OPINIÓN

La trampa

El ajedrecista noruego Magnus Carlsen, en una imagen de archivo.
El ajedrecista noruego Magnus Carlsen, en una imagen de archivo.
GTRES
El ajedrecista noruego Magnus Carlsen, en una imagen de archivo.

Llevo días enganchado a la polémica que han levantado dos de los mejores ajedrecistas del planeta. Resulta que el campeón del mundo, Magnus Carlsen, ciudadano noruego que es todo un hacha en el ajedrez clásico, abandonó de mala manera un torneo en Misuri tras perder una partida contra un chico californiano de 19 años llamado Hans Niemann. Llevaba 53 victorias seguidas y, tan mal fue la gestión de la derrota, que incluso en sus redes sociales colgó uno de esos videos de Mourinho donde se quejaba de los árbitros hace una década. 

Según los expertos, es difícil que una persona con tanta diferencia de ranking gane a un maestro en este juego, y por eso empezó a caer sobre Niemann la sombra de la trampa. Un tipo que ha logrado avanzar muy rápido en las clasificaciones y que empezó jugando por internet. Los ajedrecistas suelen pasar controles antes de las partidas como si fuesen de aeropuerto y ante este revuelo Niemann ha dicho que jugaría de nuevo incluso desnudo contra Carlsen. Al parecer, desde que se juega de forma online, son bastantes los que consiguen engañar a un ordenador y hacer pequeñas trampas que les reportan dinero. La que cuentan las malas lenguas sobre Niemann tiene que ver con unas bolas chinas que llevaría dentro de su cuerpo y vibrarían según la figura a mover. 

No es la primera vez en la historia que esta sombra cae sobre algún jugador de ajedrez con acusaciones por escapadas al baño, yogures de arándanos e hipnotizadores o incluso un iPhone con pinganillo. Quién no se ha contado alguna casilla de más en el parchís, ¿no?

Para encontrar la primera trampa de la historia hecha por humanos hay que remitirse a un hallazgo arqueológico en la localidad mexicana de San Antonio de Xahuento. Allí hace alrededor de 15.000 años nuestra especie trató de engañar a un todopoderoso animal como el mamut. Parece ser que hasta 14 de estos herbívoros pudieron caer en el agujero de un metro con setenta de profundidad y 25 metros de diámetro. Se encontraron 824 huesos y se utilizó durante cinco siglos ya que, una vez caían, se les remataba para poder alimentarse. 

Desde entonces las trampas han convivido con nosotros y algunas han sido sobradamente conocidas, como cuando el boxeador Mike Tyson utilizó un pene de plástico cargado de orina de su esposa o de su hijo para pasar controles sin dar positivo en las drogas que consumía. Un deporte donde otro púgil como Luis Resto utilizó vendajes endurecidos con yeso para ganar un combate en 1983. 

También ha habido otras trampas como el interruptor eléctrico de un atleta ruso en las pruebas de esgrima en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 o la saltadora alemana Dora Ratjen que en 1936 en Berlín participó en las pruebas como una mujer y años después confesaría que los nazis le obligaron a competir, pero que en verdad era un hombre llamado Heinrich Ratjen. Dicen que el ciclista Lance Armstrong utilizó un motor porque hacía un gesto tocando su sillín antes de coger velocidad. Ahora bien, este me parece sublime, un futbolista brasileño llamado Carlos Henrique Raposo (El Káiser) que jamás jugó un partido profesional alegando lesiones en los once equipos que estuvo en los años 70.

La trampa es un acto que puede ser adictivo cuando se trata de ganar dinero. El orgullo de la victoria puede con todo, pero si se trata de llenar el bolsillo hay que tener mucho cuidado. Tiene que ser penalizada en cualquier juego de forma severa. Cuando te saltas las reglas se rompe el tablero, pero ante situaciones como la historia de los ajedrecistas también hay que dar un voto de confianza a la presunción de inocencia. Aunque sea difícil ganar, los maestros también pierden.

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