F1

Lewis Hamilton ya se sienta en el trono de Michael Schumacher, pero con un ojo puesto fuera de la Fórmula 1

No fue el fin de fiesta que esperaba Lewis Hamilton para la conquista de su séptimo título Mundial, pero su victoria en Istanbul Park dice mucho de las capacidades del segundo hombre que llega a la memorable cifra de siete Mundiales. Las dificultades del sábado de Turquía dieron paso a un domingo memorable, en el que las lágrimas del ya heptacampeón del mundo lo resumen todo.

Michael Schumacher ya no está solo en la cima del Olimpo. A su lado, en un trono construido a base de récords sobre un Mercedes imbatible y muy superior al de sus rivales Hamilton. La dinastía que ha consumado con los alemanes le coloca al lado de otros equipos de leyenda, como los Chicago Bulls de Michael Jordan, el Real Madrid de Paco Gento o el FC Barcelona de Messi. Y, por supuesto, la Ferrari del 'kaiser'.

Pero el séptimo de Hamilton ha llegado en un año muy extraño. La pandemia ha hecho que el hombre que vino a reinar para McLaren en tiempos en los que todas las miradas estaban puestas en Fernando Alonso, hace ya trece años, quiera trascender fuera del paddock. Los éxitos deportivos se le han quedado cortos, y eso que sus cifras asustan: 97 poles (récord absoluto), 93 victorias (récord absoluto), 162 podios (récord absoluto) y sus siete Mundiales, al lado de otros tantos y casi innumerables podios.

Más allá del estéril debate de si es el mejor de la historia o no, como si dependiera de los números, lo cierto es que Hamilton es un campeón especial, para bien o para mal. 

Sus críticos señalan sus profundas contradicciones. Su intención de convertirse en un espejo para los jóvenes le ha llevado a presionar hasta límites insospechados a la propia Fórmula 1: ceremonias para mostrar el apoyo a la lucha contra el racismo, programas para garantizar el desarrollo medioambiental, búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres... Hamilton ha asumido como suyas, en exclusiva, unas luchas que todos comparten en mayor o menor medida, pero que para él son más importantes que para nadie.

O eso quiere aparentar. Hamilton se siente aún perjudicado por no se sabe muy bien qué fuerzas e intereses ajenos a la Fórmula 1, con su raza como único motivo, pese a que es una de las mayores fortunas del Reino Unido, cuenta con una mansión en el centro de Nueva York y se codea con la jet set mundial. 

Todo ello juega en contra de su continuidad en la competición. Su interés creciente en ser conocido como un activista, en ser una especie de filántropo que haga de este mundo un lugar mejor para los hijos que vengan y, también, el futuro límite salarial que se va a imponer en un futuro inmediato hacen que sea una moneda al aire apostar por verle en 2021.

En cualquier caso, Hamilton ya es leyenda. Sus números no serán igualados, al menos, en mucho tiempo. Y eso no hay nadie que lo pueda negar, por muchos peros que se le pongan. El coche que lleva entre manos es todo lo perfecto que la normativa permite, pero sin unas manos que domen a la bestia, de poco valen. A Bottas le ha arrasado, no sólo en este extraño 2020, sino en todo el tiempo que llevan juntos. 

El viaje de Hamilton junto a Mercedes acabará cuando él decida. Quizá sean siete Mundiales, ocho o los que él y su equipo decidan. Se han ganado el derecho de elegir.

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