En algunas ocasiones -seamos indulgentes- los compañeros de la prensa deportiva se ven abocados a la utilización del tópico. Tienen una serie de preguntas que deben hacer para que todo quede completo y no haya fisuras en un discurso que se repite año tras año como un ritual mágico. El deporte va muy unido a la pasión, a las rutinas y a una cierta superstición que no conviene alterar.
Llega el momento de la rueda de prensa ante el entrenador de turno que se va a enfrentar a un partido a cara o cruz. Más pronto que tarde, alguien pregunta: “Si se pierde este partido, ¿será un fracaso?” El ritual continúa. Después de la enunciación viene la negación. El protagonista se afana en explicar que no, que la derrota jamás será un fracaso. Hay una serie de explicaciones para esto que se repiten también con rigurosa precisión.
"Sí, si perdemos será un fracaso como un piano de cola. Siguiente pregunta".
¿Qué pasa con el fracaso? Hemos empezado a ser indulgentes con él en la parte empresarial emprendedora porque, supongo, no nos ha quedado otra. La burbuja emprendedora explota siempre de un modo magnífico y disemina a su alrededor innumerables gotas de fracaso. Urge digerir esto y tener un discurso preparado para avanzar. Mirar a Norteamérica nos da algunos ejemplos sanos y prácticos de cómo hacerlo.
¿Qué pasa con el deporte? Quizá sea el último reducto de la meritocracia y no admite el fracaso como realidad absoluta, pero lo cierto es que en el deporte se fracasa mucho, con frecuencia y alegría. El deporte, además, ofrece innumerables oportunidades para resarcirse. Se vive con intensidad, se llora, se ríe, se canta, se olvida y, la próxima temporada, se hace otra vez lo mismo.
Estoy esperando a que un entrenador al escuchar la preguntita del fracaso responda lo siguiente: “sí, si perdemos será un fracaso como un piano de cola. Siguiente pregunta”.
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