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El alfa y el omega de James Cameron: así evitó el hundimiento de 'Titanic'

James Cameron dirigiendo a Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en el set de 'Titanic'
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La noche del 14 de abril de 1912, el transatlántico de la naviera White Star Line protagonizaba una de las mayores tragedias marítimas de la historia al chocar contra un iceberg. En 1997, un director de cine decidía llevar esa catástrofe a las salas de cine a través de una historia de amor. 111 años después de aquella tragedia, en el aniversario de su hundimiento, recordamos cómo aquella película a la que se le pronosticó un fracaso en taquilla se convirtió en el mayor éxito de la historia del cine.

Hace 25 años, la carrera y la percepción hacia James Cameron era muy diferente a la que tenemos a día de hoy. Director de adrenalínicos espectáculos de ciencia ficción y acción, como las dos primeras entregas de Terminator, Mentiras arriesgadas o Aliens: El regreso, la única muesca en su expediente había sido su primer largometraje, Piraña 2, de la que siempre renegó, y Abyss, una epopeya sci-fi situada en el fondo del mar.

Aunque fue la primera punta de lanza de los efectos digitales y el morphing, se hundió en la taquilla del verano de 1989, extasiada de murciélagos burtonianos y la relación paternofilial entre Harrison Ford y Sean Connery. Pero más allá de ese pequeño traspiés, la carrera de Cameron había ido concatenando taquillazo tras taquillazo, siendo Terminator 2: El juicio final su mayor hito sociológico y financiero hasta la fecha.

También, a medida que su carrera iba avanzando, las películas de Cameron irían aumentando exponencialmente, tanto en presupuesto como en metraje. De los 6 millones de dólares que costaría Terminator (y que recaudaría unos 78 millones en todo el mundo), pasaríamos a los 17 millones que costaría Aliens: El regreso, recaudando 183.

También los metrajes diferirían entre ambas cintas, sobre todo Aliens, que luego sería reeditada en formato doméstico con 17 minutos de metraje adicional, una práctica que se convertiría en costumbre (lo haría posteriormente con T-2 y Avatar) demostrando que a Cameron le iba lo excesivo y desorbitado.

Fotograma de 'Abyss'
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Y dejando pasar Abyss, su único pinchazo en taquilla, que con un presupuesto de 70 millones de dólares solo alcanzaría a recaudar en el mercado americano unos 50, la cinta que convertiría a Cameron en el rey midas de la industria de Hollywood en los años 90 fue su secuela de Terminator

Una continuación/reboot de la cinta original, que suavizaba los componentes más violentos y oscuros de la original y que se convertiría en una roller coaster para todas las edades, gracias a unas set-pieces de infarto y sobre todo por unos efectos digitales de Industrial Light and Magic que dejaron con la boca abierta a público, crítica e industria en un ya lejano 1991.

Gracias a un presupuesto de 100 millones de dólares completamente amortizado gracias a una taquilla mundial de más de 500 millones de dólares, que la convertiría en un fenómeno sociocultural y en el modelo de lo que debería ser un blockbuster de ahí en adelante.

Tanto esta última como su siguiente proyecto, Mentiras arriesgadas, comenzaron a servir de ejemplo de la desmesura del cine de Cameron. Metrajes de casi 150 minutos para entretenimientos palomiteros no era algo que se estilaba en aquellos momentos en la industria y el progresivo aumento de los presupuestos de sus obras parecían demostrar que Cameron podía acercarse peligrosamente al borde del precipicio.

Y eso es lo que se creyó entre 1995 y 1997, intervalo de tiempo en el que Cameron realizaría y estrenaría su obra más ambiciosa y gargantuesca: Titanic.

Fotograma de 'Titanic'
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Regreso al fondo del mar

A Cameron, las profundidades marinas en general y el Titanic en particular comenzaron a interesarle en el año 1985, gracias a unos nuevos descubrimientos de los restos y las causas del hundimiento del Titanic y, en 1995, se embarcó en una expedición submarina para filmar los restos del legendario barco, que acabarían sirviendo como metraje para el prólogo y el epílogo que conforman la narrativa en el presente de la obra de ficción.

Algo que le dio pie a interesarse por lo que ocurrió en ese viaje y desarrollar una historia de amor imposible entre dos jóvenes de clases sociales opuestas, con ecos de la tragedia de Romeo y Julieta.

Un proyecto que Cameron le vendería a 20th Century Fox, pero que acabaría siendo de tal envergadura, que haría ascender su presupuesto a los 200 millones de dólares (algo inaudito en el cine de mediados de los 90) lo que provocaría que Paramount Pictures se uniera financieramente, para poder compartir los gastos de, valga la redundancia, tan titánica tarea.

Pero los problemas no habían hecho más que empezar. El rodaje fue retrasándose sine die y la película, que debía haberse estrenado el 4 de julio de 1997, acabó retrasándose al 19 de diciembre de ese mismo año, un movimiento que auguraba un fracaso absoluto en las taquillas de todo el mundo, porque las navidades no eran época de taquillazos.

Poco ayudaría la cobertura mediática que tuvo la cinta a lo largo de toda su producción, que hablaban del descontrol en el set de rodaje, de la tiranía de Cameron con los actores y el equipo artístico de la cinta y la obsesión de este último por reproducir de manera enfermiza todos y cada uno de los elementos del barco, además de llevar la técnica de efectos digitales a cotas jamás alcanzadas hasta la fecha, para poder reproducir de manera realista el hundimiento del barco casi en tiempo real.

Fotograma de 'Titanic'
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Algo que haría mella en un director tan egocéntrico como Cameron. Las comparaciones con el desastre que fue otra aventura acuática, Waterworld de Kevin Reynolds y protagonizado por Kevin Costner en 1994 y que fue un fracaso sin paliativos entre crítica y público y el recuerdo del hundimiento de su anterior aventura marina, Abyss, se transformaría en un sinfín de burlas hacia la obra y el director, pareciendo que todo Hollywood quería acabar con las ambiciones desmedidas del que había sido, junto a Steven Spielberg, el director de las obras más populares y taquilleras de la primera mitad de los 90.

Pero llegó el 19 de diciembre y Titanic no se hundió. Tampoco arrasó, pero consiguió colocarse primera en la taquilla estadounidense, recaudando 20 millones de dólares. Una cantidad decente, pero escasa para recuperar los 200 millones invertidos. Pero el siguiente fin de semana, volvió a colocarse en primera posición, recaudando 36 millones. Algo nunca visto, que un blockbuster recaudara más en su segundo fin de semana en salas.

Y así, fue cada semana recaudando más y más, hasta conseguir situarse durante 16 semanas consecutivas en el primer puesto de la taquilla mundial, ser nominada a 14 Oscars, ganando 11 e igualándose con Ben Hur y recaudando finalmente casi 2000 millones de dólares y situándose como la película más taquillera de la historia del cine. Además de convertirse en un fenómeno sociológico a estudiar. Pero, vista 25 años después, ¿sigue manteniendo el tipo?

James Cameron
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Luces y sombras del Titanic

La obra y los personajes de Cameron nunca han sido un dechado de profundidad y capas de complejidad y sutileza. Y realmente, hasta Titanic, tampoco era necesario. Las aventuras pulp que había desarrollado hasta el momento solo necesitaban de buenos arquetipos (Los marines de Aliens: El regreso, las heroínas de acción como Ripley y Sarah Connor o la estoicidad monolítica pero carismática de las dos iteraciones de Terminator que representaría Arnold Schwarzenegger servían para los objetivos de su obra).

Montañas rusas de abrumadora tecnología, adrenalínicas por su habilidad para el montaje y la planificación de set-pieces deslumbrantes, que inundaban de sensaciones primigenias, provenientes de los orígenes del cinematógrafo, a audiencias extasiadas de un espectáculo jamás visto.

Pero también es cierto que, antes de Titanic, Cameron ya comenzaría a pinchar en hueso. En primer lugar con Abyss, su primer intento de película con “mensaje”, donde el exceso de palabrería y de un metraje desmedido y mastodóntico era aún peor, debido a unos personajes estereotipados y escasamente carismáticos.

Y Terminator 2 tiene un segundo acto (entre el rescate a Sarah Connor en el hospital psiquiátrico y la captura del científico de Skynet en su domicilio) situado en el desierto, farragoso y que da un poco de vergüenza ajena, en el intento de humanizar y crear una relación paternofilial entre el T-800 humanizado y John Connor, el personaje adolescente interpretado por Edward Furlong.

Fotograma de 'Titanic'
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Y algo parecido ocurre en Titanic, la película más monumental y caprichosa hasta el momento de James Cameron. Una cinta que coge todo lo bueno y lo malo de su filmografía previa y lo hace explotar por los aires. Un metraje descomunal de más de tres horas de duración, cecilbdemillesco en sus formas, que intenta rubricar con un fastuoso CGI los logros de un cine de Hollywood clásico, aquello que desde los años 60, desde la caída a los infiernos de la Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz, había sido olvidado por la industria.

Una grandilocuencia que alcanza su máximo esplendor en el paso del presente al pasado en el filme, con la presentación del Titanic y su salida hacia la costa de Nueva York, repleta de planos generales, picados y contrapicados que realzan la majestuosidad de la propuesta.

Fotograma de 'Titanic'
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Lucha de clases y crítica hacia la arrogancia humana para dummies

Una propuesta que posiblemente fracasa, o al menos se tambalea, en dos de los tres elementos que la conforman: la crítica a la arrogancia humana y su fe absoluta en los avances tecnológicos y la desigualdad fruto de la jerarquización de las clases sociales.

Por una parte, el discurso de la cinta se centra en la arrogancia sin límites de la raza humana. Pero en su primer acto, la cinta, en su representación extasiada de la envergadura del Titanic y su majestuosidad, consigue el efecto contrario, situando al espectador en un incómodo lugar, no sabiendo donde posicionarse.

Por otra parte, su intento de crítica y análisis de la jerarquía de clases, su versión para dummies de La edad de la inocencia scorsesiana, fracasa en todos y cada uno de los elementos que hacen grandiosa a la cinta de Martin Scorsese.

Fotograma de 'Titanic'
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En primer lugar, por el retrato de la clase pudiente que viaja en el Titanic y a la que pertenece el personaje de Kate Winslet. Un personaje que sirve de enlace entre el presente y el pasado, a partir de un mcguffin en forma de diamante y cuya voz en off sirve de narradora redundante, que pretende emular la de la mencionada La edad de la inocencia, pero sin aportar nada de valor a las imágenes que acompaña.

Pero lo peor de todo es el lugar del personaje interpretado por Billy Zane y su mayordomo matón, con el rostro de David Warner. Villanos de opereta, casi émulos en imagen real de Pier Nodoyuna y Risitas, o una versión en negativo de Bruce Wayne y Alfred Pennyworth, que acaban convirtiéndose en émulos del T-1000 en el segundo y tercer acto del filme. 

Una arquetipización que se convierte en esterotipización, para potenciar las cualidades del humilde pero sensible personaje interpretado por Leonardo DiCaprio e interés amoroso del personaje de Winslet.

Fotograma de 'Titanic'
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Además, de nuevo, esa crítica a la superficialidad y materialismo de las clases privilegiadas contrasta con la manera en las que Cameron retrata sus costumbres sociales. No por el perfeccionismo enfermizo de reproducir de manera 100% fidedigna los elementos que existían en el barco, desde el salón principal, la escalera principal que sirve de centro neurálgico del drama o la misma vajilla que se usó en el Titanic, sino por la manera en que la puesta en escena lo representa, como un lugar de ensueño y mágico y que además sirve de lugar del encuentro post-mortem de los dos amantes.

La 'disaster movie' definitiva

Pero hay un tercer elemento que hace que poco a poco la cinta comience a encontrar su intermitente camino: el choque con el iceberg. A partir de ahí, la endeble historia de amor y los desencuentros entre el triángulo amoroso formado por DiCaprio, Winslet y Zane, se encuentra con el verdadero villano del filme: el iceberg y, en consecuencia, el barco convertido en trampa mortal, convirtiéndose, en su segunda mitad, en una perfecta disaster movie.

Un tour de force adrenalínico, de tragedia inminente y conocida, pero que Cameron sortea ofreciendo un non-stop de set-pieces de acción que culmina con el, aún a día de hoy, apabullante alzamiento de una de las mitades del barco, cumbre de la técnica y el montaje cinematográfico, apoyado sobre todo por una partitura de James Horner que va oscureciendo y tiñendo de tragedia progresivamente la hasta el momento romántica y ligera música del filme, hasta rematar con un emotivo epílogo final, un verdadero crowd pleaser cercano al fantastique, que da verdadero sentido y significado al algo extenso y aparentemente caprichoso arranque de la cinta en el presente.

Fotograma de 'Titanic'
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El problema, que la desmesura de la que ya venía haciendo gala Cameron progresivamente en su obra cinematográfica, aquí llega a un punto de no retorno. Sobre todo, porque el arrogante cineasta fue vapuleado, vilipendiado y sobre todo humillado, por una prensa e industria cinematográfica. Y el atronador éxito, tanto de taquilla como de la industria y parte de la crítica, acabaron cegándole, ante algunas de sus importantes carencias.

A partir de ahí, Cameron consideraría, como Homer Simpson, que todos eran tontos menos él y derivaría su carrera a proyectos de una envergadura cada vez más babilónicas, donde las formas y el envoltorio, tanto formal como estructural, no dejarían ver al propio Cameron, que el ego, artísticamente, que no comercialmente, acaba teniendo un precio.

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