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Cuando la purpurina desaparece: la segunda temporada de 'Ginny y Georgia' es todo lo que debía ser

Fotograma de 'Ginny y Georgia'
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Reducirla a una serie sobre una madre joven y su hija adolescente sería una simplificación, aunque quizá nos sirva para aclarar desde un principio que no, que esto no es Las chicas Gilmore. Porque en la vida de Georgia (Brianne Howey) no apareció un Stars Hollow (ahora rebautizado como Wellsbury) hasta que Ginny no fue adolescente y porque Ginny (Antonia Gentry) adquirió de Georgia no solo su fuerza y tozudez, sino también el trauma de una infancia destrozada.

Las pinceladas de la primera temporada se convierten en protagonistas de una segunda entrega que, desde el primer capítulo, nos deja claro que no pasará por alto los problemas mentales que se empezaron a adivinar en sus personajes. La futura boda de Georgia con el alcalde, la reacción de Ginny al oscuro pasado de su madre y la difícil situación en el instituto con su ex, Marcus y el enfado de su mejor amiga Max están ahí, pero la purpurina que cubría las mentiras ha desaparecido por completo.

Es precisamente por ello por lo que la segunda entrega de la serie de Netflix más brilla: porque se atreve a entrar en las partes más oscuras de la historia y nos devuelve como resultado una trama que, a pesar de su complejo desarrollo a nivel emocional y gracias a unas actuaciones tan abrumadoras como desgarradoras, ni dramatiza ni edulcora: es exactamente como debía ser.

Te odio, es broma

Los 10 nuevos capítulos de Ginny y Georgia encuentran el equilibrio perfecto entre dar a los problemas de salud mental la importancia y seriedad que necesitan y demostrar que a las personas no las define su enfermedad. Son más duros, y asustan, pero porque lidiar con la adolescencia, herir a un familiar, encontrar la amistad, odiarse a sí mismo, enamorarse en mitad del proceso e intentar luchar contra nuestra propia mente cuando nos repite que no nos podemos fiar de la felicidad también asusta.

Era difícil lidiar con las consecuencias de una primera temporada que nos dejaba con una adolescente que se infringe dolor para sobrellevar la ansiedad, un chico destrozado por la muerte de su amigo y un niño con la carga de un padre ausente, pero esta nueva entrega no solo ha conseguido desarrollar dichas tramas con éxito, sino que ha coronado al proyecto como una serie de referencia en cuanto a la representación de lo que significa vivir con una frágil salud mental.

Fotograma de 'Ginny y Georgia'
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Ginny y Georgia demuestra que la línea siempre es muy fina y que, en ocasiones, ni siquiera tus padres ni tu propio colectivo tienen la respuesta definitiva. Esperamos que el padre de Ginny nos diga si su hija debería escoger un libro que represente la historia de los negros en EE UU para su profesor de literatura inglesa y, en cambio, nos encontramos con la realidad: que nada es tan simple como un sí o un no y que, al final, cada uno debe escoger por sí mismo sus batallas.

Y entre tanto drama social, la adolescencia, un momento vital de cambios que la serie muestra como lo que realmente es: una época de descubrimientos. Después del caos emocional de la primera temporada con dos adolescentes que apenas empezaban a descubrir su sexualidad, los nuevos capítulos exploran a fondo esa idea demostrando que la época de autoconocimiento existe y que, además de embarazosa, también puede ser bonita si se tiene con quien sentirse seguro y compartirla.

Te quiero, en serio

Como hilo principal, las dolorosas consecuencias de lo que significa querer incondicionalmente a alguien. Con el apoyo de Diesel La Torraca en su sorprendente trabajo como Austin, Howey y Gentry protagonizan las escenas más desgarradoras de la trama y demuestran que Georgia no lo tiene todo controlado (aunque no haya nada en lo que no piense), que ni Ginny ni Marcus tienen que soportar sus traumas ellos solos y que casi nunca lo que parece tan idílico realmente lo es, lo que no quiere decir que no merezca la pena luchar por ello.

El trabajo del reparto le hace más que justicia al guion de una Sarah Lampert a la que haríamos bien en no perderle el rastro y consigue transmitir la profundidad que requieren sus personajes para no caer en el encasillamiento. Ni Paul (Scott Porter) es solo el alcalde muñecoken, ni Joe (Raymond Ablack) es solo el propietario del café enamorado de la protagonista, ni Cynthia (Sabrina Grdevich) es únicamente la vecina tocapelotas (¿Para cuándo el turno de Abby?).

Fotograma de 'Ginny y Georgia'
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Mención especial merece el desarrollo de la historia de la joven Georgia (Nikki Roumel) y de Marcus (Felix Mallard) esta temporada. Mientras que Roumel vuelve a destacar por su magnífica interpretación de la Georgia adolescente, Mallard aprovecha la oportunidad que se le brinda en el capítulo 8 para ahondar en la mente de su personaje y nos regala una de las actuaciones más sinceras de la nueva entrega y uno de los episodios más impactantes de la temporada.

De una trama llena de preguntas existenciales sin respuesta, de la importancia de encontrar el apoyo que necesitamos, de enamoramientos que son más que simples amores de instituto, de asesinatos por amor y, en definitiva, de una historia mezcla perfecta entre un whodunnit y Dawson crece, al final, sacamos la que se convierte en la enseñanza más valiosa de todas: que nadie debería ser responsable de tu felicidad y que ser amado también requiere esfuerzo.

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