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'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro': 'El modelo de Pickman', un retablo primigenio (pero sin pasarse)

Ben Barnes y Crispin Glover en 'El modelo de Pickman'.
Netflix

Tenía que pasar: en sus episodios quinto y sexto, El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro nos ofrece una inmersión en el cosmos fungoso, tentaculado y primigenio de H. P. Lovecraft. Y, para comenzar este programa doble, el show nos matricula en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Miskatonic (Arkham, Massachusetts) a fin de presentarnos a Richard Upton Pickman (Crispin Glover), el pintor más aberrante de Nueva Inglaterra. 

Keith Thomas, un director de escasa y discreta filmografía en pantalla grande, es el encargado de adaptar uno de los relatos más eficaces del escritor de Providence. En su forma literaria, El modelo de Pickman es una obra muy breve, casi humorística en su desafuero (aunque es poco probable que Lovecraft pensara en ella de esa forma) y cuyo desarrollo prescinde casi por completo de la acción para mantenernos en vilo hasta un giro final de lo más sugerente. 

Como ya hiciera Ratas de cementerio, este capítulo de El gabinete... estira un relato cuya estructura es un mero esqueleto para convertirlo en mediometraje. Y, para cumplir esa tarea, el guion escrito por Del Toro y Lee Patterson se lanza a un tema lovecraftiano donde los haya: aquellas obras (de arte, en este caso) capaces de proyectar a quienes se exponen a ellas hacia una realidad paralela donde la locura es la ley. 

Aunque la labor tras la cámara de Thomas no redescubra la pólvora (tampoco lo pretende), la ambientación del capítulo es estupenda, algo esperable andando de por medio el director de El laberinto del fauno. Asimismo, aunque Ben Barnes (Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian) resulte un actor solvente y poco más, para variar, sus carencias se ven compensadas por las apariciones de un Glover siempre dado a los excesos dentro y fuera de la pantalla. 

De esta manera, El modelo de Pickman termina resultando un guiso cocinado a fuego lento (y con regusto a marisco, como está mandado) cuyo personaje titular podría ser, bien un heraldo del caos y la corrupción, bien alguien que reconoce su propia monstruosidad y convive con ella expresándola como mejor puede. O ambas cosas, tal vez.

Si bien los lectores de Lovecraft sabrán cómo acaba resolviéndose este dilema (gracias a En busca de la ciudad del sol poniente, otro de los cuentos más conocidos del autor), esta adaptación confía su resolución al juicio de los espectadores. Ateniéndose, eso sí, a la ley fundamental del horror cósmico: que aquello que consideramos 'normal' es una mera superficie bajo la cual laten cosas que preferiríamos no conocer. Pobres de aquellos lo bastante imprudentes como para descorrer el velo.

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Redactor 'Cinemanía'

Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Sus textos se publican en la revista Cinemanía desde 2005. Ha sido miembro fundador de Canino, web dedicada a la cultura popular, y redactor en el diario ADN, además de colaborador en medios como Mondo Sonoro, Neo2 y On Madrid-El País.

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