Llegó, con más de un año de retraso, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio. La XXXII Olimpiada tuvo uno de sus momentos culminantes, en un estadio que no contó con el calor del público por las restricciones y en el que ni siquiera estuvieron desfilando todos los deportistas de las delegaciones, sino una representación.
España, como casi todos, contó con dos abanderados: Saúl Craviotto y Mireia Belmonte. Fue una ceremonia con muchos detalles y que, sin duda, entra ya a formar parte de la historia de las anécdotas que ha dejado este tipo de ceremonias.
Fue una gala larga, y con una ausencia notable: el público. La falta de gente animando en las gradas restó mucho color a una ceremonia que arrancó con un recuerdo a los ausentes y los héroes de la pandemia, para acabar derivando en un recuerdo a la cultura japonesa.
Guiños como usar la música de los videojuegos más populares se colaron en el desfile de las 205 naciones representadas en esta edición de los Juegos, con el momento culminante que protagonizaron los abanderados de cada país. Saúl Craviotto y Mireia Belmonte fueron los elegidos por España, y dejaron el pabellón bien alto.
La tecnología hizo su aparición con un espectacular baile de más de 1.800 drones sobrevolando el Estadio Olímpico, pero en general fue una ceremonia sobria, en la que la tristeza y la falta de apoyo popular se hizo muy patente.
No es casual que fuera del estadio hubiera una tumultuosa manifestación de protesta: estos Juegos no son populares. Dentro, sin embargo, los deportistas disfrutaron de un momento de gloria y fiesta junto a sus competidores... pero con falta de alma.
Y quedó patente con el colofón final del encendido del pebetero. La tenista Naomi Osaka fue la encargada de subir el 'Monte Fuji' (figurado) hasta poner la llama olímpica en lo más alto.
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