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Seminci 2023 | 'La quimera': Alice Rohrwacher convierte a Josh O'Connor en un romántico saqueador de tumbas en su nueva fábula cinematográfica

'La quimera', de Alice Rorwacher
Elastica

Alice Rohrwacher nos traslada en La quimera a la Italia rural de los años ochenta para seguir la odisea de Arthur, un inglés en Italia que ayuda a un grupo de 'tombaroli' a saquear antiguas tumbas etruscas. Pero Arthur, interpretado por Josh O'Connor, no está interesado en el dinero que puede obtener vendiendo en el mercado negro esos tesoros, sino que va en busca de su propia quimera, un amor perdido que anhela encontrar gracias a su don. 

De nuevo filmada en un cautivador celuloide, la directora de El país de las maravillas (2014) y Lázaro feliz (2018) vuelve a demostrar su pulso poético con una historia de realismo mágico que recupera las tradiciones y supersticiones de una Italia mítica. En La quimera, además, se apoya en la presencia matriarcal de una Isabella Rossellini seductora e incontestable.

'La quimera', crítica de la película

Valoración:

En La quimera, el cuarto largometraje de la italiana Alice Rohrwacher, Josh O' Connor es Arthur, un arqueólogo inglés sin hogar ni lugar que saquea tumbas ayudando a una banda de pícaros. Tiene un don y lo aprovecha como zahorí para encontrar tesoros etruscos. Pero O' Connor también ejerce del colgado, la figura del tarot a la que alude el cartel de la película y una figura sacrificial capaz de estar entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos. 

De ahí que el protagonista de La quimera se haya impuesto la misión de encontrar a quien fue su amada, que bien podría ser una Beatrice dantesca si no fuera porque responde al nombre de Beniamina y su madre, espléndida Isabella Rossellini, es una matriarca que no se opone a la unión de los amantes. Más bien lo contrario: siente más afinidad con Arthur que con sus propias hijas. 

En La quimera nos encontramos en una Italia de ruinas, con la industrialización más bruta amenazando el último aliento de un mundo que desaparece. También en una película con una poesía propia, filmada en diferentes formatos de celuloide (35mm. 16mm, Súper 16) con los que retratar los distintos tiempos y las distintas dimensiones por las que circula: entre los vivos y los muertos, entre el pasado y el presente, entre el mito y la realidad. 

Arthur, de hecho, parece deambular por la película como si estuviera suspendido en el tiempo, bajo un malestar profundo. Como le espeta la otra gran protagonista de la cinta, una joven portuguesa llamada Italia (Carol Duarte), que aspira a aprender música de la mano del personaje de Rossellini, es probable que esa inquietud se deba a la práctica de la profanación de tumbas. También es probable que sea por el anhelo de encontrar a esa amada que tira del hilo desde el ultramundo. 

Las interpretaciones, sea como fuere, más bien sobran en una película repleta de misterio, que recupera una lógica ancestral de estar en el mundo y de relacionarnos con las contornos de la vida. En La quimera hay desasosiego, fantasmas etruscos y el sueño de un rostro que espera, fugitivo, a que lo encontremos. En la sonrisa de esa chica, parece querer decirnos Rohrwacher, está la superficie de la eternidad, el velo del amor infinito.

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