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Hijos de la nueva carne: los mejores herederos de David Cronenberg

Julia Ducournau y David Cronenberg en Cannes 2022
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De cineasta de serie B adscrito a los preceptos del terror a autor consagrado e inclasificable, David Cronenberg y su particular mirada han dado lugar a una ingente cantidad de autores y obras, surgidas de diferentes ramas artísticas, cuyo nexo de unión es su rendición, desde perspectivas muy diferentes, al concepto de la nueva carne.

Igual que ocurre con un cineasta contemporáneo suyo como David Lynch, la inclasificable obra de Cronenberg y su particular mirada han influenciado a una infinidad de artistas en diferentes campos, desde el propio cine, pasando por la literatura o el arte secuencial. No deja de sorprender que un autor tan visionario y complejo como áspero y personal haya sido capaz de dejar una impronta tan perdurable a lo largo de ya más de cinco décadas.

Ambos autores comparten una particularidad: el cine no era su primera opción. Si Lynch se acercó al cine a partir de las artes plásticas, porque quería que sus “esculturas se moviesen”, Cronenberg deseaba ser escritor, influenciado por la obra de tres autores fundamentales para comprender su trabajo: Vladimir Nabokov, William S. Burroughs y J.G. Ballard. Tres escritores que, junto a las teorías sobre el poder de los medios de comunicación de Marshall McLuhan (canadiense al igual que Cronenberg), construirían el discurso del autor de obras como Inseparables, Videodrome o Crash.

Crash
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Cronenberg y el horror como punto de partida

En un primer vistazo el cine de Cronenberg podría encuadrarse en el marco de ese nuevo terror que aparecería en los años 70 surgido tras los seísmos provocados por La noche de los muertos vivientes de George A. Romero y La matanza de Texas de Tobe Hooper, entre los que se encontrarían autores como Wes Craven o John Carpenter. La diferencia entre Cronenberg y el resto de sus contemporáneos era que sí para el resto de ellos, el terror era un fin en sí mismo, para el canadiense era el punto de partida de sus temáticas y obsesiones.

Es por eso que tras una primera etapa –desde Vinieron de dentro de.. a La mosca– que perfectamente podría englobarse dentro del horror, la filmografía de Cronenberg comenzó a abrirse paso a través de otros géneros y estilos en trabajos como Inseparables y M. Butterfly. Todavía abrazando el terror o la ciencia ficción high brow, pero alejadas de algunos de los convencionalismos del género como Crash o El almuerzo desnudo. Algo que se haría aún más patente en su tercera etapa como cineasta, abandonando definitivamente el género en Una historia de violencia, Un método peligroso o Map to the Stars.

Rodaje de 'El almuerzo desnudo'
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No obstante, las temáticas que subyacían en esos trabajos son las mismas que en sus primeras obras: la transformación o evolución de lo orgánico en un nuevo ser, desde el punto de vista tanto físico como mental, a partir de su colisión con una suerte de virus, ya fuera este orgánico, sintético o social y cultural, para dar como resultado una nueva entidad, cuya transformación era necesaria para sobrevivir en un ecosistema hostil.

'Videodrome', la nueva carne y su influencia en el cine de los 80

Esa transformación daría lugar al concepto de nueva carne, verbalizado por primera vez en Videodrome (1983). Uno de sus trabajos más emblemáticos, que daría lugar al surgimiento del subgénero body horror y provocaría un seísmo conceptual y formal. Un año antes, John Carpenter estrenó La cosa, con la que llevaría hasta el extremo las transformaciones de la carne provocadas por un virus espacial. Paroxismo de los terrores biológicos representados por Cronenberg en sus primeros largos, en especial Vinieron de dentro de…, Rabia y Cromosoma 3.

Videodrome
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Tras la llegada de Videodrome y la definición del concepto de la nueva carne convertida en el centro del discurso cinematográfico de Cronenberg, el cine de los 80 sería inundado por títulos que compartían esa visión distópica del mundo contemporáneo y su fusión de carne con metal. 

El horror a las corporaciones en pugna por una guerra biológica similar a la de Scanners, como en Aliens de James Cameron; el peligro del terrorismo corporativo ya vislumbrado en Videodrome y Scanners, en RoboCop de Paul Verhoeven (su protagonista se convertía en un monstruo de carne y metal similar a la transformación de Jeff Goldblum en La mosca o James Woods en Videodrome); o el peligro tecono-orgánico del primer Terminator de James Cameron.

Más allá del cine

La nueva carne que sería también el centro del discurso de dos tendencias artísticas (con eminente sabor británico) alejadas del cine que se retroalimentarían a lo largo de la década de los 80 y principios de los 90. En primer lugar, La cosa del pantano de Alan Moore. Revulsivo del cómic americano y punto de partida en la maduración de la industria del género de superhéroes donde Moore reconvertiría el monstruo gótico, creado por Len Wein y Berni Wrightson en los 70, en espejo de los males y terrores contemporáneos.

La cosa del pantano
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Las transformaciones del cuerpo y la mente, la fusión de lo aséptico y lo orgánico y la infección de lo natural por el “progreso” surgían de la codicia de las grandes corporaciones y la deshumanización progresiva del ser humano. Todo ello aderezado por el arte de Stephen Bissette y John Totleben, que daban escalofriante forma a unos seres humanos en transformación y escorzo manierista constante. 

Un trabajo y un tono que tendría su continuación tanto en el Hellblazer de Jamie Delano, cuyas páginas supuraban carne y descomposición, como en un nuevo movimiento literario, el splatterpunk cuyo principal adalid sería Clive Barker y su antología Los libros de la sangre.

Hellraiser
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Los libros de la sangre tendrían contrapartida cinematográfica en Hellraiser, la ópera prima de Barker como cineasta. En ella, el dolor asociado al placer y a la degradación de la carne darían lugar, como en el cine de Cronenberg, a una evolución mental y física del individuo. Por supuesto, más enraizada en el horror gótico que en los preceptos más nihilistas e intelectualizados del canadiense, que crearían escuela en autores como Richard Stanley y su Hardware,  incluso alcanzarían a obras tan chuscas como la quinta entrega de Pesadilla en Elm Street, dirigida por Stephen Hopkins.

Cronenberg: un profeta para el final de siglo

En los años 90, con un Cronenberg igual de purulento y orgánico pero cada vez más alejado de los tropos básicos del cine de terror gore, a partir de una destilación de sus formas y su estilo (en especial en trabajos como Crash o El almuerzo desnudo) la mirada del cineasta daría lugar a una hornada de títulos y autores que seguirían siendo influenciados por sus preceptos. 

Un ejemplo característico de la época sería la adaptación de American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis, a manos de Mary Harron. Harron eludiría la representación más gráfica y violenta de la prosa de Ellis, sustituyéndola por una puesta en escena incómoda, acerada y áspera que bebía en el fondo de la evolución formal de Cronenberg, en especial de Inseparables y Crash.

Nameless
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Sin olvidar, de nuevo, el ámbito de la narrativa gráfica y la influencia del canadiense en autores como el guionista escocés Grant Morrison y sus lisérgicas y apasionantes obras como El asco y la reciente Nameless, donde las corporaciones sin rostro, la descomposición de lo real y la transformación física y mental de sus protagonistas derivan no solo de Cronenberg sino de las mismas influencias del autor de El almuerzo desnudo: J. G. Ballard y William S. Burroughs.

En las postrimerías de los 90 y comienzos del nuevo siglo es donde nos encontraríamos una eclosión del virus Cronenberg en una ingente cantidad de obras y autores, muy diferentes entre todas ellas. En primer lugar en la que sería la cinta de ciencia ficción que definiría el cambio de siglo: The Matrix de las hermanas Wachowski.

Matrix
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Un remedo posmoderno entre Philip K. Dick, Jean Baudrillard y Grant Morrison que instauraría la nueva carne en el subconsciente del mainstream, a partir de los diseños de un ilustrador surgido del mundo del cómic: Geof Darrow. Un autor que se daría a conocer en 1990 con Hard Boiled, en colaboración con Frank Miller, como punto de partida del cyberpunk y la fusión de la carne y el metal en el cómic americano contemporáneo. Se trasladaría al universo de las Wachowski en esos humanos tecnificados a partir de interfaces suturadas a la carne que les conectan con el entorno virtual que da título a la franquicia.

Hard Boiled
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Un nuevo siglo para un Cronenberg eterno

Ya en el siglo XXI, la influencia de Cronenberg no ha dejado de crecer. Desde la Demonlover de Olivier Assayas que continúa el camino recorrido en eXistenZ y los entornos virtuales, pasando por una nueva adaptación de J.G. Ballard de la mano de Ben Weathley: High-Rise, que bien podría pasar por un remake inconfeso de Vinieron de dentro de… Una obra que también influiría a un recién llegado James Gunn y su splatter Slithers. Sin olvidar al actualmente en decadencia Neill Blomkamp, que situó la fusión entre hombre y máquina, entre carne y metal, en el centro de sus primeros trabajos, Distrito 9 y Elysium.

Posiblemente, los dos ejemplos más característicos del cine contemporáneo los encontremos en el cine de Brandon Cronenberg y Julia Ducournau. El primero, hijo del propio David Cronenberg, con solo dos obras, Antiviral y Possesor, abraza sin complejos las temáticas, concepto y tono del cine de su padre; por el momento, sin ningún elemento adicional que vaya más allá de las propuestas de su progenitor.

Julia Ducournau en el rodaje de 'Titane'
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Mucho más interesante es la influencia de Cronenberg en Julia Ducournau. También con solo dos trabajos en su haber, Crudo y Titane, la francesa recoge todo el ideario cronenbergiano y su capacidad para provocar la polémica a partir de un estilo igual de áspero que el del cineasta canadiense, pero añadiéndole de su cosecha una mirada y una perspectiva femenina que la aleja radicalmente de los preceptos de Cronenberg, aportando un punto de vista tan único como necesario.

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