto, Mejor guion adaptado y Mejor película. Hurt perdió a manos de Paul Newman por El color del dinero, Laurie (que encarnaba a la distante madre de Matlin) lo hizo con Dianne Wiest por Hannah y sus hermanas y el premio a guion fue para Una habitación con vistas. En lo relativo al galardón principal, Hijos de un dios menor competía con las citadas Hannah y sus hermanas y Una habitación con vistas, además de La misión y Platoon, que fue la que ganó finalmente. Lo de Matlin fue, por otra parte, histórico, al hacer su discurso de agradecimiento por medio de lengua de signos, al igual que haría Kotsur 35 años después. 

Matlin se lo agradeció especialmente a William Hurt (con quien se dio un beso en los labios) y, hecho curioso visto desde la actualidad, no lanzó ningún tipo de proclama reivindicativa, ni hizo referencia directa a lo sorprendente que era ver a una persona sorda en esas circunstancias. Lo que no implica, claro, que Hijos de un dios menor no supusiera una considerable agitación en este sentido.

De la traducción simultánea a los subtítulos

Más allá de la presencia compartida de Matlin (en una coprotagonista de un romance, en otra como madre de la protagonista Emilia Jones), es sumamente interesante comparar Hijos de un dios menor y CODA. A varios niveles. Desde el puramente cinematográfico (o de cómo los Oscar pueden leer lo puramente cinematográfico), llama la atención la codificación distintiva de ambos trabajos en torno a cómo elaborar una feel good movie, y qué valor puede acoger la puesta en escena en una propuesta tan acotada.

CODA, más allá de su carácter derivativo como remake (sin tampoco hacer grandes cambios con respecto al original), es una obra mucho más amable y calculada, en pleno dominio de los ritmos emocionales. La dirección de Heder es sólida pero ajena a derroches, pues su máxima función es ilustrar con transparencia las inquietudes de unos personajes, y narrar de forma lo bastante generosa como para que el clímax haga fluir las lágrimas de rigor. Sobre Hijos de un dios menor, irónicamente, en su momento la crítica destacó valores semejantes a los de CODA, con la sensación compartida de que había sido desarrollada cuidadosamente para arrasar en los Oscar de turno.

Fotograma de 'Hijos de un dios menor'

Sin duda el romance, el atractivo de los protagonistas y la temática social obedecían esto, pero Hijos de un dios menor está llena de líneas de fuga. Para empezar, por el hincapié que se hace en la naturaleza del enamoramiento de Hurt y Matlin: desde luego que uno y otro son seducidos por la fuerza de voluntad que perciben mutuamente, pero sobre todo son seducidos por su inmenso atractivo sexual. Según cruzan las miradas, Leeds y Norman tejen una tensión eléctrica que una vez explota en el sexo apenas se despega de ahí, hasta el punto de que sea el elemento de la relación que mejor funciona, pues es donde el diálogo verbal deja realmente de ser importante.

Hurt y Matlin no solo se acuestan una y otra vez en Hijos de un dios menor, sino que además la cámara de Haines lo espectaculariza en consecuencia: hay varias secuencias de cierto (falso) espíritu poético en el que el sexo es visualizado desde una lánguida cámara lenta, e incluso desde la erótica ingravidez que supone su primer encuentro debajo del agua, en una piscina donde Matlin nada desnuda. Hijos de un dios menor incluso llega a cuestionar el valor de esta dinámica, cuando en cierto momento los protagonistas insisten en rendirse a su deseo para abstraerse de las tensiones que sobrevuelan la pareja. Es, pues, una película verdaderamente sexual que contrasta con la frigidez actual del mainstream. Una sexualidad que los Oscar eran capaces de recompensar.

Pero estos detalles son casi lo de menos. Hijos de un dios menor, como melodrama, también es agresivo (los protagonistas discuten y se enfadan histéricamente), y aunque cuente con segmentos entrañables (todos aquellos que encuentran a Hurt con sus alumnos sordos, y las estrategias que desarrolla para expandir sus clases), se percibe inequívocamente una concienciación de ahondar en terrenos existenciales. Una que haga justicia a su título, y que sin duda se consigue en escenas de gran fuerza expresiva: no hay más que hablar de aquella escena donde Matlin baila sola, sintiendo las vibraciones de una música que es incapaz de escuchar, frente a un maravillado Hurt.

Es un momento, volvemos a ello, muy sexual, pero que también encaja con el discurso del guion de Medoff. Hijos de un dios menor defiende el derecho de Matlin a expresarse como quiera y a convertir sus supuestos hándicaps en partes inextricables de su personalidad: no a negar que sea sorda, sino a construirse como individualidad a partir de esa sordera. El arco del coprotagonista pasa por entenderlo y respetarlo, así como confiar en mantener una relación desde ese respeto. Hijos de un dios menor está, en ese sentido, llena de gestos estimulantes, como sin ir más lejos el que cierra la película.

Esta pareja ha de descubrir cómo entenderse

Luego de que los protagonistas se reencuentren en una fiesta y se reconcilien, salen a pasear bajo las estrellas. Hurt reconoce que lleva tiempo equivocándose, a la vez que sigue pensando que es difícil que puedan entenderse del todo si Matlin permanece muda. Entonces Hurt lo entiende y le pregunta: “¿Crees que existe un lugar intermedio donde poder encontrarnos, un lugar entre el ruido y el silencio?”. Matlin le responde con un gesto, y ambos comparten un apasionado beso seguido de un abrazo catártico. La película concluye sin más dilación, logrando que ese final abrupto se quede con el espectador, como una pregunta que aún ha de ser respondida. Y que no deja de ser la que se hacía Hijos de un dios menor, siendo Hollywood quien debía responderla.

¿Encontraría Hollywood ese lugar intermedio, entendiéndolo como uno que pudieran habitar las personas sordas? Desde luego, no es que Hijos de un dios menor condujera a una moda de protagonistas sordos en películas de gran presupuesto, pero el Oscar de Matlin no se quedó en flor de un día. Matlin inició una sólida carrera como actriz, dedicándose sobre todo a la televisión (donde ha aparecido en Me llamo Earl, Cambiadas al nacer o The L World) y manteniendo una faceta de activista por diversas causas sociales. Es, de hecho, una presencia bastante conocida y apreciada en la constelación hollywoodiense, como ejemplifica su estrella en el Paseo de la Fama y la visibilidad mediática que acogió la publicación de su novela semiautobiográfica, Deaf Child Crossing.

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Matlin ha asistido en los últimos años a una reverberación de las intenciones de Hijos de un dios menor, tanto el año pasado con Sound of Metal (también presente en la terna de candidatas a Mejor película) como con la misma CODA que ha amadrinado. CODA, siendo un título predispuesta al abrazo del público en términos algo distintos a los del debut de Matlin, plantea hoy un emotivo diálogo con Hijos de un dios menor a la hora de acotar la otredad y asumirla desde el respeto y la dignidad personal. Diálogo, curiosamente, mantenido a la inversa, pues en CODA es la protagonista oyente quien se revuelve contra la norma impuesta por su familia sorda, para encaminarse a terrenos semejantes.

La diferencia más significativa entre una y otra radica, así, en el modo de aproximarse al lenguaje de signos, pues mientras en Hijos de un dios menor era Hurt quien traducía todo el rato a Matlin (aunque no tuviera demasiado sentido dentro de la trama), CODA opta por incluir subtítulos, y reducir así la distancia inteligible entre sordos y oyentes. Es un buen díptico, el que componen Hijos de un dios menor y CODA. Un díptico que defiende, con potencia e ingenio, la legitimidad de algo tan sencillo como las buenas intenciones. También el derecho a disfrutar, de vez en cuando, de las películas bonitas. 

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