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Por qué ‘Los Fabelman’ es un delicioso regalo de Spielberg a los amantes del cine (y de su cine)

“Los sueños dan miedo”, contesta el pequeño Sammy Fabelman a las puertas de ver El mayor espectáculo del mundo (Cecil B. DeMille, 1952) cuando su madre le explica que es el material del que están hechas las películas. Y teniendo en cuenta que Los Fabelman es una película autobiográfica y Sammy, el trasunto infantil de Steven Spielberg, es imposible no empezar el visionado del filme con una sonrisa tonta: al cineasta, uno de los más grandes de nuestro tiempo, le daba miedo el cine cuando era un niño.

Los Fabelman está trufada de confesiones entrañables como esta. Tanto en lo cinematográfico como en lo familiar. Una tiene la sensación de estar asistiendo a un relato íntimo, como en susurros, más que a la proyección multitudinaria propia de un arte de masas. Parece como si Spielberg estuviese sentado en la butaca de al lado rememorando su vida y lo que el cine significa para él, contándotelo todo al oído.

Bien pensado, todo el cine de Spielberg, desde Encuentros en la tercera fase a La lista de Schindler, podría verse como un gran relato contado desde la cercanía, por muy lejanas que parezcan las aventuras narradas. Pero al ser Los Fabelman una historia autobiográfica, la historia de amor de Spielberg con el cine y con su familia, la cercanía se hace mucho más palpable, emociona aún más.

Los Fabelman es un delicioso regalo de Spielberg a los amantes del cine (y de su cine, en particular) porque nos permite la posibilidad de conocer de primera mano cómo y de qué manera el cine le salvó y qué ha representado este arte a lo largo de su vida. 

Es una película sobre cómo el cine representó para el pequeño Spielberg una forma de control y, para el adolescente, una vía de validación. Pero más interesante aún, sobre cómo el cine puede ser un medio para ver más allá, un medio que nos hace ver lo que no somos capaces de ver con nuestros propios ojos. Es, en definitiva, una película sobre la mirada.

A la vez, Los Fabelman es un retrato de las personas que propiciaron y alentaron  la vocación como cineasta de Spielberg. Es un retrato profundamente humanista, desprejuiciado y amoroso de sus padres: su madre (Michelle Williams), una pianista tal volátil como los platos de papel en los que sirve las comidas y de la que el cineasta aprendió la tensión inherente que existe entre la familia y el arte; su padre, un genio de la informática interpretado por un Paul Dano que conquista en cada secuencia todos los matices de la ternura.

Los Fabelman dura dos horas y media, detalle que, suponemos, no amedrentará a los fans de Avatar. Su duración está de sobra justificada. Es más, será raro que no disfrutes cada minuto de la película. En mi caso, doblo la apuesta. Me vería encantada la secuela, desde que Spielberg consigue su primer contrato en un estudio de cine hasta que forma pandilla con George Lucas, Coppola, Brian de Palma y demás movie brats. O tal vez una serie con muchos capítulos que vaya repasando su vida de película en película, desde El diablo sobre ruedas a Los Fabelman.

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Redactora jefa 'Cinemania'

Puedes leerme en CINEMANÍA. Puedes verme en Historia de nuestro cine, el programa de cine español de La 2 en el que colaboro. Y puedes oírme en el podcast 'Mi vida en películas'. Estudié Periodismo y Humanidades en la universidad San Pablo-CEU y tengo un Máster en Literatura inglesa y norteamericana en la Universidad Complutense. He dirigido el documental 'El hombre que diseñó España' y estoy escribiendo un libro sobre la cineasta Cecilia Bartolomé.

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