El Real Madrid firmó su victoria tres de tres en su visita a Cornellá donde se topó con un Espanyol que fue de menos a más. Los de Ancelotti pudieron ganar con holgura en los primeros 40 minutos pero no mataron el partido tras el gol de Vinícius y se encontraron con la respuesta a modo jarro de agua fría de Joselu al filo del descanso. Sin embargo, y tras un choque discreto, el dueño del equipo, a.k.a Benzema, apareció en el momento justo para, con dos goles, sellar el 1-3 cuando el partido agonizaba.

Al inicio, el equipo blanco parecía un grupo de amigos corriendo como locos después de hacer una gamberrada, divirtiéndose y siempre en dirección a la meta defendida por Lecomte. Con Tchouameni acompañando a Kroos, Modric y Valverde y haciendo olvidar para siempre a Casemiro, los de Ancelotti fueron tejiendo las jugadas de la medular en adelante enganchando con un Vinícius en modo estelar.

Precisamente suyo fue el gol que abrió el marcador en Cornellá tras un pase de Tchouameni entre líneas y a lo Laudrup, sin mirar en la dirección del balón, que dejó al brasileño solo ante la puerta donde se sacó de la manga una definición de clase. No falla Vini en el toque final dejando clara su mejoría a la hora de culminar sus revoltosas jugadas de ataque.

El Madrid seguía a lo suyo, corriendo, con un Militao desatado en ataque y algo tierno en defensa en el día en que compartía zaga central con Rüdiger, desplazando a Alaba al lateral izquierdo. Estaba bastante más cerca el segundo blanco que el primero de los pericos cuando un giro de guion a lo 'elige tu propia aventura' cambió la película.

Tras un primer aviso de Vini de Souza, llegó el gol de Joselu, un hombre que tiene muy interiorizado lo que es marcar al Madrid. Recibió el ariete al filo del área pequeña y su disparo fue devuelto por Courtois con la fortuna de que, tras dar en un compañero, le cayó de nuevo a los pies al '9', que esta vez no falló. Apenas faltaban tres minutos para el descanso y el subidón de moral en Cornellá se respiraba en las gradas.

A la vuelta de vestuarios y sin variaciones en los onces, ese ritmo de guepardos desatados que habían mostrado los madridistas en el primer acto se redujo considerablemente, abriendo la opción a que el argumento del encuentro se pareciera más a un duelo de ida y vuelta.

Sólo la entrada de Camavinga por Valverde -tras otra enorme puesta en escena del uruguayo- le añadió al Madrid el punto de velocidad que había perdido. El francés asumió el mando del ataque desde el centro del campo y cada vez que tenía el balón en los pies salía hacia adelante como si estuviera huyendo.

Suyo fue el pase hacia Benzema que pudo haber supuesto el segundo, pero, hasta que se acordó de hacerlo al final del partido, el capitán madridista había salido al campo sin activarse a sí mismo el modo leyenda.

Rebañó, sin embargo, el francés un disparó de Kroos en dirección a puerta que batió a Lecomte, pero que el colegiado anuló por fuera de juego.

Corrían los minutos y cada vez menos los jugadores a medida que el partido se rompía y el gol de la victoria se rifaba en ambas áreas sin ocasiones especialmente peligrosas por parte de ninguno.

Hasta que apareció Benzema para salvar por enésima vez a los suyos, como si fuera el final de cualquier peli de Batman . El '9' remató un gran centro de Rodrygo desde la derecha para poner los tres puntos en dirección a Madrid cuando ya se rozaba el 90 de partido.

Se alargó de más la contienda por una jugada extraña que los árbitros tuvieron que ver con mucho detenimiento y que terminó con Lecomte expulsado y Cabrera, defensa, obligado a colocarse los guantes por estar el Espanyol sin cambios. Con ese panorama, Benzema lanzó la falta directa a puerta ante la que el meta improvisado no pudo hacer nada.

El Madrid fue de más a menos y enseñó costuras en algunas líneas donde Ancelotti asegura que no hacen falta refuerzos. Aún así, generó la sensación de que tiene la fórmula mágica para resolver el partido y marcharse con buen sabor de boca por su apabullante despliegue de velocidad y calidad pese a la caraja por la que se empeñó en no matar cuando pudo y que le obligó a recurrir a su tan intrínseca épica.