Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Recuerda que eres mortal, Carlitos

Carlos Alcaraz, tras su derrota en Roma.
Carlos Alcaraz, tras su derrota en Roma.
EFE
Carlos Alcaraz, tras su derrota en Roma.

En la Antigüedad, cuando el general volvía victorioso a Roma después de zurrar a los bárbaros, le organizaban un triunfo. Lo hemos visto cien veces en las películas. En el lugar de honor del desfile, junto a los soldados, el botín, los prisioneros y las trompetas, iba el vencedor subido en su carro, saludando a la plebe como un político en campaña electoral. Y junto a él iba el personaje más odiado por todos los militares: un esclavo que sujetaba la corona de laurel sobre la cabeza del triunfador y que no hacía más que repetirle: "Recuerda que eres mortal. Recuerda que eres mortal. Que no se te suba a la cabeza. Recuerda que eres un tipo como los demás".

Carlos Alcaraz, ese postadolescente prodigioso que ha vuelto a demostrar que el tenis debería ser una de las bellas artes (lo mismo hicieron Borg, McEnroe, Federer o Nadal), entró en Roma como el general victorioso del cuento: avasallando. Siempre lo hace así, pero es que cada vez lo hace más. 

Y de pronto le pusieron delante a un muchachito húngaro completamente desconocido, Fábián Marozsán. Un chaval (22 años) alto, flaco como un sarmiento, con cara de angelito, humilde camiseta roja y corte de pelo de primero de la clase de los Maristas. Un San Tarsicio, vamos. 

Con una raqueta en la mano, en su vida había ganado nada demasiado superior al ping-pong. El Masters de Roma era su primer torneo importante. En el ranking mundial andaba allá por las profundidades, en el puesto ciento treinta y tantos. Lo que se dice una perita en dulce, una cría de impala para un guepardo como Alcaraz.

Pues este chiquito Marozsán, el Niño Jesús de Hungría, le atizó al invencible Carlitos (ahora mismo número 1 del mundo) una somanta de las que no se olvidan. Terrible. Lo echó de Roma a pelotazos, sin contemplaciones, en dos sets, en hora y media. ¿Y cómo lo hizo? Pues parece fácil: jugando exactamente igual que juega Carlitos Alcaraz cuando se toma las cosas en serio, que es casi siempre. 

Le daba a la pelota con una fuerza imposible de creer viendo sus bracitos y sus patas de alambre. No sonreía, no hacía gestos para las cámaras: se limitaba a poner la bola, una y otra vez, en lugares en los que casi nadie puede: las líneas, los ángulos, las esquinas. Hizo correr a nuestro murciano como si huyera de un incendio. Y lo peor de todo: le rompió los nervios a base de 'alcaricias', esas dejadas perfectas, pérfidas, perversas, que son la marca de la casa del español. Su mejor arma.

La lección vale para todos. Esto es lo que sucede cuando empiezas a creerte superior a los demás; cuando te marean (qué difícil es evitar eso) la vanidad, los aplausos, las alabanzas, las niñas pidiéndote autógrafos, las cámaras por todas partes y las trompetas del desfile. Esto es lo que pasa cuando no te tomas en serio a tu rival, sea en el tenis o sea en cualquier otro aspecto de la vida. 

Esto es lo que ocurre cuando pierdes la humildad y te crees tocado por las alas del Espíritu Santo: que al Espíritu Santo (una paloma, al fin; ave caprichosa) le da por posarse sobre la cabeza del niño angelical que tienes enfrente y que juega igual que tú pero mejor que tú. Esto es lo que pasa cuando mandas callar al esclavo que va contigo en el carro y que te recuerda que eres mortal, como todo el mundo. El esclavo es un pesado, sí. Pero tiene razón.

Dentro de nada, Carlitos llegará a París y es posible (incluso probable) que gane en Roland Garros, que ahora mismo es su máxima ilusión. Pero para conseguirlo necesita dos cosas. La primera, encajar la derrota ante el querubín de Budapest, que le ha dolido en lo más vivo porque le ha acertado en el centro mismo del orgullo. Y la segunda, volver a jugar como ha jugado cien veces: tomándose completamente en serio lo que hace, poniendo todo su empeño, su talento y su corazón. No dando por hecho que se va a comer a ese nene de dos mordiscos. Acordándose de que es nada más que Carlitos, un chaval de Murcia que siempre soñó con jugar al tenis.

El esclavo griego tiene mucho trabajo.

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